miércoles, 7 de diciembre de 2022

El precio de Leandro 16.3:: Pensé que lo conocía


Minutos después, en una clínica del centro en la gran ciudad, Baldo Pérez se sienta al costado de Adela Barrios.

“Té verde para ti, café negro para mí”.

Adela sonríe levemente y agradece; bebe un poco:

“No sé cómo agradecerte que nos hayas ayudado a esta hora. No sabía a quién recurrir”.

“Descuida. Me he ausentado tanto tiempo que… bueno, quiero recuperar el tiempo que perdí”.

“Parece que Leo te perdonó”.

“¿Y tú, Adela?”

“Hace tiempo te perdoné. En realidad, si hay una responsabilidad, es de ambos”.

“Tienes razón. Y si no me hubiese comportado como el cobarde que fui, creo que nada de esto hubiese ocurrido”.

“Pensaba que conocía a mi hijo, pero…” Adela suspira y una lágrima aparece en sus ojos.

Baldo pone su brazo izquierdo sobre los hombros de Adela:

“Leandro no es un mal chico; simplemente, trató de responder a la adversidad con la primera herramienta que tuvo a mano: su apariencia. Pero fíjate que en todo momento, lo hizo para darte una mejor vida. Ése no era su trabajo sino el mío”.

“¿En qué nos equivocamos, Baldo?”

“En muchas cosas, Adela; pero quizás la más importante: jugar según las reglas. Yo debí respetarte esa noche”.

“Y yo debí negarme”.

“Como dices, la responsabilidad es compartida”.

“Leo también debió jugar según las reglas, Baldo; aunque también tengo culpa en esto: tanto que empujaba a Cintia y a él mismo a algo sobre lo que ninguno de los dos estaba seguro. Me preocupaba lo que había descubierto sobre Leo, y nunca tuve el valor de conversarlo como madre e hijo”.

“Leo ya es mayor de edad; tiene que aprender a responsabilizarse por su vida y sus acciones. Tú y yo podemos opinar, aconsejarlo, pero sus decisiones son suyas”.

“Pero, mi deber como madre…”

“Ya, Adela, deja de culparte. Al menos tomó la precaución de asegurarlas. Este lugar no es barato. De veras, estoy terminando unos trámites en la Corporación, y tendrán un seguro extra”.

Adela toma otro sorbo de té:

“¿Cómo te va en la presidencia?”

“Administrador judicial, mas bien. Logramos contener la fuga de inversionistas y proveedores. Ahora tenemos que recuperar la confianza de todo el mundo. Yo pensaba ya no regresar a ese edificio, lanzar mi carrera al Congreso; todo tendrá que esperar cinco años más”.

Una mujer en ropa verde clara se les acerca.

“Adela, señor Pérez, buenas noches, mejor dicho buenos días”.

“¿Cómo está Cintia, doctora Barreto?”

“Todo en orden. Solo fue una descompensación. Un poco de suero con vitaminas, descanso y listo. Que se quede en observación el resto del día de hoy, que pase la noche aquí, y el lunes le damos de alta durante la mañana”.

“¿Y el bebé, doctora?”, pregunta Baldo.

“Sin novedad. Para sus cinco meses de gestación, creciendo fuerte… y esperemos que sin problemas. Si Cintia toma su tratamiento, no tiene por qué haber complicaciones cuando nazca. Y… ¿cómo está Leo?”

Adela suspira. Su vaso de té está medio lleno, medio vacío.

 


Justo en ese momento, un hombre cuarentón se satisface por segunda vez. Descansa un poco sobre el cuerpo del muchacho cuyo trasero ha disfrutado esa madrugada.

“Qué rica perra eres, gringo”.

“Qué bueno te haya gustado”, le dice el joven totalmente desganado. “Ahora déjame dormir”.

El hombre gira, se quita el preservativo y lo lanza hacia un rincón, se acomoda al lado del chico, quien gira hasta ponerse de costado. Medio metro más allá descansan otros dos varones. Uno ronca como motor diésel con el escape roto. El chico ya se está acostumbrando a tanta bulla. Se acomoda su ropa interior y trata de dormir. Está resignado; es el precio que deberá pagar para sobrevivir en la prisión. Quién sabe si vuelva a dormir cómodamente alguna vez en el dormitorio de su penthouse. Por ahora, un novio y una novia sin planes para casarse viven allí montando esporádicas reuniones swinger, a la vez que administran la Torre Echenique.

 

[FIN] 

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