jueves, 17 de noviembre de 2022

Ser Rafael 13.3: Ser gay no es malo

    


Al descansaba su cabeza en mi hombro, mientras con su mano derecha jugaba con mi tetilla.

“esto gustó Al”.

“A mí también, Al. Te mueves chévere”.

“¿Chéve..? Che…”

“Cool”.

Al rió un poquito.

“Yo gustar tú mucho”. Yo querer tú venir a mi país”.

“¿Ir a estados Unidos?” Me quedé pensando. “Pero ya tengo una vida aquí, una carrera aquí; además están mi madre y Laura”.

“Si tú querer Laura, ¿por qué tu hacer amor a mí?”.

¡Por Dios! ¿Cómo explicarle a Al, sin ser ofensivo, que, si bien me había caído excelente, que sentía química, solo fue sexo?

“Mira, Al. Lo pensaré. ¿Qué te parece?”

Al levantó su cabeza de mi hombro, y levantó un poco el torso hasta casi posarlo sobre el mío.

“Tú tener mucho talento. Yo creer tú necesitar otro espacio… mucho mejor… no éste”.

“¿Por qué dices eso?”

“Tú y yo ser gay. Tú poder negar, pero cuando hombre hacer amor a otro hombre, ser homosexual”.

“¿Yo soy homosexual?”

“Ser homosexual no ser malo. Malo es tú no aceptar eso”. Ser homosexual es ser como bueno como ser humano”.

Al me besó en la boca.

¿Será que estaba hallando la respuesta a una pregunta existencial en el lugar más vanal que pudiera imaginar? Digo, hay gente que gasta fortunas en psicólogos, consejeros espirituales, coaches, viajes místicos, mesas en lagunas milagrosas… y no siempre encuentran lo que buscan.

Y no siempre encuentran lo que buscan… Me hizo recordar un libro de mi infancia.

Al reposó su cabeza en mi hombro y quedó plácidamente dormido.

Le di vueltas un rato a la idea, hasta que caí en la cuenta que Al no me conocía de toda la vida. Mi madre sí, Laura sí, hasta el Tuco sí. ¿qué autoridad tiene este gringo sexy y culón para darme una lección de vida en medio de nuestra atlética desnudez?

Me acomodé bien y cerré mis ojos.

Entonces, sonó mi celular.

Las ventanas revelaban una mañana de sol piurano radiante.

Al se movió un poco.

Mi móvil seguía sonando: ¡Laura!

“¿Mi amor? Dime… No. Vine un rato a la oficina. ¿Necesitas algo? No sé… Ya. Dame una hora y voy a buscarte… Besos. Te amo”.

Mientras colgaba, Al se había acomodado sobre mi brazo de tal modo que una de sus manos estaba intentando despertar mi herramienta de placer. Lo detuve amablemente.

“Debo ver a Laura con urgencia”. ¿Me prestas el baño un instante?”

Al me soltó, rodó hasta liberar mi brazo, y me dio la espalda. No quise perder tiempo en explicar nada. Solo me levanté y fui a ducharme.

Iba a bajar las escaleras, cuando vi mi celular otra vez: ¡diez y veinte de la mañana! Ni por asomo regresaba a mi casa, sino que iría a buscar a Laura al trabajo, aunque me cruzara con el insoportable de Eduardo.

    


    Cuando llegué a la sala de recepción, la encargada –asumo que el tipo de la madrugada había cambiado turno- me dijo que me esperaban.

Quedé sorprendido, pero aún así me acerqué al sofá: era Laura.

“q-q-qué haces aquí?”

“Buscándote, Rafo. ¿Tú qué haces aquí?”

Debí ponerme pálido. Yo, por lo menos, sentí que sudaba frío.

¡OK, lo enfrentaría de una buena vez!

“Vine a ver a Al”.

Laura se mostró desconcertada, extrañada mas bien… una mezcla de ambas.

“en… entonces éste sí es el hotel de al”.

Ahora el desconcertado era yo.

Pero, ya que la pelota me vino rodadita y no hay nadie que me obstruya el arco, aquí va mi pase maestro.

“Sí… ¿Por qué? ¿Tiene algo de malo que lo acompañe? Me pidió que lo acompañe porque me dio algo para mi chamba”.

Laura quedó boquiabierta, pero sin exagerar tampoco.

“Ahora que lo mencionas, Rafo, Al me dijo que quería compartirte unas cosas, pero anduvo misterioso. Y… ¿dónde están esas cosas?”

Tiempo de una reacción ingeniosa. Detalle: no olvides poner cara de niñito inocente, o sea, abre un poco los ojitos y haz un pucherito, pero todo en plan inocencia. Paso siguiente: muestra tu teléfono inteligente, pero bien rápido.

“En la memoria de mi celu”.

“Con razón. Olvidé que estos gringos son paranóicos del espionaje corporativo. Ay, amor. Por un momento, pensé otra cosa”.

¡Mierda! Sudor frío cambia a helado. Sonrosado evitable cambia a color de hormiga. ¿Hay esos tonos en los catálogos de belleza femenina?

“¿Qué cosa?”

“Pues, lo lógico: que pasaste la noche con una mujer. ¿Qué más iba a ser?”

Me reí para liberar la opresión de mi pecho.

“¿Y quién te dijo que estaba acá?”

“No sé. Me llegó un mensaje de texto. Pensé que era chisme, hasta que llamé, me dijeron… Ay, Rafo, el caso es que no fue nada malo. Perdona mis celos”.

¡Bien! Ahora regresemos el sentimiento de culpabilidad.

“Laura, Laura, Laura. ¿Volvemos a lo mismo?”

Laura se me acercó y se puso cariñosa.

“Perdóname, ¿sí? En realidad, Al sí me lo dijo, pero como habló medio enrevesado, no le entendí. Vámonos mejor”.

“Sí, mejor”.

Noté que la recepcionista miraba la escena de reojo, conteniendo una abierta sonrisa burlona.

Salimos del hotel, y nos detuvimos para buscar un taxi. Llegó uno y lo abordamos.

No acababa de arrancar el vehículo, cuando Laura abrió su bolso.

“Ah, me encargaron esto y me dijeron que te agradezca, que te pasaste”.

“¿Qué es?”

Reconocí el objeto que Laura me daba en la mano, y ahí sí sentí que la presión se me bajó: era el reloj que había dejado tras el encuentro sexual con Eduardo. 

Al llegar al trabajo de mi enamorada, lo segundo que hice después de lo primero que tenía que hacer –dejarla en su oficina- fue buscar al infeliz sexópata ése.

No lo hallé.

Sonia me interceptó, saludándome. Casi ni la escuché.

“¿Y Eduardo?”, la inquirí.

“Ay, me olvidé decirle a Laurita”.

“¿Olvidaste decirle qué?”

“Eduardo renunció hace media hora”.


No hay comentarios:

Publicar un comentario