viernes, 2 de diciembre de 2022

Ser Rafael 15.2: La idea del Tuco


Iba a presentarle a Jaime, de pura cortesía, cuando él torció su boca y se fue.

“¿Y ése?”

“Ah. Alguien que me preguntaba por un ejercicio”.

La música de la clase de aeróbicos comenzaba a sonar. Laura se colgó de mi cuello y me dio un besito en la boca.

“Voy a entrenar también. Te veo al final”.

Estaba pensando en el relativismo de nuestras penas. Digo, se supone que esta mujer estaba de luto, ¿e iba a ponerse a bailar?

Otra vez, el sonido de las sirenas y las luces rojas y azules de las circulinas comenzaron a darme vuelta hasta que, cariñosamente (“¡ya, ya! ¿qué haces parado ahí?”), mi entrenador me regresó a la órbita del planeta.


Esa noche, el Tuco me estaba esperando en mi casa. No había podido ir al gimnasio porque estaba haciendo el papeleo para lanzar su negocio.

“¡¿Laura se inscribió en el gimnasio?! No jodas, eso suena a marcación”

“Por una parte, bien. Así me dejo de meter en tantas huevadas. Como que ya me está cansando esa nota”.

Josué me miró sonriendo con escepticismo.

“¡Gracias, amigo!”, reaccioné. “Con votos de confianza como el suyo, ¿para qué quiero opositores? Ya, ya, a ver, ¿qué vientos te traen por acá?”

“Que ya tengo clara mi idea de negocio: una tienda especializada en productos orgánicos de la sierra, y no solo café o panela. Fruta en conserva, cacao puro, licores serranos legítimos. Y si todo sale bien, hasta artesanía, Rafo”.

Traté de analizarlo rápidamente, pero no le hallaba la viabilidad.

“¿Vienes a ver si califico como cliente?”

“No, tarado. Vengo para que tú me diseñes las bases de datos para gerencia, kárdex y esas cosas”.

“Tuco, la idea parece buena, pero tendría que empaparme más del modelo de tu negocio. Vas a trabajar con proveedores de la sierra, y no creo que estén conectados a Internet. Como que necesito bucear en tu esquema de negocio para hacerte una plataforma que valga la pena”.

“¿Qué necesitas?”

“Hablar en profundidad contigo, conocer un par de clientes potenciales y a tus proveedores”.

Josué lo pensó varios segundos.

“¿Y en cuánto tiempo tendría lista la herramienta?”

“No es difícil. En un fin de semana te la armo y la habilito bien chévere. Lo bravo es hacerla a la medida de tus necesidades”.

Josué lo pensó otro poco de segundos.

“Clientes: doña Carmen, tu vieja, la gente de este block. Ahí los tienes. Proveedores, tendríamos que irlos a ver a la sierra. Entrevista conmigo, mientras viajamos”.

“¿Viajamos, Tuco? ¿Y cuándo sería eso?”

“¿Tienes algo que hacer este fin de semana?”

“No, en realidad. Ver a Laura. Ya sabes”.

“Vamos con Laura. Subimos sábado, bajamos domingo. Dormimos en la casa de mis tíos allá”.

“Laura trabaja el sábado hasta mediodía. No creo que le den permiso”.

“Vamos tú y yo, entonces, Rafo”.

La idea no sonaba mal; pero ¿valía la pena?

“¿Cuánto está el pasaje?”

“Nada. Vamos en la moto de mi hermano. Solo tendríamos que tanquearla”.

“¿Te la presta?”

“Sobrado que sí, Rafo”.

El olor a aventura comenzaba a llegar a mi nariz.

“Ya, ‘pe. Vamos este sábado”.

“¿estarás listo a las cinco de la mañana?”

“Cinco en punto, Tuco. Pobre de ti que arrugues”.

Reímos. Chocamos las manos.

Teníamos un trato.


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