lunes, 5 de diciembre de 2022

El precio de Leandro 16.1: ¿Por qué la rivalidad?


”Yo trabajé con Alberto Madero desde hace diez años después que hice mis prácticas en la Corporación Echenique. Había ido a recoger un certificado cuando me reencontré con él en las mismas oficinas. Beto buscaba la forma de conseguir esa cuenta publicitaria, pero no sé por qué se la negaban”.

“¿Cómo que te reencontraste con él en la oficina, Elías?”

“Cuando yo entré a la universidad, Darío, él ya estaba en cuarto año. Nos conocimos en una fiesta. Justo él acababa de tener a su hija. Terminamos tirando esa madrugada, y así fue hasta que egresó al año siguiente. Le había perdido el rastro hasta ese día en la Corporación”. Tú acababas de entrar a quinto de secundaria”.

“Sí me acuerdo. Tiré contigo ese día que te invité a la casa de playa”.

“El reencuentro fue después que eso, Darío. El hecho es que Beto había fundado Sparking con otros dos amigos, uno de ellos Roberth Peña”.

“¿Desde entonces comenzó la rivalidad entre Darío y Beto?”

“No creo, Leandro. Creo que fue cuando hicimos la campaña de Lawrence’s hace tres años. Yo era asistente administrativo de la agencia, y en los ratos libres veníamos al dos cero uno, en este mismo condominio, a… bueno, ya sabes”.

Lawrence’s ya me tenía contratado como imagen de la línea juvenil de ropa. Bueno, lo… era desde hace cinco años”, acota el supermodelo.

“Para entonces, Darío quería meter a un chico en la sesión, pero Beto no quiso porque… es negro, bueno, moreno, mulato, no sé… Beto siempre fue un poco racista”.

“Sí: Pepe”, suspira Darío. “Esta mañana que logré llegar a la Torre…”. Comienza a llorar, y Leandro lo conforta.

“¿Quieres seguir con esto, Darío?”

“quiero llegar a la Corporación, donde papá”, solloza Darío. “Es mi único lugar seguro ahora”.

Leandro lo suelta, se escabulle del cuarto de servicio situado en la azotea del Condominio donde los tres muchachos se han refugiado para escapar a las cámaras de seguridad de los pisos inferiores,  y casi repta hasta ganar el borde del techo. Se asoma con muchísimo sigilo y mira a ambos lados de la calle, así como una bocacalle que lleva a una autopista cercana.

“¿Por qué desapareciste, Elías?”

“Porque no quería ser trofeo ni tuyo ni de Beto; y si ya me había despedido, ¿qué sentido tenía quedarme? Primero estaba yo, mi dignidad”.

“¿Por qué reapareciste ahora, entonces?”

“Cuando me enteré sobre el asesinato de Roberth, sabía que esto se iba a complicar; el caso es que no sabía a quién acercarme, así que pensé en Leandro, pero antes comencé a vigilarlo”.

“No hay moros en la costa”, anuncia el futbolista, quien retorna al cuarto usando el mismo sigilo con el que había salido. “¿Me perdí de algo?”

“Para hacerte corto el cuento, Darío y yo nos reencontramos hace tres años, y en el proceso de reunirnos para planificar la producción, comenzamos a gustarnos hasta que él me llamó”.

“Tú nunca ibas a hacerlo, elí, porque te morías de miedo por Beto. Según tú, lo amabas, pero te diste cuenta que no era así”.

“El hecho es que Darío y yo comenzamos a citarnos aquí, en el dos cero uno, que entonces yo ocupaba”.

“¿En las mismas narices de Beto Madero?”, se sorprende Leandro.

“Luego de la campaña, Beto comenzó a viajar mucho buscando cuentas, clientes, proyectos, y era la ocasión en la que yo citaba a Darío para hacer el amor”.

“Y ése fue el mayor error que se nos pudo ocurrir”, agrega el supermodelo.

“Una noche que él y yo estábamos en la cama, en pleno acto, Beto llegó, abrió la puerta. Fue horrible. Prácticamente nos sacó a empellones del departamento, desnudos. Se encerró. Al día siguiente, cuando fui a Sparking, me negaron el acceso y me entregaron mi carta de despido. Menos mal que había trabajado largos ocho años porque con la liquidación alquilé una granja a las afueras, me dediqué a producir lácteos orgánicos, y ahora soy mi propio jefe y empleado; de hecho, he comenzado a comprar la propiedad”.

“Linda historia de infidelidades, muchachos”, interviene Leandro. “Pero… hay algo en su historia que no cuadra: ¿Beto Madero, con todo el talento que tiene, comenzó una rivalidad con Darío Echenique, con todo el talento que tiene, solo por un problema de cuernos?”

“Yo tampoco me lo explico”, observa Elías. “Solo éramos amantes porque Beto para entonces ya tenía sus dos hijos”.”

Con mayor razón”, agrega Leandro. “Algo no calza”.

“Por eso necesito llegar a la Corporación, Leo. Cuando llegué al departamento hoy temprano, noté que mi laptop y algunos documentos habían desaparecido”.

“¿Documentos de qué, Darío?”

“No viene al caso. El único que sabía sobre su existencia era Pepe, y solo te diré que durante estos años… tuve que pagarle para que no dijera nada sobre ellos, y supongo que cuando lo despidieron, se lo contó a Madero. El tema aquí es que  si lo mataron, entonces se los llevó quien lo mató, y quien lo mató sabe la importancia de esos papeles, además de toda la información que hay en mi computadora”.

“¿Y quién lo mató, Darío?”

“Creo que mi pareja actual: Mauricio Estrada. No voy a decir más, excepto que… necesito llegar a la Corporación”.

 


Una hora después, una furgoneta con el logotipo de La Granjita llega al control de entrada del edificio de Corporación Echenique, situado al límite del Distrito este y Las Ciénagas, en uno de los bordes de la gran ciudad. Se trata de un complejo  muy peculiar con un edificio de cinco pisos, de los que sobresalen otros tres edificios en perpendicular pero más pequeños, todos tapizados en vidrio verde petróleo. Visto desde el aire, el complejo tiene forma de letra E, y desde el satélite, junto con el cerco, forma el isotipo de la compañía: esa letra E encerrada en un cuadrado de fina línea continua.

“Traigo unos pedidos de La Granjita para la cafetería”, dice el afable conductor.

“¿Viene a ver a alguien?”, le pregunta el vigilante.

“La señora Amaya”, le responde, mientras de reojo nota que hay dos policías en la entrada.

“estacionamiento tres, por el flanco izquierdo, doble a la derecha”. El vigilante entrega un gafete y justo en ese instante, los dos policías rodean el vehículo.

“Por favor, apague el motor, baje y abra las puertas traseras”, le ordenan mientras le muestran sus placas.

El conductor obedece la orden, deja que los efectivos retiren unos productos.

“Señor Echenique”, ordena el segundo policía, “salga de allí y entréguese sin oponer resistencia”.

Las telas del suelo, donde  hay un bulto evidente se mueven, y el policía se queda sorprendido:

“¡No es éste! ¡Nos engañaron!”, grita a su compañero.

“¿Dónde está¡”, apunta el primero al conductor.

Quién, jefe?”, le responde.

“Ya, no se haga. ¡Manos al vehículo!”

El efectivo lo esculca y le saca su billetera, la que resalta en su bolsillo posterior derecho debido a la corva de su nalga.

“¿Elías Bertello?”, verifica el uniformado.

El segundo policía sale de la puerta trasera conduciendo con las manos en alto a… Leandro.

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