jueves, 6 de octubre de 2022

El precio de Leandro 7.2: Aires de independencia


El futbolista intenta serenarse mientras camina por el estacionamiento cuando otro claxon parece llamarlo. Lo ignora y sigue caminando. Otra vez suena la bocina. Leandro se para dispuesto a mentarle la madre al impertinente, y cuando voltea… ¡Rico lo saluda desde su taxi! Leandro se alegra y va hacia él, abre la puerta del copiloto. Entra.

“¡Me dijeron que metiste un golazo!”, celebra el conductor.

Leandro sonríe y siente que le palmean el hombro.

“Celebrar es justo y necesario”, le aconseja Roberth, quien ocupa el asiento trasero.

“Sí… Vamos a la Torre, quiero sacar a mi vieja a comer”.

“Antes me dejas por mi caja de zapatos, Rico; tengo que procesar unas fotos ahora mismo”, pide el fotógrafo.

Al salir del estacionamiento, Leandro ya no divisa el auto de Darío.

“Nos vamos a encontrar con él en la Torre”, advierte Rico, adivinando la mirada de su amigo.

“Me importa un carajo”, espeta el goleador.

 


Tras dejar a Roberth en su búnker, Rico lleva a Leandro hasta la Torre Echenique.

“Cuando llegué a este país, lo primero que hice fue vender refrescos en el emporio Comercial. A los dos o tres días, un señor me vino a comprar un vaso. Ya lo había visto desde el primer día mirándome fijamente cuando pasaba, hasta que se me acercó, me dijo que era el dueño de una tienda de ropa interior masculina, que si le interesaba trabajar con él. Le pregunté qué podía hacer, y me propuso ser modelo. A míno me jodió la oferta: ya había posado desnudo y hasta erecto en mi país, y más cuando la crisis aumentó. Un día llegó a la tienda un chico que tiene un club gay acá en el Distrito Central, me propuso trabajar como azafato. Acepté. Ese mismo fin de semana conocí a Darío. Era cliente habitual. Vi que me tomó interés, y cuando me dijeron quién es, le comencé a sonreír. El resto es historia”.

“¿Y por qué se pelearon, entonces?”

“No fue una pelea lo que se dice una pelea. Darío quiso meterme en el mundo del modelaje de glamour y no me sentía a gusto. Lo mío es exhibirme, mostrar, excitar. Se lo dije varias veces, pero él se resistía. Hubo cosas que no vienen al caso, pero me enteré de que este taxi estaba en venta, le pedí si podía ayudarme a comprarlo, y en vez de prestarme, me lo compró y lo puso a mi nombre, y ahora lo uso pa’ trabajar”.

El vehículo llega a la Torre, Rico se estaciona y mira su celular.

“Espérame aquí, bajo con mi vieja, Cintia y vamos a comer algo afuera”, invita Leandro.

“Darío aún no llega”.

“¿Cómo sabes?”

“¿Sabes lo que es un GPS? Cuando instalaron los aparatos en los vehículos de la corporación y los de la familia Echenique, Darío puso uno en mi carro. El asunto es que nunca supo usar el aplicativo, y yo nunca lo borré. Voy a dar una vuelta, cuando estés bajando con tu mamá, me llamas y vengo a recogerlos”.

Leandro no entiende, pero hace caso.

 


Sin embargo, sus planes no salen como espera. Cintia tenía que salir volando a la Casa de Novios y no había nadie quien se quedara con Adela.

“Disculpa, hijito, pero no me siento bien esta tarde… ¿Te gustaría una ensaladita de frutas?”

Leandro acepta. En diez minutos, los dos tazones están listos con sus respectivos chorros de miel de abejas, algo de quinua y yogurt. El joven cuenta cómo el San Lázaro triunfó esa tarde y el gol que hizo.”¿Y Darío, hijo? ¿Por qué no vino contigo?”

Leandro carraspea:

“No sé; me dijo que tenía unas diligencias”.

Adela mira su tazón, toma aire:

“Hijo… yo….”

Leandro se pone en modo de alerta, pero Adela no consigue reunir todo el valor que necesita:

“Me llamaron de la casa del barrio y me dijeron que la desocupan porque está lejos del Emporio Comercial, que hay cuartos más baratos y… desocuparon nuestra casa. Mañana me entregarán las llaves y quiero saber si me puedes acompañar”.

“Claro, má. Mañana descansaré”.

“Leandro, hace tiempo que quiero preguntarte algo sobre Darío y tú… ¿solamente son… amigos?”

Nuevamente, el futbolista suda frío, quizás helado, respira hondo:

“Sí, nada más que amigos. ¿O me ves poses de marica?”.

“eso no viene al caso, hijo; lo que me intriga es… ¿por qué todo esto?”, Adela gira la cabeza en dirección a todas partes del departamento.

“Porque Darío se siente solo, má. Tiene algo llamado depresión crónica; entonces, trata de llenar su vacío dedicándose al resto, no tanto a él”.

“¿es bipolar, acaso?”

“No sé qué es eso, má, pero sí sé que toma medicina y creo que va a terapia”.

“No sabía, Leíto”.

“Descuida, má. Entonces, a veces anda muy contento, luego se pone triste, luego quiere hacer miles de cosas, luego nada, hasta lo he visto reír y al minuto llorar”.

“¿Y por qué no podemos mencionar a Rico en su presencia?”

“Malos negocios que hicieron, y que tienen que ver con el carácter de Darío”.

“O sea… ¿puede dejarte en la calle a ti?”

“Por eso estoy dejando papeles por mi cuenta; cuando eso suceda, ya tengo algo mío”.

“entiendo. Pobre muchacho”.

Leandro sigue comiendo su ensalada cuando una luz llega a su cabeza:

“Ma, ¿dices que mañana te entregan las llaves de la casa?”

“Sí, hijo. ¿Por qué?”

“¿Te acostumbras aquí?”

“La verdad, hijo, no”.

Leandro se toma unos segundos:

“Tengo una idea, má”.


  

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