domingo, 2 de octubre de 2022

Ser Rafael 6.2: ¿Quién soy?



Cuando terminé de rezar, la última misa del día también concluía y los feligreses se retiraban.

No estaba totalmente tranquilo luego de ese rapto de fe, mas era necesario llorar un poco.

Era incapaz de explicar cómo podía acumular tanta pena.

Deambulé por el centro de la ciudad otro rato. En una esquina estaba un señor con un organillo y un monito gracioso. Me detuve a verlo hacer sus piruetas. Le puse unas monedas en su taza y el simio me dio un trozo de papel: “Tú eres el artífice de tu propia paz”, decía.

Inaudito: un primate inferior a mí era la voz de mi conciencia.

Continué deambulando para entender qué significaba ese mensaje y cómo se conectaba a los acontecimientos de mi vida.

Llegué a mi casa cerca de las diez y media. Mi madre, para variar, miraba el noticiero estelar.

“¿Dónde te metiste, Rafo?”

“Por ahí, mamá”.

“Laura llamó. No sabe nada de ti”.

“Ahora la llamo”.

Saqué mi celular. Había olvidado que lo había apagado antes de entrar al templo.

Habían tres llamadas de Laura.

La telefoneé; me disculpé.

En realidad, le inventé otra mentira relacionada con el trabajo. Hablamos por media hora. Colgué.

Tomé una ducha y estaba listo para dormir. Entonces, hice otra llamada.

“¿Sonia? Soy Rafo. Perdona por ubicarte a esta hora. Necesito que me hagas un favor…”



A la tarde siguiente, antes de ir a entrenar, fui a un café cerca del puente San Miguel.

Lo ubiqué en una de las mesas.

“Rafael, ¿cómo estás?”

“Hola, Eduardo. Disculpa por hacerte venir”.

“Tranquilo. ¿qué puedo hacer por ti”.

“Disculparme, como te dije. No tienes que excluirte de ninguna fiesta”.

Él se pidió un café. Yo me pedí un jugo surtido.

“No entiendo. Anoche estabas molesto conmigo”.

“Fui injusto. Estaba y estoy molesto conmigo, en realidad. Y en vez de proyectarlo hacia mí, lo proyecté hacia ti”.

Eduardo me quedó mirando y parecía no entender una sola palabra.

“Lo que quiero decir es que hay una parte de mi vida que no me gusta… que tú conoces… y es una parte que quiero eliminar si quiero ser feliz con Laura”.

El café llegó humeante y fragante.

“¿Y qué hay de ser feliz contigo primero, Rafael?”

“¿Conmigo? ¡Soy feliz conmigo! Tengho trabajo, me gusta mi profesión, puedo darme mis gustos…”

Eduardo sonrió como burlándose de mi respuesta.

“No me refería a ser feliz por lo que tienes, sino por quien eres”.

Quedé helado. Sirenas y circulinas, parece que había encontrado la pregunta del millón: ¿quién, mierda, soy yo?

Quedé mudo.

“Rafael, esa pregunta no se responde en una tarde de café. No, si hay cosas tuyas que no se han reconciliado. Es un proceso”.

“¿Y tú sabes quién eres, Eduardo?”

“estoy en ese proceso”.

“Y… ¿qué has descubierto?”

“Que soy libre para amar porque soy digno de recibir amor”.

Un inconmensurable signo de interrogación amenazaba con soterrarme directamente desde el techo de yeso blanco. Pero antes de eso, mi jugo había llegado.

Nos quedamos largo rato en silencio, bebiendo.

“Tengo que irme, Eduardo. La conversación fue… interesante”.

“Pero no has acabado tu jugo aún”.

“Normal. Y no te preocupes: yo pago. Tengo tu teléfono. Nos vemos luego”.

“Rafael: si quieres profundizar sobre ese tema, y crees que puedo ayudarte, avísame”.

“Lo tendré en cuenta”. 

 Camino del gimnasio, la pregunta no dejaba de martillarme: ¿quién soy?

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