miércoles, 19 de octubre de 2022

Ser Rafael 9.1: El cumple en licra


Bam, bam. Cinco pa’ las doce. El cumpleaños va a comenzar.

Llegamos justo a la hora que Antonio nos dijo, tras un viaje de diez minutos (cuando en realidad durahba menos de cinco) para evitar que las rosas se estropearan con la velocidad del aire y que el extraterrestre narigón de peluche volara involuntariamente, no hacia las estrellas sino a la polvorienta calzada.

De solo imaginar que tenía que bajarme a mitad de calle, con ese traje de tela elástica pegado al cuerpo, y agacharme para levantar algo que se me hubiera caído… ¡no! Mi única opción fue aferrarlo todo con fuerza, del mismo modo que un niño impide que un globo inflado con helio se pierda arriba, en el infinito cielo celeste… si es que está celeste aquel día.

En la puerta de la casa de Laura estaban apiñados unos seis mariachis.

“Te dejo aquí, Rafael. Voy a entrar para no levantar sospechas”.

“¡Me dejarás aquí solo?”

Estaba avergonzado; digo, ellos con sus trajes de charro y yo… bueno, con esto encima, prácticamente desnudo.

“No. Ahí están los mariachis. Además, Sonia está esperándome en la puerta. Ya sabes, entran ellos en fila y tú a la cola”.

Me reacomodó la bolsita de regalo con el peluche y me colocó mejor el brazo para contener a las rosas. No había mucha gente en la calle, pero juraría haber oído un silbidito burlón de algún palomilla homofóbico… o todo lo opuesto.

Me puse detrás de los mariachis, quienes ajustaban el guion con el que actuarían.

Si algo me consoló era que, además de mí, estos seis fulanos tenían la ropa tan entallada que les marcaba el trasero y las piernas. La moda ‘pitillo’, pensé.

Uno de ellos me pasó la voz: era un muchacho que conocía de vista, de la universidad; pero su saludo, por obvias razones, me puso más nervioso aún. Ya imaginaba los comentarios al día siguiente: ¡muerte social en las redes informáticas! Por lo demás, el tipo no tenía nada fuera de lo común.

Al fin se abrió la puerta, y el sexteto tocó Las Mañanitas. Fueron avanzando y yo también, a la zaga.

Ciertamente, Sonia estaba fungiendo de portera, y apenas ingresé al jardín delantero de la casa de Laura, cerró la puerta tras de mí.

La cumplementada no podía ocultar su emoción, y la hizo evidente cuando me vio entrar entre los mariachis con las rosas y el peluche. No aguantó las lágrimas y se colgó de mi cuello. Entonces, los músicos interpretaron una versión a ritmo de bolero de Héroe, que la cantó Enrique Iglesias.

“¡Mi amor, viniste! ¡Cuánto te amo”, me dijo al oído.

“Esto es poco. Te mereces más, mi princesa”, le rrespondí.

La besé en los labios, con el fondo romántico de un lado y los gritos ‘alentadores’ del otro. Lo que sí tenía miedo es de mi reacción física ante tanta algarabía, por lo que procuraba no rozarme tanto con ella, en especial allí adelante. No quería hacer un papelón justo frente a sus padres y sus compañeros de trabajo.

¿Ya mencioné que debajo de ese disfraz no tenía nada, absolutamente nada?

Dejé llevarme por la música, sin dejar de abrazarla.

Cuando el tema acabó, Sonia se dirigió a ella, señalándome: “Aquí está tu héroe, y más que eso, tu superhéroe”.

¡Caray! Eso lo explicaba todo.

Seguí al costado de mi emocionada chica y contemplé el concierto de los mariachis. De vez en cuando nos besábamos.

Cuando vi a sus compañeros, noté su alegría y su alborozo. Todos hicieron contacto visual conmigo para transmitirme esa energía; pero Eduardo para nada volteó a mirarnos. Le resté importancia. Mejor así.

El concierto de los mariachis duró media hora.

Antes de finalizar, me pidieron que hable. Eso no estaba en mi libreto. No había preparado nada. A decir verdad, me bloqueé mentalmente.

La sala se puso en silencio.

Todos me miraban… menos Eduardo, para variar.

Observé a Laura.

“Amor… Desde que nos conocimos… sabes que siempre admiré tu talento, tu carácter decidido, tu energía y tu entusiasmo… Sé que a veces no soy todo lo perfecto que se puede esperar, pero si de algo puedes estar segura es de mi amor… En… en este día de tu cumpleaños, quiero desearte lo mejor del mundo, lo mejor de la vida, que siempre busquemos la felicidad, y que… que el amor… nunca se nos acabe”.

Laura volvió a asirse de mi cuello y a llorar de emoción. Yo también la abrazé fuerte y la besé en los labios nuevamente, entre los gritos y estrepitosos aplausos de todo el mundo. Al diablo con mi entrepierna. Con los nervios, era difícil que suceda alguna reacción bochornosa.

Eduardo también aplaudió, pero se resistió a ver plenamente la escena.

Nos sentamos a tomar algo y a departir un rato, cuando sentí que el disfraz ya comenzaba a sacarme de quicio; mejor dicho, a metérseme entre las nalgas y a asfixiarme por completo.

Aproveché que Laura se metió un ratito en su cocina para darle alcance y hablarle en voz baja.

“Amor, ya vengo un toque, ¿sí?”

“¿Qué pasó?”

“Tranquila. ¿Puedes pasarle la voz a Eduardo?”

Ella puso un semblante de preocupación.

“¿Por qué?”

Sonreí.

“Tranquila, no voy a asesinarlo. Solo llámalo, pero caleta”.

Unos tres minutos después, llegó Eduardo, serio.

“Vamos un toque al cuarto de Antonio. Este disfraz me está comenzando a incomodar”.

Eduardo asintió, y salimos por la puerta de servicio.

“¿Te molesta ser el superhéroe de la noche?”

“No. Me molesta que la tela se me meta por el culo”.

Eduardo se rio levemente.

Nos subimos en la moto y partimos al cuarto de Antonio. Debido a la velocidad, fue un hecho que mi torso y mis genitales rozaran la espalda y los glúteos del conductor.

Y ocurrió lo que no quise que ocurriera en casa de Laura ni tampoco en plena vía pública, aunque a esa hora ya no era tan pública que digamos: mi pene se puso erecto.


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