viernes, 7 de octubre de 2022

Ser Rafael 7.1: ¿Cómo te defines?




“La primera vez que estuve con un chico tenía catorce años; era de noche durante unas vacaciones. Fuimos a visitar a una tía a Paita, y esa noche daban una fiesta. Como uno de mis primos tenía uno de esos juegos por computadora, quiso mostrárnoslo y enseñarnos a jugar. Éramos cuatro primos, todos varones: el menor de trece, yo de catorce, y otros dos primos de dieciséis. el dueño del equipo era hijo único así que sus padres le consentían en todo. Cuando nos aburrimos de jugar, él nos preguntó si queríamos ver el secreto de un tío de veintisiete años, que guardaba celosamente en su cuarto. Se trataba de un caserón, así que había muchos tíos instalados con su familia”.

“¿Era droga o qué?”, interrumpí.

“No. Era un disco de video. Mi primo de dieciséis lo puso en el reproductor y todos nos quedamos pasmados: era una porno gay. Vimos de todo, hasta una orgía de patas, y terminamos medio locos… Tú entiendes”.

“¿Qué hicieron?”

“Nos comenzamos a pajear mutuamente. Nos calateamos. Luego mi primo se agarró a mi otro primo, y el que restaba me la metió a mí”.

“El de dieciséis?”

“No. El de trece”.

Eduardo sonrió ruborizado tras hacer esta revelación.

“¿Te dolió?”, seguí.

“Un poco. Para tener trece años, la de mi primo ya estaba más o menos desarrollada”.

“¿Y sus viejos?”

“Entretenidos en la fiesta. Nunca se dieron cuenta”.

Era tarde de sábado, a menos de cuatro días de la fiesta sorpresa para Laura.

Era un caserío cercano a la ciudad, donde varios universitarios suelen ir para comer cebiche y beber chicha.

Temprano esa mañana, yo había contactado a Eduardo por teléfono, y le propuse reunirnos allí después de su trabajo para charlar mientras comíamos algo típico –un chavelito- y tomábamos algo suave. Obviamente, accedió.

Mi condición fue que no se lo comentara a nadie.

Tras esa primera conversación en buenos términos que ambos tuvimos en ese café del centro, yo sentía que necesitaba comprender muchas cosas que no tenía claras… aunque tampoco tenía claro cuáles eran esas cosas.

Quizás al conversar de todo podía descubrirlas.

Y así, de trabajo pasamos a música, de allí a ropa. Y de allí terminamos removiendo nuestro historial sexual.

Aunque me sentía raro por terminar conversando con la persona a la que días antes quería borrar de la faz del planeta, me di cuenta que tal charla era liberadora.

No me sentía bien hacía mucho tiempo. De hecho, solo me sentía bien cuando me confesaba ante mi amigo Josué.

Tras comer, en vez de tomar un carro para regresar a la civilización, decidimos hacer el trayecto a pie. Tampoco era lejos, y la actividad física nos oxigenaría tras el clarito que nos bebimos.

“Y sigues viendo a tus primos?”

“El hijo de mis tíos ahora vive en el extranjero, el otro primo mayor se casó hace un año, y al menor lo veo cada vez que viene para la ciudad pero ya no pasa nada”

“¿No hablan sobre eso?”

“No. Para nada… Rafael, ¿te has vuelto a ver con alguno de los chicos con quienes te acostaste?”

“Solo con el capitán del equipo de básquet. Tiene una tienda de ropa deportiva, y lo saludo cuando necesito algo para el gym. Pero no ha vuelto a pasar nada”.

Los algarrobos nos hacían sombra y los cercos de púas nos exponían a que, cada vez que pasaba un vehículo, recibiéramos un baño de polvo ocre, pues no podíamos ir más allá, dentro de los campos de cultivo, para protegernos.

“¿Cuándo te definiste como gay, Eduardo?”

“Al salir del colegio. Me di cuenta que lo mío no eran las mujeres, a pesar que tuve dos enamoradas. Cuando cumplí diecisiete tuve también mi primer enamorado. Comenzó en el pre-universitario y duró hasta el primer ciclo de la universidad”.

“¿Por qué se acabó?”

“Al mismo tiempo que conmigo, él salía con una chica. Lo enfrenté, y me dijo que prefería la chica, que todo el mundo lo miraría mal si lo veían con un maricón”.

No tuve comentarios al respecto.

”Quizás es difícil para un maricón como yo poder tener algo serio con alguien”.

“Ya aparecerá, Eduardo. Paciencia que ya aparecerá”.

Le sonreí amistosa y compasivamente.

Él me devolvió el gesto.

“Oye, Rafael, ¿y cómo te defines?”

“¿Quién soy?”

“No. Me refiero a tu orientación sexual”.

“¿Orientación?”

“¿Gay, bi, hetero?”

Llegamos, al fin, a los límites de la ciudad.

“Creo que heterosexual. ¿sabes que tu pregunta me sigue dando vueltas en la cabeza? Ésa de ‘quién soy’”.

“¿Aún no te la respondes, Rafael?”

“Me cuesta. No tengo muchas cosas claras, en realidad”.

“¿sobre tu sexualidad?”

“Sobre todo, mas bien”.

“Mmm. Podría enseñarte una técnica que amí me sirvió. Solo necesitamos un espejo, y mientras más grande, mejor”.

Me reí por la expresión.

“Puede ser, pero mejor otro día. Quiero regresar a casa, descansar un rato y salir más tarde con Laura. Mas bien, gracias por la conversa.

Eduardo me sonrió de nuevo.

“Ah, antes de que me olvide: Laura nunca debe enterarse de que nos encontramos y mucho menos de esto que hemos conversado. es más, hagamos de cuenta que eso que pasó nunca pasó”, le advertí.

“Descuida… Ella nunca lo sabrá”, contestó Eduardo poniéndose serio.

“Solo tengo el temor que te dije; pero, aparte de eso, mientras más lo olvide, mucho mejor”.

Nos estrechamos la mano y me fui.

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