martes, 20 de diciembre de 2022

Ser Rafael 18.2: Tu peor error


Lloré. Escuché que él también lloró.

Las lágrimas corrían profusamente sobre mi rostro.

Era como si el dique que las había contenido todo ese día se rompiera irremediablemente. Lo curioso del asunto es que era una suerte de desastre necesario. Algún sentido debía tener todo ese dolor.

“Rafo, ¿en serio nunca me abandonarás?”

“No, mierda. Me corto un huevo antes de dejarte. Eres mi hermano, huevón. Aunque todo el mundo te deje, yo nunca, mierda. ¿Me oíste? ¡Nunca!”

No dejé de llorar. En mucho tiempo no lo había hecho por considerarlo tiempo perdido. Obviamente, ese momento no calificaba como tal.


A la mañana siguiente, Laura me llamó. Le dije que esa noche teníamos que hablar de algo importante.

“Nos vemos en el gimnasio, entonces”, me recordó.

“OK”, respondí.

Llamé a Josué. Me costó trabajo convencerlo de que vaya al gimnasio también.

Ese día, almorcé rápidamente y busqué una joyería.

Estaba pagando, cuando volví a tener la impresión de ser observado. Miré a todos los costados, pero no encontré a nadie.

Apenas dejé el negocio, me choqué con Eduardo.

“¿Me estás espiando?”, le di a quemarropa. “Hace tiempo me estás espiando, ¿no?”

“¿Por qué piensas eso, Rafo?”

“Rafael para ti. Eres una mierda. ¿Cómo te jugaste con algo tan jodido como… como esa enfermedad?”, bajé un poco la voz.

“¿Cuál enfermedad? ¿De qué hablas?”

“Ya. No te hagas el cojudo que ya lo sé todo: estoy sano y eso es lo que importa”.

Eduardo se rió.

“Ay, Rafo. Perdón, Rafael. En ningún momento te dije que yo estaba enfermo”.

“Dijiste que perdiste. Siempre que te he encontrado borracho salías con eso, y no me vengas que no te acuerdas”.

“Perdí porque cuando te conocí, pensé que podíamos tener algo”.

“¿Ser pareja?”, sonreí burlonamente.

“Sí. Porque me gustas mucho, porque eres un experto en la cama, porque yo te puedo dar todo el placer y la dedicación que tú quieres. No creo que Laura me supere”.

NO resistí la risa.

“¿Sabes qué, Eduardo? Nunca haría pareja contigo. Solo fue sexo. Recuerda dónde te conocí, recuerda dónde te encontré. Estás mal de la cabeza”.

Comencé a caminar.

“Al menos, yo sé quién soy”, me dijo en voz alta.

“Deja de espiarme”, advertí.

Seguí mi camino.


Más tarde, Josué y yo llegamos al gimnasio juntos. No es que el Tuco anduviera con el ánimo a tope, pero tenía fe que una hora y media de esfuerzo físico le activara las endorfinas, la serotonina o la oxitocina, y eso podría arreglar el asunto mientras tanto.

Nos pusimos la ropa de deportes y salimos a hacer nuestra rutina, pero antes me desvié a la sala de aeróbicos para buscar a Laura.

La encontré conversando con dos chicas.

“¿Amor?”, la llamé.

“¡Rafo, mi vida, te extrañé!”

Se me acercó y me besó.

“Oye, te tengo una mala y una buena noticia”.

Laura cambió su semblante alegre.

“Ay, Rafo. No empecemos otra vez, y menos aquí”.

“¿Cuál quieres primero?”

“La mala”.

“Bueno… La mala es que…. Ya no seremos enamorados”.

Laura comenzó a enfurecerse.

“¡Y déjame adivinar la buena: te revolcarás con alguna perra de esas que siempre solías buscar!”

Sonreí abiertamente.

“Yo no diría eso, Laura”.

“¡Y encima eres un cínico, Rafael!”

Comenzó a darme manazos en mi pecho.

Sorpresivamente, saqué una cajita negra forrada en terciopelo.

Laura se quedó helada. Enrojeció de vergüenza.

“La buena”, dije tranquilamente, “es que delante de todos, te pido que dejemos de ser enamorados para comenzar a ser esposos”.

Abrí la cajita, y el anillo de compromiso brilló ante sus ojos… y los de toda la gente que curioseaba con poco disimulo, alrededor.

Laura se quedó muda, empezó a respirar más rápido.

Se desmayó.

Mientras la reanimábamos con ayuda de sus amigas, la gente allí adentro comenzó a aplaudir.

Laura y sus amigas no hicieron la clase, y se quedaron contemplando la joya. Yo sí comencé mi rutina.

Cuando estaba acercándome a la primera máquina, se me cruzó Jaime.

“¡Hipócrita!”, me regañó.

No le hice caso.

En la máquina del costado estaba Josué, jalando las poleas con una fuerza inusitada, como si la furia pasara a ser su combustible. Creí entenderlo. Tras todo lo que se enteró, y el hecho de que tenía que asumir una lucha de por vida, su actitud era justificada. O al menos creí eso.

Comencé a hacer barras.

Tras finalizar la rutina de ese día, fuimos a tomar un baño, como era costumbre.

Cuando terminé, me asomé a la otra ducha. Josué tenía el cuerpo untado en jabón.

“¿Te parece si mañana seguimos lo del negocio? Esta noche quiero pasarlo con Laura”.

No me dirigió la mirada.

“Normal. Como quieras. Mañana lo seguimos”.

“Tuco, solo será por esta noche. No creas que voy a dejarte ir solo por lo que sabemos”.

Por fin me miró.

“No es eso,Rafo”.

“¿Entonces?”

“Tú sabes muy bien que estás cometiendo el peor de tus errores, y la estás arrastrando en esto”.

Me quedé mirándolo sin responder.

El Tuco tenía razón.

Mientras tanto, el agua revelaba de nuevo el cuerpo trigueño de mi amigo, en el que por fuera todo parecía normal, pero donde más de una procesión circulaba por dentro. 

“¿Qué debo hacer, entonces? ¿Dar marcha atrás?”, lo cuestioné humilde.

“Piensa en ti, por favor, Rafo. Solo piensa en ti. No jodas tu vida por quedar bien con el mundo entero. Solo piensa en ti”.

El rostro de Josué tenía un gesto de súplica.

“Ya tomé una decisión. Voy a afrontarla, Tuco”.

Mi amigo se quedó en silencio por algún ratito mientras el agua de la ducha no dejaba de tapizarlo de un brillo opaco e indiferente.

“Caballero. Te apoyaré… pero no estoy de acuerdo contigo”.

Bajé la mirada.

Nos quedamos en silencio por casi un minuto o dos.

El agua se desvanecía por el sumidero.

¿Qué más se estaba desvaneciendo en mi vida?

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