lunes, 12 de diciembre de 2022

Ser Rafael 17.1: Perdón al desnudo


el lunes, justo un día después de regresar del viaje relámpago a la sierra, salí del trabajo poco después de las cinco de la tarde, como era mi costumbre.

Apenas llegué a la calle, lo encontré allí parado como si nada.

“¿Listo, Rafo?”

Me alegré de verlo.

“Claro, Tuco. Pensé… pensé que no ibas a venir”.

No me respondió. Me palmeó en el hombro y caminamos hasta el gimnasio.

No hablamos más que de los planes del negocio y de las cosas del trabajo. No se mencionó más que eso ni al entrenar, ni cuando nos bañamos, y menos cuando regresamos a casa con Laura. Bueno, la razón es obvia.

Esa noche, los tres pusimos en blanco y negro todos los pasos que tomaríamos para que la creación de Josué se fuera concretando.

“Hoy me vieron la taleguita en el trabajo, y por lo menos dos patas se acercaron a preguntarme dónde la había comprado”, relaté.

“Hablas huevadas”, desconfió el Tuco.

“¡Verídico, hermano! Les dije que les podía conseguir, si deseaban”.

“Ay, claro. Ustedes viajan, compran cosas y a mí no me consiguen nada”, reclamó Laura.

Me levanté de la mesa, fui a mi cuarto y regresé con el tapete multicolor. Laura abrió la boca de asombro y se acercó para colgarse de mi cuello y darme muchos besos.

Josué siguió viendo los papeles que había llevado en tanto que mamá salió con tazas de café que trajimos de la sierra. El aroma era deliciosamente penetrante.

Mi madre también se sentó con nosotros, miraba cómo trabajábamos y de vez en cuando nos lanzaba ideas. Buenísimas, por cierto.

Terminamos casi a medianoche.


el resto de esos días, tras el gimnasio, Laura y yo regresábamos a mi casa y nos poníamos a trabajar en el proyecto de automatización del negocio. Decidimos tomarnos, incluso, los fines de semana. Era una curiosa manera de pasarnos el tiempo juntos, sin necesidad de terminar en sexo.

Precisamente, no recuerdo si fue viernes o sábado, cuando estábamos programando en silencio y Laura se levantó, caminó varias veces por la sala. Vio el tapete que mamá puso sobre el sofá, probó algo de café, y me quedó mirando fijamente.

“Piura’s Switzerland”

“¿qué?”

“La suiza piurana, Rafo. ¡el nombre del negocio! ¿Te imaginas? Todos los productos de la sierra de Piura en su hogar, no importa el lugar del mundo dónde esté”.

Realmente mi enamorada estaba inspirada. Llamamos al Tuco, le contamos la idea pero no sonaba muy convencido.

Aún así, seguimos trabajando.

Ese domingo fuimos a jugar pelota en uno de esos recreos campestres con piscina, cerca de la ciudad.

Estaba a punto de meter un gol, cuando nuevamente tuve esa sensación de ser observado por alguien desde algún punto. Me desconcentré, miré a los lados, y recibí un empujón de otro muchacho que jugaba.

“estás boca abierta, Rafo”, me pasó la voz.

Yo sonreí.

Esa noche, mientras estaba en redes sociales, se abrió una ventana de chat. Era al.

“Tus fotos ser muy bonitas”, escribió.

Comencé a explicarle del proyecto que estaba trabajando, y pareció muy interesado.

Al día siguiente, cuando Josué y yo íbamos al gimnasio, se lo conté.

“Al dice que puede ser nuestro concesionario en la Florida”, le anuncié.

“Suena bien. ¿Y qué le gustó más?”

“Los tejidos. Parece que la artesanía podría ser lo máximo allá afuera”.

“Excelente”.

Fuera de eso, aquel día el Tuco estaba mayormente callado.

Tras entrenar, nos duchamos. Justo acababa de cerrar la llave, cuando Josué se puso a la entrada de mi cubículo, e ingresó. Ambos estábamos mojados y desnudos.

“Rafo, sobre lo que pasó esa vez en el viaje, quería pedirte perdón. No debí hacerlo porque somos amigos, porque nos queremos, nos respetamos y porque no me parece, considerando que Laura es tu enamorada, y mi amiga”.

Quedé confundido.

“Pero, no creo que fue culpa tuya solamente. Yo te correspondí, Tuco”.

“Como sea. No debió pasar y no debe pasar de nuevo”.

“¿Crees que pueda pasar de nuevo?”

“Tenemos que evitar que pase, Rafo. Sí podemos”.

“¿quieres decir que?”

“No quiero decir nada, Rafo. Solo quiero que me perdones, y que jamás pasará de nuevo”.

¡Vaya! Un nuevo enfoque para esa rara trilogía –deber, poder, querer- que me pareció lógica, aunque no me dejó del todo satisfecho, ni convencido por lo menos.

“Tuco, no quiero perder tu amistad. ¡eres mi mejor amigo! No quiero que esa huevada nos aleje. Quiero que me trates como siempre lo has hecho”.

“Sí. Perdona. Pero estaba incómodo. Yo sé que me quieres, y precisamente por eso, vamos a hacer las cosas bien”.

“De acuerdo”.

Nos dimos un cordial abrazo, donde fue imposible evitar el contacto de las pieles. Aunque, honestamente, eso fue lo último que me preocupó, pues no quería escatimar mi afecto a esta persona. No es bueno escatimar el afecto. No es bueno guardarse nada especialmente si es verdadero y puro, como la amistad.

Cuando nos separamos, Jaime estaba en el estrecho pasillo entre las dos duchas, mirándonos con rabia.

“Ahora entiendo todo”, espetó con ridículo despecho.

El Tuco y yo lo miramos y nos carcajeamos. Jaime salió muy molesto. 

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