jueves, 24 de noviembre de 2022

Ser Rafael 14.1: el machito

    

Dos semanas después…

“¡¡¡Zamba!!!”

“¡¡¡Negrito lindo!!! ¡¡¡Ay, Laurita de mi corazón!!!”

… mi hermana Elena llegaba de vacaciones. Sí, nada que hacer, lo rumboso es genético.

Laura, ella y yo nos confundimos en un estrecho abrazo, y algunas lagrimitas saltaron de la emoción.

Sí, también me emociono de esa manera.

Era las nueve y media de la noche, y, honestamente, estaba desesperadísimo por llegar a casa.

Mi hermana mayor, mi única hermana en efecto, era la palomilla del barrio desde pequeña. Los problemas aparecían cuando los poderes de los ‘gemelos fantásticos’ se activaban. Por supuesto, no éramos gemelos.

Aquel entonces poseíamos un perro, y como para tenerlo todo acorde con la tira cómica, tratábamos de vestirnos iguales, luciendo los cinturones de cuero negro de mi padre (los más gruesos), y al bendito can le poníamos un delantal de mi madre a manera de capa.

Claro que, cuando descubrían la travesura, mamá nos perseguía para ahorcarnos con el delantal, papá nos perseguía para agarrarnos a correazos, y el perro –Jumbo, así lo bautizamos- nos perseguía para defendernos.

Las anécdotas de esa época servían para llenar miles de terabytes de información, digo, incluyendo testimonios, fotos y animaciones 3D de las ingeniosas trampas que nunca funcionaron para apoderarnos de lagartijas y bichos raros… de seis patitas a más, quiero decir.

Y, aunque era chiste repetido, Laura, mamá, mi hermana y yo no parábamos de carcajearnos.

“¿Y cómo te trata la capital?”, le pregunté.

“Bien en general. Con algunos casos fregados, pero otros bien papayita. Mas bien, estos meses hemos estado metidos en la redacción de un proyecto de ley, medio controvertido, pero buenazo”.

“¿De qué se trata?”, curioseó Laura.

“Matrimonio gay”.

Me atoré con el sorbo de chicha morada que estaba bebiendo. Laura me dio palmaditas en el pecho, según sus conocimientos médicos, para que no me ahogue.

“Negrito, ¿estás bien?”, intervino elena.

“¿estás viendo esa huevada?”

Mi mamá: “¡Rafo, esa boca!”

Elena sonrió.

“Sí. Ya es hora que la legislación de este país cambie. No puede ser que otras naciones ya estén legalizando a parejas del mismo sexo, y acá, porque un…” Elena miró si mamá estaba cerca. “…Porque un pedófilo purpurado dice que no, todos tenemos que someternos a su santísima voluntad. ¡Hazme el favor!”

“Ay, no sé”, terció Laura. “A mí me parece que el matrimonio es solo de hombre y mujer. No tengo nada contra los gays, las lesbianas y eso; pero, Dios no dijo eso”.

“es que ahí está el error, Laura: no estamos legislando sobre las cosas de Dios, sino que estamos mejorando la convivencia de los hombres y las mujeres en general”, explicó mi hermana. ¿Mencioné que es abogada?

“Meterse en las cosas de Dios es blasfemia”, sentenció mi madre mientras nos servía chifles.

“El caso es que si la gente no quiere ser tolerante por iniciativa propia, la Ley puede ayudarnos a que lo entiendan mejor. Además, ésta ya no es época para discriminar. Desde la familia, debemos aceptar a todos los nuestros tal como son. Botarlos o hacerlos invisibles es retrógrado”.

Sí, cuando elena defendía una posición, no era una opinión simple, sino un alegato de tribunal. ¿en serio mencioné que es abogada?

“¿Y qué pasa si tu hijo te sale gay?”, cuestionó Laura.

A mí el tema ya me estaba sacando roncha.

“Si mi hijo es gay, lo apoyaré. Para eso está la familia. No está cometiendo un crimen”.

“Pero sí un pecado, hijita”.

“Ay, mami, te voy a cambiar de parroquia. Si supieras que hay curas recontrabiertos al tema, verás que tupadrecito les está metiendo miedo. Terrorismo de sacristía, le llamo”.

Gracias a Dios, la Virgen, todos los santos, mártires, beatos, venerables y las chicas del calendario, la comida estuvo servida. Ésa era la mejor arma para exorcizar cualquier bizantinada en mi hogar.


Pasadas las once, regresé con Laura a su casa.

“Tu hermana es de mente super-abierta”.

“es una loca”.

“Espero nunca asistir a un matrimonio gay, Rafito, ¿y tú?”

“¿Yo? No. No Tampoco”.

“¡ése es mi machito!”

La besé y me despedí.

Durante todo el trayecto de regreso, vine pensando en los argumentos de elena. Y por alguna razón, las imágenes de todas mis experiencias homosexuales se agolparon en mi cabeza, desde el capitán del equipo de básquetbol… hasta Eduardo.

Pasé por aquella esquina donde lo había hallado meses antes.

No había nadie.

Desde que pasé la noche con Al, se había borrado del mapa. Ni siquiera una llamada o un mensaje. ¡ah! Pero con Al era chateo seguro casi todas las noches. Siempre me insistía en su oferta, pero siempre me negaba amablemente.

Y algunas noches después, tras terminar mi rutina en el gimnasio, decidí usar las duchas del vestuario. Había quedado con Laura y elena para ir al cine, y no tendría tiempo de regresar a casa a cambiarme.

Habría transcurrido apenas diez segundos de activada la ducha, cuando sentí que abrían la puerta del vestidor. Un minuto después, alguien me daba una nalgada débil. Volteé con la intención de reputear.

“Hola, Rafael”.

“Ho-hola, Jaime”.

Sin mediar palabra, entró a mi cubículo, se abrazó de mi cuello y me besó en la boca. Logré zafarme sin ser rudo.

“Aguarda, huevón. Alguien puede venir”.

“Tranquilo, bebé. Ya me aseguré que nadie nos joda. Y si no podemos aquí, queda mi depa”.

“No puedo. Quedé para salir”.

Jaime comenzó a besar mi cuello, mis pectorales, mi abdomen y fue bajando… Comenzó a hacerme sexo oral. Lo dejé.

A pesar que su boca había conseguido mi erección, lo detuve.

“Jaime, en serio, tengo que salir a otro lado. No puedo demorarme. Mira, te prometo que en estos días quedamos y lo hacemos toda la noche, si quieres”.

Jaime se puso de pie con gesto de molestia.

“Bueno”.

Sin cambiar de cara, ocupó la otra ducha.

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