jueves, 1 de diciembre de 2022

Ser Rafael 15.1: Mi mundo comienza a descascararse


Elena se quedó tres semanas con nosotros. la última se llevó a mamá a un hotel en la playa, a unas tres horas de casa.

Claro que mamá puso mil y un pretextos para no ir, pero mi hermana se las ingenió para que aceptara. mejor dicho, casi se la llevó en peso.

Aproveché esa semana para probar algo que elena me sugirió: convivir con Laura. comenzamos un martes y me pareció que la idea no fue buena.

yo solía despertarme a las seis y media o siete de la mañana, arreglarme, tomar desayuno y a las ocho estar ya camino al trabajo, donde me quedaba hasta las cinco, iba al gimnasio, y regresaba a las nueve o nueve y cuarto.

Laura se levantaba a las seis, salía a correr media hora, llegaba a bañarse, preparar el desayuno (junto a Carmen) para tomarlo conmigo, ir a su trabajo, y estar de vuelta a las cinco y media o seis de la tarde.

"¿Por qué tienes que ir al gimnasio?", me enfrentó la primera noche. "¿Por qué no sales a correr conmigo? ¿Cuál es tu obsesión de sacar cuerpo? eres mi enamorado. yo te quiero como eres. ¿O es que estás sacando cuerpo para otra mujer?"

"¿Y éso a qué viene? toda la vida has sabido que siempre he entrenado en el gimnasio. ¿A qué viene el reclamo?"

"Que te tengo que esperar tres horas, que llegas cansado, casi no hablamos".

Me le acerqué, y la comencé a besar y acariciar.

"Rafo, no me convencerás con ese truco".

yo continué.

"Rafo, no..."

Laura se dejó envolver tanto, hasta que cayó conmigo en la cama para hacer el amor, con la intensidad que siempre solíamos aplicar. ah, claro, y sin olvidar la protección: tenía que comprar un paquetito todos los días, pues todos los días se repitió la misma escena.

Siempre que terminábamos de hacerlo, Laura solía descansar su cabeza sobre mi hombro.

"Rafo, ¿crees que funcionemos como esposos… quiero decir, que seamos una pareja para toda la vida?"

Honestamente, no tenía respuesta que me convenciera.


Si algo pasaba conmigo, por aquellas semanas, era que sentía a mi mundo comenzando a descascararse; algo que no me atrevía a ver se descubría frente a mí. Pero tampoco me atrevía a abrir los ojos para comprobar, de hecho, que estaba allí y era imposible ignorarlo o evadirlo.

"Creo que sí, pero ya sabes qué pienso sobre casarnos".

"Claro".

una de las cosas que más extrañaba de mis noches era que, cuando no iba a ver a Laura, me ponía a conversar por la computadora o el celular; por ejemplo, con Al.

El problema era que tampoco me desesperaba por chatear porque cuando le contée a Al que Laura vendría a pasarse unos días conmigo, me trató hoscamente: "Laura no merecer lo que tú dar", me dijo un día por videollamada, mientras se quitaba la ropa para mostrarme sus bubble butts. A pesar de su molestia, me masturbé igual aquella vez. Sí, sé que es paradójico, pero igual ambos salimos ganando: él vio cómo me autocomplacía hasta explotar, todo por la Webcam.


Luego que Elena y mamá regresaron, volví a mi rutina ‘de soltero’, excepto que Al ya no me hablaba por la Internet.

Mas bien terminé hablando con mi hermana, frente a frente, en mi cuarto.

Ella tocó la puerta y se metió, mientras yo escuchaba música.

“Negrito, ¿y conversaste con Laura… sobre eso que conversamos?”

“No. No creo que sea una cosa de vida o muerte”.

Elena suspiró y acarició mi cabello crespo.

“Negro, actúa ahora que puedes. Toma una decisión basada en lo que realmente te hará sentir bien. Más tarde… puede ser muy tarde”.

“Zamba, hay algo que no te conté”.

Elena me miró con mucho interés. Tomé aire y le relaté la primera noche que pasé con Eduardo, claro está, obviándole ciertos detalles morbosos.

Aunque sentía vergüenza hablando, también sentía que me liberaba de un gran peso.

“Ay, Dios. Negro… ¿Hace cuánto pasó eso?”

“Cuatro, casi cinco meses”.

“Si tienes algo, no nos enteraremos hasta dentro de un mes o dos meses”.

“¿Y eso por qué?”

Elena me explicó que, por lo menos, el VIH se hacía detectable al sexto mes.

En realidad se pasó dándome una especie de consejería sobre el tema.

Me quedé preocupado.

“Soy de lo peor, ¿no Zamba?”

Elena volvió a acariciar mi cabeza.

“Eres un muchachito ligeramente irresponsable; pero, recuerda lo que te dije: pase lo que pase, la primera persona con la que debes contar es conmigo”.

Hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien, que alguien me consideraba con un cariño tan honesto y hermoso.

“Te amo, hermanita”.

“Yo más, Negro feo”.

Sonreímos y nos dimos un estrecho, lindo y cálido abrazo.

“Prométeme que lucharás por ser feliz, Negro, y que te chequearás”.

“Te lo prometo, Zamba. Te lo prometo”.


Al día siguiente, elena tomó su vuelo de regreso a la capital. Yo regresé a mi rutina de siempre: trabajo, gimnasio, Laura. Y cuando no había Laura, entonces redes sociales.

Al ya no me hablaba en línea, aunque tampoco me había eliminado de sus contactos. Por lo tanto, si él no me habla, ¿yo para qué? Si quería ‘ley del hielo’ hasta raspadilla le mandaba.

Pero tampoco fue el fin del mundo. Seguía encontrándome con mi amigo Josué en el gimnasio, hasta que sucedió algo distinto: me esperaba en la puerta de mi trabajo y así íbamos y salíamos juntos.

Solo para seguir hablando, pusimos como pretexto la ducha luego de cada sesión de entrenamiento.

“Oye Tuco, ¿por qué le destrozaste el corazón a elena?”

“¿Te contó? Tú ya sabes la razón”.

“¿Por qué se la dijiste? Eres bien huevón”.

“Porque es mejor ser transparente para luego evitar problemas, ¿no crees?”

¡Listo! El Tuco me jodió… fraternalmente, pero me jodió.

¡Bien hecho por meter mi pequeña y carnosa boquita donde nadie me llama!

Por otra parte, Josué fue el repelente perfecto para esos ‘lanzados’ como Jaime, quien nunca volvió a acercárseme. Es decir, mientras Josué estaba a mi lado, porque un día que no fue, Jaime se aproximó más de lo debido.

“Por fin viniste sin tu ‘seguridad’”.

Yo me sonreí abiertamente.

“Somos amigos. No me digas que estás celoso”.

“Como que no tienes olfato para seleccionar a tus amistades, bebito”.

Jaime colocó la yema de su dedo medio sobre mi duro abdominal superior y y lo presionó, como queriendo bajar.

Me dio vergüenza por el resto de la gente que, si bien estaba concentrada entrenando, pudo haber advertido el ‘lance’.

En eso, sentí que alguien me obligaba a girar tomándome del brazo.

Volteé.

“??Laura!! ¿Q-qué haces aquí?”

“Entrenando, amorcito. Acabo de inscribirme”.

Me abrazó. Yo estaba marcando treinta y ocho del susto.

    

No hay comentarios:

Publicar un comentario