viernes, 9 de diciembre de 2022

Ser Rafael 16.2: La persona ideal


Casi nadie entendía mi carrera, y casi nadie me lo reconocía, así que este respaldo me enorgulleció… aunque no tenía claro por qué lo consideraba tan… especial.

“Siempre vas a contar conmigo, Tuco. Jamás lo dudes. Te lo prometí”.

A continuación, fuimos donde sus primos donde nos dieron yucas sancochadas con carne de res… y café.

Hablamos de todo un poco.

Nos sirvieron un licor de café (para variar). Riquísimo.

Josué trató de no beber mucho, pues habíamos ido en la moto.

Nos quedamos hasta las nueve de la noche y regresamos a nuestro alojamiento. Estábamos cansados.

“Menos mal que salimos. La gente de acá piensa que emborrachándose del todo le caerá mejor al resto”, comentó el Tuco.

“A mí me cayeron bien”.

“Sí, eso es al inicio; pero aguántalos un mes”.

Nos reímos.

“¿Y esa bolsa, Tuco?”

Descubrió el contenido: una botella de licor de café.

“Tú dirás, Rafo: o muere esta noche, o sobrevive hasta Piura”.

No lo pensé mucho.

“Muere esta noche, Tuco”.

Mientras yo abría la botella, él trajo un par de vasitos de vidrio.

Nos sentamos en el corredor de la casa, y nos pusimos a catar el licor mientras mirábamos al negro infinito tachonado de estrellas, más de las que puedo ver en la ciudad cuando hay luna nueva.

En el celular teníamos la mejor selección de rock y pop de los ochenta y noventa, la mejor música de todos los tiempos.

“Gracias por todo, pata. Realmente no pensé que tu presencia sería de tanta ayuda”.

“Nada, Tuquito. Ya te dije que siempre puedes contar conmigo”.

Me arrimé a él y lo abracé. Volví a mirar al cielo.

“Sabes identificar constelaciones, Tuco?”

“No. No mucho”.

“Papá, que en paz descanse, nos enseñó algunas. Mira: allí está Orión. ¿Ves las Tres Marías?”

“¿esas tres en línea?”

“sí. Hay gente que dice que la humanidad viene de allí”.

“Toda la humanidad? ¿Incluso los homosexuales?”

Me reí.

“Apuesto que sí, Tuco. Los homosexuales también son seres humanos”.

Giré mi cabeza para verlo. Él estaba absorto mirando las estrellas, mientras sostenía su vasito de licor.

La botella se vació hasta la cuarta parte… la mitad… tres cuartas partes… El efecto de su contenido no tardó en aparecer.

“¿Qué crees que esté haciendo Laura, Rafo?”

“No sé, carajo. Debe estar con sus papis, con Sonia, o debe estar jateando ya. Milagro que no me ha llamado”.

“¿La extrañas?”

“No sé,huevón”.

“Puta, si Laura hubiera venido, ¿cómo nos habríamos acomodado?”

“Ya,Tuco. Deja de pensar en Laura. Disfruta el cielo. Si por mí fuera, me quedaría a vivir acá toda mi vida. ¡al diablo con la ciudad de mierda!”

“¿en serio piensas eso? A mí también me gusta acá”.

Nos quedamos en silencio. Solo oíamos la música desde el celular.

“Te quiero mucho, Rafo”.

“Calla, huevón… Yo te quiero más”.

Nos reímos.

“Hablando en oro, Tuco: te quiero como mierda”.

Nos miramos. Sonreímos.

No quedó nada dentro de la botella de licor.

Nosotros estábamos algo embriagados. Al menos, yo sí sentía el típico efecto de adormecimiento y cierta forma típica de hablar.

No era ni las once de la noche, cuando cerramos todo, y fuimos a dormir.

Josué estaba asegurando la puerta del dormitorio. Yo estaba sentado sobre la cama sacándome la camiseta y los zapatos.

“Gracias por acompañarme, hermano”, me dijo el Tuco.

“De nada. Cuando tengas otro viaje de éstos, me apuntas”.

Se acercó y me dio la mano. Me puse de pie. Nos dimos un fuerte abrazo.

“Te quiero, Tuco”.

“Te quiero, Rafo”.

Él comenzó a acariciarme levemente la espalda. Yo froté mi mejilla contra la suya.

Entonces nos miramos. No nos sentíamos incómodos. No sentíamos nada malo.

¿Mencioné que estábamos algo borrachos?

De pronto, el universo entero se silenció.

El tiempo pareció detenerse.

Una rara electricidad fluyó.

Nos besamos.

No fue un simple piquito.

Saboreamos nuestros labios, a cada segundo con mayor intensidad.

Le quité su camiseta, y comencé a devolver las caricias en la espalda que él me había dado.

No recuerdo si él me desnudó o yo a él. El caso es que terminamos acostándonos sobre la cama avrazados, besándonos, acariciándonos, moviéndonos.

No era la típica escena lasciva donde tienes que demostrar que eres buen amante, sino que debes esforzarte por hacerle sentir a la persona que no hay nadie mejor que ella para pasar ese preciso momento, y convencerte que ésa es la persona ideal para comunicarte sin palabras en lo más íntimo de tus sentimientos.

Ni siquiera sentimos la necesidad de una penetración: solo queríamos decir con nuestras pieles cuánto nos queríamos.

Claro que tuvimos orgasmos, pero no fueron el fin del momento, sino el inicio de otro instante… ¿de qué?

No lo tenía claro aún; pero sí estaba seguro que esto era distinto a todas mis experiencias previas en la cama… incluso con Laura. 

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