martes, 13 de septiembre de 2022

el precio de Leandro 5.2: Posando para el catálogo


Al mediodía de un par de días después, en un hotel ni de tan mala muerte pero tampoco de tan buena reputación en el centro de la ciudad, Leandro mueve frenéticamente su pelvis entre las piernas de una mujer en sus cuarentas, quien gime lo menos discretamente posible, tratando de aprisionar la suave espalda de su amante y el momento que se acaba. De cuando en cuando, Leandro mira el celular que está en la mesa de noche. ¿A qué hora piensa sonar el bendito aparato? ¿Lo habrá programado bien? Está cansado luego de una jornada de entrenamiento, pero la situación no está para despreciar un ingreso extra, menos el de esa mañana, así que caballero nomás. Entonces, lo esperado inesperado sucede: el teléfono suena, pero no con la alarma usual sino con el timbre de llamada entrante. Leandro nota que es el suyo. Sabe que lo peor en ese momento es interrumpir la acción para contestar, pero ya le habían advertido que esté pendiente. ¡Carajo! ¿Y si fuese esa llamada? Por supuesto, también podría pasar que no fuese nada. Retoma la concentración en tanto el timbre cesa, aunque tampoco lo motivan los gemidos de la señora. Son doscientos, se repite; son doscientos que ya están en su billetera, así que a seguir con el meneo. De pronto, el celular suena otra vez. Llamada entrante. Leandro no aguanta más y lo interrumpe todo.

“Discúlpame un momento”, pide a su clienta, se pone de pie y agarra el rectángulo de cristal líquido: número desconocido.

“¿Quién es?”, pregunta la mujer, algo azorada.

“No sé”, advierte Leandro. “Solo quiero que guardes silencio”.

“¿Mi marido, acaso?”

Leandro se lleva el índice a los labios y le da al ícono de contestar:

“¿Diga?”

“¡Hola, Leandro! Te saluda Roberth Peña”.

El muchacho se aturde:

“Ho-ho-hola, eh-eh”.

“¿Estás ocupado?”

“No-no, para nada. Dígame”.

“Vente volando a mi estudio. No importa en qué parte de la ciudad estés: yo pago tu taxi, pero vente volando”.

 


Lawrence’s
es una enorme tienda por departamentos con varios locales a lo largo del país. A pesar de su cuarto siglo de existencia en mercado nacional, ha sabido mantener el sentido de novedad, incluso cuando algún cliente perspicaz ha notado que sus prendas no son importadas como asegura su publicidad sino mandadas a confeccionar a uno de los emporios empresariales locales. Obviamente, eso significa altas ganancias con bajísimos costos de producción; sin embargo, cuando el estatus es la norma de cualquier sociedad, ¿qué importa de dónde venga? Lo que importa es cómo cambie la visión que tiene el resto acerca de ti.

 


Leandro lo intuye, así que parte del guardarropa en su casa tiene el ssello de la tienda; aunque, no todo adquirido directamente por él. Sin embargo, la experiencia de estar allí entre varios y varias modelos va más allá del estatus. Y no solo modelos; también maquilladores, estilistas, vestuaristas, asistentes… es la maratónica jornada cuando se produce el catálogo de temporada para Lawrences’s. Porque si algo es seguro en la gran ciudad es que si un rito, especialmente del fin de semana, es, al menos, pasear por los cuatro niveles de la tienda, el otro es el catálogo. Muchas personas lo coleccionan incluso cual enciclopedia por el desfile de color, variedad y caras conocidas: cantantes, actores, deportistas. Salir en el catálogo de Lawrence’s, en términos del mundo del modelaje, es uno de los privilegios que nadie podrá borrar de tu hoja de vida. Y Leandro es uno de esos privilegiados.

“¿Ya estás listo?”, Roberth le topa el hombro.

“Creo que sí”, responde el muchacho sin ocultar sus nervios.

“Solo se tú mismo”, aconseja el fotógrafo. “Recuerda que tú sabes cómo brillar”.

Roberth da un paso para irse a coordinar otros detalles cuando Leandro lo ataja, como si estuviera marcando a un jugador rival en la cancha:

“Quería agradecerte… Nunca sabré cómo pagarte”.

“No hay nada que agradecer; gracias por aceptar, mas bien”, sella Peña.

Mientras Roberth va a tomar su ubicación, Leandro mira cómo preparan a Darío del otro lado del estudio. No le cuesta trabajo encontrar su mirada. Ambos se sonríen. 

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