miércoles, 26 de octubre de 2022

Ser Rafael 10.2: ese culito masculino


Tras despertar nos colocamos nuestros trajes de baño: ella vestía un conservador bikini rosado con ribetes blancos; yo, mi bermuda guinda con unos grandes estampados a manera de hojas celeste apagado.

Nos pusimos a caminar a lo largo de la playa poblada de casas de madera y defensas de rocas grandes. Los días de semana casi no hay gente, entonces puedes andar a tus anchas.

Concursamos a ver quién contaba más pelícanos en el horizonte. Tratamos de mantener en pie un castillo de arena que desafiaba toda norma arquitectónica (perdón, somos ingenieros de sistemas). Perseguimos cangrejos. Recolectamos conchas olvidadas en la arena. Imaginamos una casa de playa en una colina cercana (a prueba de tsunamis… otra vez, somos ingenieros de sistemas). Probamos caricias atrevidas entre la arena, el cielo y el sol, con la complicidad de unas gaviotas hambrientas.

Aprovechando una palmera, nos sentamos a ver el mar.

“Rafo, qué lindo cumpleaños estoy pasando”.

“Te dije que era poco”.

“Gracias, amor. Te luciste, especialmente anoche, porque eso de vestirte de superhéroe sabiendo lo machista que eres… ¿y todo por mí?”

“Volvería a hacerlo, pero esta vez el traje lo elijo yo”.

Ambos nos reímos.

La puerta de una casa se abrió.

Dos chicas y dos chicos salieron a disfrutar la playa; es decir, suponía eso. Ambos muchachos tenían un físico inflado con anabólicos en el gimnasio. más que evidente. Uno de ellos vestía un bañador alicrado negro, a manera de un boxer diminuto; el otro tenía una tanga azul acero que apenas le podía contener un pequeño paquete, pero que

difícilmente ocultaba sus redondas nalgas, como si fueran burbujas. En realidad ambos tipos las tenían como burbujas.

“¡Rafo! ¡Ya deja de verlas”.

“¿Qué? Mejores están las mías, más naturales”.

“Oye, ¿de qué hablas? Te dije que dejaras de ver a las chicas”.

“Ay, mi amor. En realidad veía a esos huevones. Tienen que ser bien rosquetes para ponerse eso”.

Laura me quedó mirando, extrañada.

“Ay, qué machista que eres. ¿Y cuando pasemos nuestra luna de miel en Acapulco, Ibiza o Río de Janeiro?”

“No, Laura. Ni loco me pongo esas tangas”. ¿Andar con las nalgas al aire? Prefiero estar calato”.

“¿Y que las gringas o las cariocas locas se ganen contigo y quieran raptarte? ¡Nunca!”

Me reí estruendosamente. La besé otra vez.

De reojo, veía el casi esférico trasero firme del chico de la tanga azul acero que comenzaba a alejarse.

Luego, me negué a meterme al agua por temor a que alguna raya me picara: el centro de salud estaba muy lejos y no había movilidad que nos llevara.

A cambio, propuse disfrutar un fresco y picante cebiche con unas cervezas bien heladas. El sol estaba en su cenit.

Tras almorzar, regresamos al búngalo, compartimos la ducha, y pasamos directo a la cama a repetir la lujuriosa jornada de la mañana, por dos veces consecutivas.

Ya no tenía más condones dicho sea de paso.

Retozamos desnudos, hasta que, como de costumbre, Laura usó mi pectoral como su almohada.

“Rafo, cuando nos casemos, ¿podremos pasar la luna de miel en una playa? Pero una playa para los dos solitos”.

“Claro. Tenemos mucho tiempo para elegir la playa, hacer reservas y ahorrar”.

“¿Siempre quieres casarte cuando cumplamos 30?”

“Por qué el apuro, Laura?”

Ella no respondió.

“¿Aún no estás seguro, Rafo?”

“No es eso. Pero aún tenemos que realizarnos, conseguir logros profesionales”.

“Podemos conseguirlos estando casados”.

“Con hijos será más difícil”.

“Podemos esperar”.

Preferí no contestar.

“Rafo, entiendo que nos estemos cuidando para no tener hijos, y perdóname por pedirte hacerlo sin condón, pero podemos estar casados y realizarnos. Cuando sintamos que es el momento, dejamos de protegernos y tenemos hijos”.

“De acuerdo”.

Ese comentario me trajo a la memoria aquella noche, hacía cuatro meses, cuando Eduardo y yo lo hicimos sin preservativo.

Obviamente, ni loco se lo contaría a Laura. El caso es que el fantasma de la incertidumbre volvió a rondarme.

Eduardo dijo la madrugada en que lo rescaté que había perdido. ¿Y si se refería a otra cosa?

“¿Rafo? ¿ESTÁS BIEN?”

“¿Ah?”, respondí sobresaltado.

“¿Te molestó lo que te dije?”

“No, amor. Quiero ir al baño”.

Me levanté de la cama. Me encerré por un momento. Me vi la cara al espejo… ¡Algo tenía que hacer al respecto! Pero… ¿qué? 

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