jueves, 20 de octubre de 2022

Ser Rafael 9.2: Acarícialo ahora que puedes


Llegamos a la calle donde estaba el dormitorio de Antonio. Miré a todos los lados: cero gente.

Sin vergüenza alguna y mostrando la reacción de mi falo bajo la ropa ajustada, bajé y me metí en la casa.

Como la escalera para llegar al dormitorio era independiente, me daba lo mismo que se me viera o no; total, nadie estaba allí. Incluso el propio Eduardo pareció no advertir el cuadro porque siempre estaba delante de mí.

Al llegar a la habitación, traté de sacarme el traje.

“¿No te meterás al baño?, me preguntó Eduardo.

“Sí, una vez que consiga quitarme esto”, le respondí.

El muchacho se me aproximó y ayudó a deshacerme de la tela que el sudor había pegado a mi piel.

Cuando por fin yo estaba con todo el torso desnudo, le detuve sus manos.

“Gracias. Esta parte será sencilla”.

Él se retiró y se sentó en la cama.

Al quitarme las mangas de las piernas, saltó mi erección.

Traté de no darle importancia, de no mirar los ojos de Eduardo. Tomé una toalla y me metí brevemente a la ducha para limpiarme la capa pegajosa a lo largo de toda mi piel.

En un par de minutos estaba fuera.

Eduardo miraba la televisión. Tenía la pantalla sintonizada en una película pornográfica heterosexual que daban en el canal para adultos.

Tomé mayor atención a lo que veía: el actor era T.T.Boyd.

Me quedé desnudo contemplando la escena, y la excitación, que había decrecido con el agua fría, retornó.

“Bonito discurso de cumpleaños”, me dijo Eduardo.

“¿Tú crees?”

Mi miembro ahora estaba totalmente congestionado de sangre y casi palpitando.

Él volteó a mirarlo.

Entonces, buscó MIS OJOS.

“No voy a hacerlo, Rafael… No puedo, no debo… No quiero”.

Nos miramos unos segundos más.

Él se levantó y vino hacia mí.

Puso su mano derecha sobre mis pectorales y comenzó a bajar lentamente.

“Al final sí quieres”, le dije en voz baja.

Su cabeza se fue aproximando a la mía. Su mano ya estaba en mi abdomen.

“No debo, pero sí quiero”, dijo él casi susurrando.

Su mano ya estaba en mi recortado vello púbico. Su cabeza estaba demasiado cerca a la mía.

“Hazlo ahora que puedes”, asentí.

Por fin, sus suaves dedos comenzaban a acariciarlo, a sujetarlo, a masajearlo.

Su boca estaba a milímetros de la mía.

De pronto, Mi celular sonó…

“Espera”, le dije.

Era Sonia pidiendo que, al regresar, compráramos una botella de vino en la estación de servicio cercana.

Mi erección decayó un poco. Busqué mi boxer, mi pantalón y mi camisa.

Eduardo seguía inmóvil donde lo había dejado, a mitad del dormitorio.

“¡Vamos! El trago se les está acabando”, le avisé.

Eduardo caminó hacia la puerta. Yo también.

Cuando él iba a abrirla, se detuvo.

“Queríamos pero no pudimos”.

“Tampoco debíamos”, repliqué.

Eduardo demoró otro par de segundos. Al fin abrió la puerta.

Bajamos.

Al regresar a la casa de Laura, la reunión estaba en su apogeo.


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