miércoles, 9 de noviembre de 2022

el precio de Leandro 12.3: Elías no existe


                    La estrella del catálogo de primavera, mas bien, es Leandro, quien parece gozar de buena salud como figura pública. Tras la agotadora jornada, Roberth lo invita a tomar un jugo energizante en su departamento, en el segundo piso de lo que el fotógrafo llama su caja de zapatos’ por el diseño de prisma rectangular pero echado.

“Beto dice que ya viene”, informa mientras le da medio minuto más a la licuadora para que triture toda la fruta que pudo ponerle.

“Oye, Rob”, sonríe Leandro, echado sobre el sofá de la sala, “¿y qué tal lucí esta vez?”

“Mucho mejor, hijo. Esa temporada en televisión, el equipo, tu trabajo en la agencia, como que estás madurando. Solo te falta cumplir tu promesa de estudiar”.

“Por ahora no tengo tiempo; a duras penas si hago ese curso de inglés por Internet”.

“And is it working as you expected?”

“So-so”.

“Poco a poco, debes tenerte paciencia”.

Roberth al fin sirve el jugo en una enorme copa de vidrio y se la ofrece a su invitado, trae la suya propia, se sienta a su lado y choca los cristales:

“¡Salud, Leo Pérez!”

“¡Salud!”, responde el aún futbolista. “Oye, Rob, hay una cosa que me ha dado vueltas estos meses y he tratado de investigar, incluso he preguntado allí en el trabajo pero nadie me responde o dicen que no están autorizados”.

“¿Le has preguntado a Beto?”

“No he tenido el valor, pero tú eres su amigo así que algo podrías saber”.

“¿Qué será?”

“¿quién es Elías?”

Roberth casi se atora con el jugo, tose un poco:

“¿Quién te habló sobre él?”

“Hay documentos, hay gente que me ha dicho que no me desea la suerte de ese tal Elías”.

“Leo, te lo diré una sola vez por tu bien: hay cosas que es mejor dejarlas enterradas donde están y no removerlas. Mucho menos se te ocurra preguntarle a Beto Madero al respecto porque no sabes cómo reaccionará”.

“¿Tanto así?”

Tocan el timbre y Roberth se pone de pie.

“No sé quién te haya hablado de él, pero haz de cuenta que nunca lo oíste, Leo, ¿me escuchaste?”

Leandro  hace el saludo militar. Roberth baja a abrir la puerta. La respuesta deja intrigas en la cabeza del joven, pero… ¿perderlo todo por una puta intriga? Se promete a sí mismo que tratará de olvidarlo.

 


Al cumplirse un año de su entrada a Sparking, Leandro ya maneja su propio auto, aunque recién está pagando la segunda cuota, y por un arreglo especial y sorpresivo con Alberto Madero, se muda al dos cero uno del Condominio Las Flores. Si bien lo que ha ganado durante estos doce meses entre el modelaje, el papeleo, el fútbol y el programa de televisión le ha permitido remodelar poco a poco la casa en el Distrito Norte (lo que a su tío le ha parecido, a la distancia, una excelente idea), el trabajo le fue creando la necesidad de cambiar de aire y estar más cerca de todo. Esta vez Adela no ha opuesto tanta resistencia como al mudarse por dos semanas a la Torre Echenique; además, aunque ella hubiese querido otro tipo de forma, Cintia también se ha mudado con ellos para iniciar convivencia con Leandro. El domingo que se trasladan solo cargan sus maletas y algunos accesorios, como la computadora de escritorio de la que Adela difícilmente querrá separarse. Rico les ayuda. El lugar agrada sobremanera a ambas mujeres, y para celebrarlo, preparan un suculento y nutritivo almuerzo. Los muchachos abren una botella de vino y sirven copas.

“¿Y tú no bebes, Rico?”, curiosea Adela.

“Tengo que regresar al auto y las multas por alcoholemia no están tan baratas que digamos”, responde el muchacho.

“Te traigo la gaseosa, entonces”, ofrece Cintia.

“No, yo la traigo”.

Mientras esperan a Rico, Adela se acurruca en el pecho de su hijo:

“Estoy tan feliz, Leíto. Ahora por fin estás consiguiendo tus cosas”.

“Nuestras cosas, má. Recuerda que ahora somos una familia”.

Leandro también abraza a Cintia y le da un beso breve en la boca. Rico entra con su vaso de gaseosa, y ahora sí todos pueden brindar juntos y juntas.

 


Durante toda la relación, y a pesar de los avances del futbolista, Cintia nunca dio opción a tener más intimidad que la de ciertos juegos atrevidos, a lo mucho en ropa interior. “soy muy joven y no quiero ser madre aún”, ha venido repitiendo a su enamorado; pero esa noche, ella sabe que es especial, y que quizás ha llegado el momento de ir más allá. Vestida con su bata de dormir, lee unas separatas ya arropada en la cama cuando Leandro entra después de ducharse, totalmente desnudo, y se arropa junto a ella.

“No pensarás dormir así, ¿no?”

“Sabes que siempre duermo así”.

“Ay, Leo. Al menos ponte un interior o algo”.

El muchacho coge las separatas de la mano de su enamorada, las coloca en la mesa de noche que está a su lado, comienza a besarla y a acariciarla.

“Al fin solos, mi amor”.

“No tan solos: tu mami está en el cuarto cruzando el pasadizo”.

“No se despertará porque cuando hace contacto con la almohada, ¡plup!, queda seca”.

Leandro besa tiernamente el cuello de Cintia y ella trata de dejarse llevar. Él la acaricia y ella trata de regresar mentalmente a esa fantasía que tenía desde adolescentes y que esta noche comienza a hacerse realidad. Pero, cuando él comienza a arremangarle la bata:

“Amor, amor, amor, ¿no vamos… muy rápido?”

“esto es solo el inicio”, le responde el excitado chico.

Ella comienza a jadear y decide que lo mejor es entregarse, dejarse llevar, permitir que la libere de la ropa que aún cubre mínimamente su cuerpo, recostarse sobre el lecho y sentir encima suyo el cuerpo del amado, los labios del amado, la lengua del amado llegando a esos rincones a donde ningún hombre pudo llegar porque ella se reservó para él. Jadea, Cintia, no te censures. Gime cuando esa ráfaga de electricidad corra de los pies a la cabeza liberando millones de amperios, voltios, watts, joules. Bésalo, Cintia, porque llega ese momento sublime. Bésalo con dulzura y pasión porque ahora es cuando él, por fin, se funde contigo. Duele un poco, sí, pero si te aferras a su espalda con tus brazos, si acaricias sus nalgas con tus talones, si dejas que inunde tu cuello de cálidos susurros, darás paso a un placer que quizás imaginaste a solas, quizás experimentaste a solas, quizás alucinaste a solas, pero que queda largamente superado por esta sublime realidad. Déjate llevar, Cintia. Estalla, Cintia. Siente, Cintia. Apriétalo fuerte cuando escuches que él está comenzando a rugir.

“Te amo”, anuncia Leandro, luego de moverse como un impaciente bailarín urbano.

Bésalo, Cintia. Como él te lo prometió, no ha acabado; apenas comienza.

“Mi amor, no nos hemos protegido”.

“Pierde cuidado, princesa. Mañana tomas una pastilla de emergencia y todo estará bien”.

“Tenemos que cuidarnos, Leo. Tú ya sabes”.

“Sí, lo sé. Yo tampoco quiero ser papá aún”.

“Pero en algún momento le daremos nietos a tu mamá”.

“Sí, quizás en quince o veinte años, ¿no?”

“Ay, Leo”, sonríe ella.

 

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