lunes, 5 de septiembre de 2022

El precio de Leandro 4.2: Cachando con Darío


Al ingresar, como suponía, lo espera Darío con un rostro neutral mas bien.

“¿Qué querías hablar conmigo?”, le pregunta calmadamente.

“¿Él es Roberth Peña, cierto, Darío?”

“Ah, era eso. Ahora entiendo”.

“Sí es, ¿no?”

“Y tú quieres llegar a él, ¿cierto, Leandro?”

“Por favor”, ruega el muchacho. “Aunque sea para saludarlo”.

“Ambos sabemos muy bien, Leandro, que no te bastará el saludo… Yo podría presentártelo porque somos mejores amigos”.

“Por favor”, se humilla el futbolista.

“Podría, Leandro, pero… no me dejaste darte la mano porque me dijiste que… no era lo correcto”.

Leandro tiene exactamente cinco, cuatro, tres, dos, un segundo para mover su peón:

“En ese momento no era correcto”.

Jaque a… Leandro.

“¿Y ahora sí?”, enrostra Darío.

“Ahora sí”, sonríe el chico… y tenemos un jaque mate… a Darío.

“A las dos de la mañana me esperas aquí mismo; no estás, no te esperaré”, indica el supermodelo.

 


Al salir de ese cuarto, Leandro va casi corriendo donde Cintia.

“¿Y a qué hora llegarás?”

“No lo sé; solo anda a casa. ¿Puedes?”

 


A las tres menos veinte de esa madrugada, Darío llega a la Torre Echenique en su auto, acompañado. Sube los diez pisos en el ascensor, abre la puerta de su penthouse.

“Ponte cómodo”, invita.

Entra a su dormitorio, arregla unas cosas y sale:

“Ven”.

 


El acompañante entra al dormitorio donde lo que más llama la atención es la tan enorme cama para tan poco ocupante. La habitación está oscura y solo hay un par de luces encendidas en la cabecera del lecho. Pero no es momento de apreciaciones estilísticas sobre decoración de interiores. Toma a Darío por la cintura y comienza a besarlo en la boca. Las ropas irán cayendo al suelo una a una por completo. Entonces, el dueño de casa, ya desnudo, se deja caer sobre la cama y su invitado se acuesta encima para continuar con el ósculo que se extiende por el cuello, el medio del pecho, el abdomen como tabla de lavar, los genitales, y ante una fácil elevación de piernas, hasta allí donde esa rara mezcla de dolor y placer –ahora placer—ttendrá lugar poco tiempo después. embestidas de todas las intensidades, gemidos en todas las notas graves posibles, besos con humedades de todos los calibres, chasquidos lúbricos en todas las potencias, , jadeos en todos los segundos que, Darío espera, sean interminables. Pero nada dura para siempre, y el esbelto modelo trata de sentir cómo es preñado allí dentro. Sin mayores consecuencias, espera.

  

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