domingo, 2 de octubre de 2022

Ser Rafael 6.1: A Dios le pido



Dos semanas después de que Laura fuera promovida en su trabajo, estaba concentrado en verificar algunas operaciones que se habían trabado esos días, cuando mi celular sonó.

“Rafito, cholito, te habla Sonia, compañera de trabajo de Laura”.

“Hola, Sonia. ¿Le pasó algo a Laura?”

Para que me llamen de su oficina era porque algo muy urgente debía estar ocurriendo. Me preocupé.

“No. Ella está bien. Se trata de lo que sucederá dentro de dos semanas”.

Me tomaron desguarnecido.

“¿Dos semanas?”

¡Claro. Es su cumpleaños”.

Oh, oh. ¿Ya viste la luz roja? ¿Ya oíste la circulina?

“estamos organizándonos en la oficina para darle una fiesta sorpresa,y queremos que seas parte de la sorpresa”.

Mi cabeza comenzó a dispararse en varias direcciones. ¿A qué nos estábamos refiriendo exactamente con la palabra ‘sorpresa’?

“Y… ¿qué tienen en mente?”

“Justo por eso te llamo. Mira, algunos compañeros de la oficina pensamos reunirnos para lanzar ideas y planearlo todo. ¿Puedes reunirte con nosotros?”

Ahora, ¿ aqué se refería exactamente con la palabra ‘nosotros’? Rafael, o piensas rápido, o esto se te irá de las manos.

“Mira, sonia. Creo que no podrá ser. La verdad es que Laura y yo pensábamos celebrarlo por nuestra cuenta”.

Se oyeron segundos de duda.

“Entiendo, Rafo. No lo sabíamos. A ver, les voy a comentar acá y te llamo de nuevo. Chau, chau”.

Ni por casualidad me había acordado que se aproximaba el cumpleaños de Laura; por lo tanto, no había planeado absolutamente nada, así que mi respuesta fue una mentira total que debía transformar en lo opuesto tan pronto fuera posible. Lo que básicamente quería era no toparme con Eduardo. Toda fiesta termina en borrachera, toda borrachera termina en un sinceramiento de la realidad. Y, en mi caso, el sinceramiento de la realidad terminaría conmigo.

Concluí la revisión del proceso y busqué alguna agencia de viajes que me ofreciera un paquete de un par de días a donde sea, pero lejos de la ciudad y de la fiesta sorpresa que le estaban organizando a Laura.

Encontré algo sobre una fortaleza perdida en los Andes Amazónicos, a tres mil metros de altura y con nulas opciones de ubicuidad. Ideal para frustrar cualquier celebración donde, honestamente, no quería encontrar a nadie.



Al salir del trabajo, fui al centro comercial a comprar los pasajes y el tour completo. Estaba a punto de ingresar a la oficina cuando…

“¡Rafael! ¡Rafael!”

… alguien me pasó la voz, y me dio el alcance (encima).

“¿Tú? ¿Qué diablos quieres ahora?”

“Conversar contigo. Aclarar algunas cosas”.

Era Eduardo.

Cientos de sitios en esta ciudad para no encontrarme con alguien, y justo tenía que ser aquí. Yo estaba muy incómodo.

Aún así, fuimos a un pasillo poco concurrido.

“Lo que tengas que aclararme que te tome cinco minutos pues tengo una cita”.

Eduardo se lo tomó con mucha dignidad.

“Rafael, ya debes haberte enterado de la fiesta que están planeando para Laura, y me enteré que dijiste que los dos se irán de paseo justo esos días. Mira, yo no soy tan tonto para ignorar que la razón por la que respondiste eso soy yo. Sé que tienes miedo de lo que pueda pasar o decir. Entonces, no desinfles a los demás por mi culpa. Si quieres que no esté en la fiesta de tu enamorada, dilo y yo lo respetaré; pero llegar al extremo de irte para no verme, no me parece”.

No supe qué responder. Traté de tranquilizarme.

“¿Tanto te afecta que nos vayamos de viaje?”

“No es por mí; es por mis compañeros, quienes quieren a Laura como una amiga”.

Sonreí sarcásticamente.

“Mira, Eduardo, Juan o como mierda te llames, la culpa fue mía. Nunca debió pasar lo que hice. Nunca debimos hacerlo como lo hicimos”.

“Rafael, quedó claro que solo fue un momento de placer…”

“Mira, yo me entiendo. Solo puedo decirte que vivo con el temor de que haya pescado algo por metértela sin condón. ¿Te has puesto a pensar qué le pasaría a Laura si tienes algo?”

Eduardo bajó la mirada.

“Pero te dije que estoy sano”.

“No me consta”. Tampoco estoy seguro de cuánta gente te ha tirado sin condón, o con cuánta gente has tirado por último”.

Lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de Eduardo.

Sí, sé que fui cruel.

“Entiendo… La verdad, perdóname… Pero tienes que creerme… No estoy enffermo”.

“Más te vale, Eduardo. Porque si llego a tener algo, antes de morirme, te busco y te mato. ¿entendiste? ¡Te mato”.

Me fui de allí y me puse a caminar sin rumbo.

Sin saber cómo, terminé en la Plaza de Armas.

Al sentarme en una de sus viejas bancas de madera, me percaté de que la Catedral estaba abierta.

Apagué mi celular. Entré.

Me ubiqué en las filas más próximas al ingreso, me arrodillé, puse mi cara sobre mis puños y solo atiné a repetir un rosario, mentalmente.

Conforme avanzaba cada padrenuestro y cada avemaría sentía dolor. Lloré y maldije las malas decisiones de mi vida. Creí haber atrapado el viento por correr tras la gacela del desierto; pero todo era vana ilusión. 

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