Tres semanas después, el catálogo de Lawrence’s se reparte a millón y medio de clientes en todo el país, cada uno portador de una o dos tarjetas de crédito que ofrece la tienda para compras al contado y cuotas (con una alta tasa de interés, dicho sea de paso), de los que las tres cuartas partes vive en la gran ciudad. La producción es de alta calidad, en páginas brillantes, con artículos que van desde electrodomésticos hasta paquetes turísticos, pasando por la ropa. Y ropa de todos los tipos: damas, caballeros, niños, formal, informal, deportiva, de baño, interior. La edición actual, además, incluye un pequeño reportaje al nuevo modelo de la línea: el futbolista Leandro Pérez.
“Ay, mira qué guapísimo se ve”,
comenta la novia al novio cuando llegan a la recepción de la Torre Echenique, y
Wílmer, el portero, les informa que tienen correspondencia.
“En persona tiene más ahí”, le
bromea el novio cuando llegan a la página de ropa interior.
Ambos acaban de dar cuarenta y
cinco minutos de trote matinal por un parque cercano, al que también ha acudido
Darío. Hacía meses que no disfrutaba del bosquecillo, el trino de los pájaros,
la mañana fresca, los rostros de otras personas que se levantan a las seis de
un sábado de invierno para espantar la molicie. El supermodelo vuelve a
encontrarse con los novios en la entrada de la Torre. Los saluda, saluda a
Wílmer.
“Joven Darío, ha llegado
correspondencia”.
Le alcanza el sobre: son tres
copias del catálogo, una por ser cliente, otra por ser modelo y otra para los
fines que el interesado crea convenientes. Darío revisa la publicación.
“Sales simpático”, le comenta la
novia.
“Gracias”, sonríe humilde el
muchacho.
“Y también sale Leandro”, agrega
impertinente el novio, lo que le merece un codazo no tan disimulado de su
compañera.
“Ya nos tenemos que ir”, disimula
la novia. “Un gusto verte”.
Darío se despide sin advertir que
sus vecinos del sexto piso van cuchicheando algo. ¿Le importará saber que es la
novia recriminando el desatino del novio?
“Wílmer, ¿llegó el sobre del
señor Pérez, del tres cero uno?”
“Sí, joven”, le dice el portero
con alguna incomodidad. Busca entre los paquetes y, yendo contra la norma del
edificio, que prohíbe dar cualquier correspondencia a quien no sea el destinatario,
la encuentra y se la alcanza al solicitante, quien se lo agradece.
“Ah, ¿y el empleado que mi papá
mandó?”
“Ya no vino, joven. Solo esos
días”.
“Me informas el menor detalle”.
Darío va al ascensor ideando una
nueva estratagema.
“Y creo saber dónde te duele más,
so mierda”, se repite cual mantra.
Más tarde ese sábado, una visita inesperada llega a la vieja casa de barrio en el Distrito Norte. Leandro abre la puerta:
“¡¡Roberth, viejo!!”
Se abraza con su mentor y lo hace
pasar. Se lo presenta a Adela, y rápidamente lo invitan a tomar desayuno. Algo
sencillo, pero con calor de hogar.
“Ya me acordé de dónde lo
conozco”, por fin suelta la dueña de casa tras examinar largos minutos al
recién llegado. “Usted le tomó fotos a una prima mía que se casó hace diez años
en una villa de Las Ciénagas”.
“¡Claro!”, recuerda Roberth. “eso
fue antes que viaje a Nueva York”.
“Oe, má, ¿y la tía no dijo que se
las hizo un fotógrafo mayorquino?”.
“¿No será neoyorquino?”, se ríe
el artista.
“Bueno, eso”.
“Técnicamente no mintió. Seguro
habrá entendido que yo no era del país, pero en realidad iba a perfeccionarme
por allá”.
“No descarto que más que entender
mal, haya querido entenderlo mal”, remata Leandro.
De pronto se escucha un auto
estacionarse en la calle, aparentemente junto a la puerta.
“Ya, hijito”, llama la atención
Adela, dulcemente. “Ya sabes cómo es tu tía”.
“Bueno, chico, la cosa es que
tengo buenas noticias, y creo que tendrán que poner un pan más en la mesa”,
anuncia Roberth.
“¿Cómo así?”, pregunta Leandro. Y
justo entonces, tocan la puerta. Adela mira a su hijo con cierto temor, pero
va. Ambos esperan que no se trate de…
“¡Rico, hijo! ¡A los tiempos!”,
ríe Adela.
Leandro se para a saludar
efusivamente y nota que su amigo trae un sobre cerrado en su mano.
