martes, 27 de septiembre de 2022

El precio de Leandro 6.2: Necesito mi espacio


Y no tardará mucho en confirmarlo. Aprovechando la visita de Cintia a su madre, Leandro sube al penthouse, y en un par de minutos termina desnudo junto a Darío, a quien le levanta vigorosamente las piernas para estimularlo allá atrás, y cuando lo consigue se pone de rodillas para concretar la cópula. Lo siguiente será moverse como él sabe hacerlo, ni tan despacio que no se sienta, ni tan rudo que hiera. Minutos después, Darío se pone en cuatro patas y continúa todo el proceso, chasqueo de nalgas incluído.

“Me vengo”, suspira Leandro excitado.

“Afuera, Leo, afuera”.

El futbolista ruge y el supermodelo siente un cálido fluído  llenando el medio de su espalda.

 


Minutos después, Leandro tiene la mirada perdida en el cielo raso del dormitorio, tendido sobre la enorme cama, aún desnudo, cuando Darío sale del baño y regresa a acostarse encima suyo, dándole otro beso en la boca.

“Espero que te hayas lavado bien”, le sonríe el futbolista.

“Ay, no jodas; es tu leche”.

Leandro ríe, Darío lo besa otra vez.

“¿Cómo quedó tu mami?”

“Más tranquila”.

“esperemos que se recupere entonces para darle otra buena noticia”.

“¿Otra?”, Leandro se inquieta. “¿Y qué será esta vez?”

“Sorpresa, sorpresa”, sonríe Darío.

“Ay Dios, alguien morirá de un infarto a este paso”.

“¡Oye! Tu mamá sufre de presión baja, no de hipertensión”.

“No hablo de mi vieja; hablo de mí”.

Darío ríe y besa de nuevo a Leandro:

“Tranquilo, tontito; es algo que tiene que ver con empleo, un nuevo empleo para tu mami”.

Leandro suspira un poco incómodo:

“Darío, sabes que mamá no está para una chamba de ocho horas”.

“Lo sé… Déjalo por mi cuenta; confía en mí”.

A Leandro este pedido lo inquieta más, pero será mejor no contradecir a su benefactor. O quizás sí:

“Oye, Darío, y entre tus sorpresas, ¿habrá un tatuaje étnico para un chico hermoso con el que eres más que amigo pero no es tu novio?”

Darío se pone algo serio:

“Ni loco te harás un tatuaje de nada, Leandro Pérez. Y pobre de ti que aproveches mi ausencia para contradecirme”.

Efectivamente, esa medianoche, Darío se ausenta de la ciudad por trabajo. Una sesión de fotos que tiene que hacer por un par de días, dos países más allá como parte de una de las firmas que representa.

 


¿Leandro debía tomar esa conversación como un simple aviso o como una advertencia real?

“¿Ni siquiera un tatuaje, Leo?”, pregunta Rico.

El futbolista asiente con cierta vergüenza. Está subido en una escalera sosteniendo el extremo de una línea compuesta por pequeños reflectores LED; del otro lado, en otra escalera, Roberth trata de fijar a al techo el extremo sobrante. Aprovechando la ausencia de Darío y el día de descanso en los entrenamientos del San Lázaro, Leandro aterrizó por la casa de su amigo y se encontró con que estaba en pleno mantenimiento; y toda ayuda es siempre bienvenida.

“Hermano, te dije que tú debías tener el control”, recuerda Rico.

“Darío es más absorbente que pañal para bebés”, remata Roberth sin apartar la vista del techo.

“Créanme que me tomó por sorpresa: una cosa tras otra y otra cosa tras otra”, arguye Leandro.

“Y ttú le fuíste permitiendo una cosa tras otra y otra cosa tras otra, hijo”, le dice Roberth mirándolo a los ojos y poniendo pausa al trabajo de atornillar. “Si a la persona no le pones límites, la persona creerá que puede tomar decisiones por ti, y eso no fue lo que te aconsejé, ¿o sí?”

Leandro enmudece y Roberth regresa al trabajo de instalación.

“Y ahora te está agarrando por tu punto débil: tu mamá”, agrega Rico.

“Leandro parece tener más puntos débiles de los que aparenta”, opina Roberth. “Cree tenerlo todo bajo control pero siempre termina dependiendo de alguien”.

“Eso no es cierto”, se defiende el aludido. “Yo puedo abrirme paso por mi cuenta tranquilamente”.

“Entonces, renuncia a todo lo que Darío te da y lucha por abrirte paso”, desafía Roberth.

Todos guardan silencio; el único sonido que se oye es el destornillador rozando el metal; quizás el tráfico que se cuela desde la calle.

“¿Y si lo pierdo todo?”, al fin se sincera el futbolista.

Roberth baja de la escalera y la mueve junto a la de Leandro:

“Es uno de los riesgos que tienes que tomar, hijo”.

Ahora el fotógrafo atornilla la línea justo entre las manos del dubitativo joven.

“Si no luchas, Leo, nunca sabrás de lo que eres capaz”.

“Rico, si mi madre tuviera independencia económica, créeme que emprendería como tú; pero mi problema es que…”

“Tu problema es que desconfías de tu potencial, Leandro”, le dice el fotógrafo, literalmente, en sus propias narices. ; lo de tu mamá se entiende, pero es una justificación. No la uses como escudo, úsala como inspiración para salir adelante”.

Roberth termina de atornillar el otro extremo, guarda sus herramientas y palmea suavemente la mejilla del muchacho; le sonríe con mucho cariño.

“A ver, Rico, sube la llave de la luz”.

El otro muchacho va presuroso a la cocina.

“¿Qué tienes que hacer mañana todo el día?”, baja la voz el fotógrafo.

“Entrenamiento por la mañana; por la tarde, nada”.

“¿Sabes quién es Luna Estrella?”

“¿No es la cantante de música tropical a la que siempre le inventan romances y esas cosas?”

“Bueno, no son totalmente inventados, pero no viene al caso. Para mañana está previsto que ella grabe un videoclip y más temprano me llamaron porque el modelo que iba a aparecer desertó. Si no tienes problemas en hacer desnudos, el puesto está vacante”.

Leandro duda unos segundos:

“¿Pagan bien?”

“Para ti que estás comenzando, pagan muy bien. Yo dirigiré el video, si eso te preocupa”.

Rico reingresa a la sala. Roberth baja de la escalera y pide a un dubitativo Leandro que también lo haga:

“Baja de una vez, Leandro, o solo brillarás electrocutado”.

Camina hasta el interruptor y lo enciende. El juego de luces LED ha creado una nueva atmósfera para la casa abandonada. Rico se queda maravillado.

“Anda prepárate que quiero hacer unas tomas para calibrarlas”, pide Roberth.

Rico desaparece de la sala.

“¿Por qué no él?”, consulta Leandro.

“Serán dos modelos, en realidad. Rico es uno, el otro es el que falta; tú serías el indicado”.

“¿Se me tiene que ver la cara?”

“Darío no se enterará que participaste en esa producción”, Roberth guiña un ojo.

Rico entra por segunda vez a la sala totalmente en pelotas:

“¡Ya estoy listo!”

Roberth va a tomar su cámara y a colocar al talento en su marca, cuando oyen el timbre de un celular: el de Leandro.

“Disculpen”, dice tomando el aparato, viendo la pantalla y moviéndose a una esquina. “”Hola Darío”, saluda no tan bajo.

Roberth levanta una ceja; Rico tiene sentimientos encontrados.

  

No hay comentarios:

Publicar un comentario