jueves, 8 de septiembre de 2022

Ser Rafael 4.3: encuentro inevitable


“¿Comiste algo en la calle?”

“¿Ah?”

“¡Algo! Alguna porquería que venden en la calle”.

Sin duda, Diosito me estaba lanzando soga.

“Sí… esté, me comí una papa rellena en una carretilla”.

“Ay, Rafo. Pareces bebito. Voy a traer alcohol”.

Si es que me seguían lanzando soga desde el cielo, éste era el momento preciso para salir disparado, correr sin mirar atrás, buscar una cueva y no salir de allí en muchos años. Contava con pocos segundos, a menos que… Laura regresara con un pomo de alcohol y un pedazo de algodón. ¿Cómo hacen las mujeres para allar las cosas en tiempo récord, especialmente allí donde los varones no sabemos buscar? ¿está en el genoma o qué?

Me hizo oler el algodón, me humedeció la cara.

“Rafo, si quieres nos regresamos a tu casa. A lo mejor, doña Haydeé tiene manzanilla o matico”.

No. Esa posibilidad era intocable. Implicaba aguantar un fin de semana de sermoneo materno, y al menor intento de salir, recibir un refunfuño que me haría sentir peor.

“Ya, Laura. Olvídalo. Ya me está pasando”.

Decidí enfrentar la situación como todo macho que se respeta.

Cuando Laura terminó de trabajar, salimos a una mesa dispuesta en uno de los patios. Ya sé en que se va el presupuesto público, pensé.

Eduardo ya estaba sentado en una de las esquinas de la mesa, así que me las ingenié para llevar a Laura a la esquina opuesta, a sentarnos con una de las secretarias y su esposo, un sujeto de voz escandalosa al hablar. Si Eduardo me vio, hice lo posible para no devolverle la mirada.

Con el esposo ruidoso, charlamos, bromeamos, comimos, bebimos, bebimos, bebimos. La cerveza había repletado mi vejiga, y por más ganas que tenía de ir al baño, me contenía. Mi temor era encontrarme con Eduardo; pero, lo peor hubiera sido orinarme allí mismo, y dejar en ridículo a Laura.

Ni modo. Mi vejiga es más importante que mis miedos. Me acerqué al oído de mi enamorada.

“Sin hacer roche, ¿dónde está el baño?”

“De mi oficina, dos puertas al fondo, mano derecha”.

“OK. Ya me ubico. Ah, no le digas a nadie dónde estoy, y no te preocupes. Regreso en un par de minutos”.

Medí el terreno, salí sigilosamente pidiendo permiso lo más discretamente posible, rodeé el patio de tal modo que pasara desapercibido para los comensales –especialmente Eduardo-,alcancé las oficinas, ubiqué el baño, me aseguré que nadie estuviera cerca, entré, atendí ruidosamente el llamado de la naturaleza. Me sentí aliviado.

Me mojé la cara para refrescarme y salí de allí.

El plan de regreso era exactamente el mismo. Si nadie se dio cuenta de que salí, nadie se dará cuenta cómo entré.

Iba a dar el primer paso cuando apareció uno de los guardias de seguridad haciendo ronda justo en mi trayectoria de escape.

¡Maldición!, tenía que usar la ‘ruta oficial’.

Di media vuelta e ingresé al pasillo.

Cuando iba a doblar para ganar el patio del almuerzo…

“Hola Paúl… mejor dicho, Rafael”.

“E… E… Eduardo. Creo que me confundes”.

El chico que llevé al Dreams (qué duda cabía) me miró de pies a cabeza, con escala en la entrepierna.

“No. Imposible confundirte”.

“Bueno. Es un gusto. Tengo que regresar a la mesa”.

“Entiendo. Nos vemos luego”.

Me recompuse.

“La verdad, Eduardo, Juan o como te llames, espero que no”.

Seguí mi camino.

Regresé a la mesa.

“Rafo, ¿estás bien?”

“Sí, Laura”.

“Tienes la misma cara de hace rato”.

“Y la de hace más rato, y la de ayer, y la de la semana pasada…”

“Déjate de bromas. ¿Prefieres que vayamos a casa? Esto ya está en muere”.

“Perfecto”.

Nos despedimos de todos rápidamente y salimos de allí. Para variar, yo abrazaba a Laura.

Tomamos un taxi en la puerta.

“Vamos a tu casa. Allí estarás mejor cuidado”.

“No. Vamos a otra parte”. 

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