“¿De qué se trata todo esto?”, le
pregunta a Roberth.
“Si Mahoma no va a la montaña,
Alá la manda en forma de aluvión”, le responde.
“¿Sabiduría musulmana?”
“No. Sabiduría de Roberth Peña, o
sea, yo”.
Rico llega hasta la mesa
abrazando a Adela, y carraspea irguiéndose:
“Correspondencia para el señor
Leandro Pérez Barrios”.
Ceremoniosamente, se la entrega.
El futbolista no sabe qué hacer.
“Ábrela, hijo”, pide Adela, quien
sospecha que algo bueno hay en ese sobre.
Leandro por fin rompe como puede
la lengüeta y salen dos catálogos. Se emociona. Sonríe a Roberth, Rico y su
mamá.
“Página cuarenta y siete”, le
indica el fotógrafo.
Leandro no sabe qué hacer otra
vez.
“¡Hermano, que vayas a la página
cuarenta y siete, por amor de Dios!”, le insta Rico.
Al fin, el futbolista pasa las
hojas y sus ojos se ponen más brillantes que de costumbre.
“Un gol como modelo”, lee el
titular en voz alta. “El nuevo rostro de nuestra Colección Primavera es el
delantero del Club San Lázaro, Leandro Pérez Barrios, joven entusiasta de
diecinue…”, no puede avanzar más porque las lágrimas de emoción brotan y
contagian a su madre, y casi a sus amigos. “¿Cómo fue posible?”, le pregunta a
Roberth.
“ A mí ni me mires; dime tú cómo
fue que convenciste a los productores que te dieran una página completa”.
“¿No fuiste tú?”
“Nosotros sugerimos contenido,
pero los productores aprueban qué sale y qué no, junto con los directores de marketing y de comercialización”.
“¿Y qué importa quién lo aprobó?
Imagina la cantidad de gente que te ve, mucho más que Época Semanal”.
“Y algo más decente”, agrega
Adela quien hojea el otro ejemplar.
El desayuno es lo más animado de
esos días. Conversación, bromas, recuerdos, algo que energetiza más que el
café, que alimenta más que el pan, que alegra más que la mermelada, que fortalece
más que las claras de huevo. Cuando al fin acaban todo, Roberth, quien ha
estado muy intranquilo mirando su celular, toma la palabra:
“Bueno, hijo, no es la única
sorpresa de hoy”.
“¿Hay más?”, pregunta Leandro.
De pronto, el teléfono del joven
comienza a sonar. Al mirar la pantalla, nota que es un número desconocido. Mira
a Roberth.
“¡Contesta sin miedo!”, le anima
el fotógrafo.
Leandro pide disculpas, se
levanta de la mesa y camina hasta los muebles de la sala; se sienta.
“¿Aló?”
“Buenos días. ¿Es Leandro Pérez?”
Un momento. Esa voz es
desconocida, o al menos no es quien sospecha.
“Sí, él habla”.
“¿Cómo estás? Qué gusto. Mi
nombre es Alberto Madero, soy director creativo de Sparking Advertising, aquí en el Distrito Centro Sur. Mira, no sé
si te llamo en mal momento, pero me gustaría reunirme contigo”.
“¿Conmigo? Sí, dejé las fotos
hace casi un mes”.
“Ehhh, sí. Perdóname por no
responderte a tiempo, Leandro, pero estuve fuera por trabajo y varias cosas;
pero el motivo de esta llamada es otro: ¿te gustaría conversar conmigo, aquí en
mi oficina? Quiero ver si podemos hacer negocios”.
Adela tiene un ojo en Rico, otro
en Leandro, el primero en Roberth y otro en Leandro. Se asusta cuando ve que su
hijo salta y da un grito de emoción.
“¿Qué pasó?”, pregunta alarmada.
“¡Tengo una entrevista de
trabajo, carajo!”
“¡Leo, esa boca!”, advierte Adela
al borde del llanto.
Roberth y Rico se acercan a
saludarlo.
“Esta vez sí fuiste tú,
¿cierto?”, le dice al oído al fotógrafo al abrazarlo.
“Tampoco”, le niega. “Creo que
fuiste tú esta vez”.
Cuando Leandro y Adela recogen la
mesa y van juntos a la cocina, Rico y Roberth se quedan sentados.
“Si no le dices que fuiste tú,
creerá que todo fue influencia de Darío”, le advierte el otro joven.
“Regresó a su casa de toda la
vida, Ricardo; es un gran logro siendo Leandro”. Mas bien cómo va lo tuyo”.
“Ya tengo tres chicos
reclutados. Mas bien, ¿cuándo hacemos las sesiones?”
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