viernes, 9 de septiembre de 2022

El precio de Leandro 4.6: ¿Crees que me aprovecho?


Pasadas las dos de la tarde, un furioso Darío sale del estudio seguido de un Leandro que, al menos, finge no darse cuenta cómo se siente su mentor:

“No pensé que fuese tan divertido trabajar con Roberth”, comenta alegre.

Darío no le responde. Llega a la puerta del auto, y cuando va a abrirla, siente que lo tocan del hombro izquierdo y lo obligan a girar sobre sus talones:

“¿Qué quieres ahora?”, reacciona seco.

“¿Qué tienes tú?”, encara Leandro.

“No tengo nada”.

“¿Y por qué tienes esa cara de culo, entonces?”

“Deja de hablar huevadas, ¿quieres, Leandro?”

“Estás así desde que hicimos la parte de la ropa interior. ¿Qué pasa, Darío?”

El mecenas llega a su límite y remeda la escena que vivió ese mediodía:

“Ay Leandro, ¿quieres posar desnudo? Tú tienes que tomar tus decisiones… Ay, sí, Roberth, mírame la pinga, mírame el culo, te gusta?”

Leandro no se molesta ni se alegra, mira al furioso Darío con un gesto neutro, y verifica que los otros peatones estén a respetable distancia.

“¿Y qué tiene que haya posado desnudo, Darío? Es modelaje. ¿Acaso tú no posaste desnudo alguna vez?”

“¡Pero no es igual, Leandro!”

“He tratado de ser lo más profesional posible, Darío. Solo posé desnudo; no hice nada más”.

“¿Y qué querías? ¿Mostrarle tu pinga al palo? ¿Mostrarle el ojo de tu culo?”

“No te entiendo, Darío”, toma un respiro Leandro. “Mira, cuando yo me acerqué a ti, mi intención fue construir una relación profesional, y una amistad si fuera posible; pero tú sabes que quiero ser un gran modelo, y que estoy aprovechando esta oportunidad”.

“¿O te estás aprovechando de mí, Leandro?”

“Si crees que me estoy aprovechando de ti, Darío, tu tienes el control: dime adiós, te daré las gracias, y cada quien por su lado; si me viste, no me conoces”.

Darío recibe otra vez un chorro de agua helada, y Leandro tiene el remedio para la hipotermia:

“Mira, yo agradezco mucho de verdad que me hayas echado una mano; no sabes cuánto gozo me has dado, pero quiero que pienses que incluso me has abierto la puerta de tu casa, y si fuese otro de esos huevones que están buscando oportunidades, algo malo te hubiese hecho; total, ¿quién se daría cuenta? ¿Lo hice? Dime, Darío: ¿ lo hice?”

El supermodelo comienza a sentir remordimiento:

“Perdóname, es que… Leandro, yo… no sé”.

“Darío, te dejé claro que no pasaríamos de ser compañeros, amigos, hasta amantes si lo deseas; pero no habrá más. Por último, ¿sabes por qué estoy tentando suerte? Porque necesito darle algo a mi mamá que nunca ha tenido en su vida: calidad de vida. Eso que a ti te sobra y a nosotros nos falta”.

Darío comienza a sollozar allí en plena calle:

“Perdóname, Leandro”.

“Gracias por todo, Darío. Mucha suerte. Te mereces todo el éxito que tienes”.

Leandro da media vuelta dispuesto a irse cuando es el otro muchacho quien lo toma del hombro derecho y lo retiene.

“No me hagas esto”, susurra el futbolista.

“Perdóname”, habla en el mismo tono el otro galán. “Sí recuerdo que me hablaste de tu mamá… Perdóname”.

Leandro gira otra vez en ciento ochenta grados:

“Ya deja de llorar que te ves feíto”, pide aún susurrando.

“Me gustaría conocer a tu mamá”, pide Darío, sonriendo aún entre lágrimas. “¿Puedo?”

Leandro acaba de anotar un gol de arco a arco.

  

No hay comentarios:

Publicar un comentario