lunes, 26 de diciembre de 2022

Ser Rafael 19.1: No avalaré una farsa



Los preparativos para los dos matrimonios, tanto civil como religioso, o al revés, nos tomaron unos tres meses acelerándolo todo (es decir, pagando todo tipo de sobrecostos), pues no queríamos que se cruzara con las celebraciones de fin de año. No hay nada más incómodo que poner tu boda cerca de Navidad y Año Nuevo, al punto que los invitados no tendrían claro por qé se emborracharon.

Tampoco queríamos que se cruce con mi cumpleaños: la víspera de Navidad. Por eso mi segundo nombre, Jesús.

Lo que más nos retrasó fue buscar una iglesia relativamente céntrica y decente. Laura quería algo tan amplio como la Catedral; yo prefería algo más íntimo. Hasta una paraliturgia me vendría bien, pues solo deseaba decir ‘sí, juro’ (¿o era ‘sí, acepto’?), y listo.

Al final llegamos a un término medio en una iglesia céntrica y discreta. Claro que dejando dos noches asistíamos a las charlas prematrimoniales, donde la única entusiasta a morir era Laura; yo, la verdad, no entendía tanto simbolismo y tanta fórmula. Seamos realistas.

Fueron tres meses de abstinencia sexual también; es decir, solo lo hice con ella, pero en ocasiones tan espaciadas, que cierta vez me comentó que su mayor deseo era llegar a la noche de bodas para disfrutar a tope y sin preocupaciones… léase, sin condón.

Acordamos vivir en mi casa temporalmente. De hecho, mamá renunció a su alcoba matrimonial y se pasaría a mi cuarto; yo pasaría a la suya (Laura y yo, es decir). Sí, viviríamos con ella; pero, teniendo en cuenta que Laura y doña Haydeé se llevaban de maravillas, la convivencia suegra-nuera iba a ser de lo más cordial. El que salía perjudicado era yo, pues no perdía una madre, sino que me ponía doble soga al cuello.

Sin embargo, la convivencia no fue posible durante el periodo previo a la boda; se pospuso para después de la ceremonia.

Cuando no la pasaba con Laura, estaba reunido con Josué viendo detalles y avances de su negocio, o acompañándolo por el simple hecho de acompañarlo para que continúe rumiando su condición de salud.

Me familiarizé con el cóctel de medicamentos que le obligaban a tomar: isoniacidas, ácido fólico, sulfas. También nos habituamos a comer más saludable, dejar de beber alcohol, y no abandonar el gimnasio. en realidad, la última fue decisión nuestra, pues jamás se la prescribieron.

Su ánimo fue aumentando poco a poco.

Sus padres y hermanos fueron adaptándose a la nueva realidad, aunque vivían con terror de que alguien se enterara o se contagiara.


Merchandise arrancó con el pie derecho. Abrió una tiendecita en el centro de la ciudad.

Durante la primera noche, quienes hacían bulla eran los grillos; pero ese fin de semana, hasta yo tuve que ponerme detrás del mostrador para atender a la clientela.

Al segundo mes, los pedidos por las redes sociales se hicieron significativos, por lo que Josué tuvo que reclutar a dos proveedores más, y hacer viajes cada tres días a traer mercancía.

Merchandise comenzaba a pegar, y Josué –ya poco le llamábamos el Tuco- comenzó a planear el ingreso a centros comerciales o a ampliar la tienda.

Solo faltaba una semana para la boda. Era domingo, y le estaba ayudando a cerrar el local,, tarde por la noche, luego de haberle ayudado todo el día.

“Tendrás que contratar más vendedores. Esta época de fiestas es jodida para todo negocio”.

“Tienes razón, Rafo. Mi hermana ya no se abastece sola por las tardes”.

“Oye, mi matri será el sábado que viene, el dieciséis. Laura y yo estuvimos conversando si acaso podrías…”

“No. La respuesta es no”.

Me incomodó un poquito su actitud.

“Tuco, no quisiste ser el padrino por ese rollo de que estaba cometiendo un error…”

“Y lo sigo sosteniendo, Rafo. Estás engañando a Laura, engañando a todo el mundo. No creo que te estés engañando a ti. A mí no me engañas”.

“De acuerdo. Sí, soy consciente que lo hago por tapar algo. El caso es que Laura y yo queremos que, al menos, seas el testigo del civil”.

Josué se rió levemente, tan incómodo como yo. Verificó las cámaras de seguridad en su lap-top.

“Del agua mansa me libre Dios, que del registrador civil también me libro yo”.

Me le acerqué.

“Para mí sería realmente importante que tu firma esté en esa partida de matrimonio”.

Me clavó la mirada.

“Rafo, créeme, te quiero como mierda, y tú sabes cuánto, pero no avalaré una mentira, ni ante Dios ni ante la Ley… especialmente ante la Ley. A lo mejor termino preso por mentir”.

Se rió. Me contagió esa chispa de buen humor.

“Mira, Josué: piénsalo con calma. Lo del testigo no se necesita sino hasta la misma ceremonia. Me avisas un día antes, ¡el viernes!, y listo”.

Me miró con ternura.

“Rafo, ¿y por qué no paras esta farsa? Ambos sabemos perfectamente que no serás feliz”.

Tragué saliva. O sea, Glup.

Fue la primera vez en mi vida que miraba el rostro de alguien que me generaba mariposas en el estómago, esa ansiedad de no querer separarte, esa sed inexplicable de hacer eterno el momento. ¿Qué mierda te estaba pasando en ese instante, Rafael Jesús?

Le acaricié nerviosamente su mejilla izquierda.

Él me tomó suavemente la muñeca.

Comenzamos a acercar nuestros rostros.

Treinta…

Veinte…

Diez centímetros…

¿Iba a ocurrir lo que pensábamos que iba a ocurrir?

Nueve,

Ocho.

“Las cámaras, Rafo”.

“Al diablo las cámaras”.

Cinco,

Cuatro.

Mi celular sonó.

Era Laura, preguntando cómo estaba todo en la tienda y si Josué quería más ayuda.

Cuando terminé de hablar, él tenía todo listo.

“salgamos”, me ordenó.

Activó la alarma antirrobos.

Fuimos en silencio a sacar su motocicleta de una cochera vecina.

Al llegar a donde él la tenía estacionada, la preparamos para salir a casa.

“Tuco, ésa es la razón por la que te opones, ¿cierto?”

“Rafo, tú debes tomar la decisión correcta, pero tú en función de ti, no de mí, no de Laura, no de nadie. Tú puedes hacerlo”.

“Te juro, Tuco, que ya no sé ni lo que quiero, a pesar que tengo claro lo que debo y lo que puedo”.

Josué subió a la moto, la arrancó, me indicó que abordara. 

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