martes, 22 de noviembre de 2022

el precio de Leandro 14.2: yo tengo la culpa


Los buenos oficios de Baldo Pérez permiten que Leandro regrese a casa a las cinco de la tarde tras un intenso interrogatorio en la Comisaría. Aún lleva su ropa de entrenamiento. Una propina de Alberto Madero mantiene oculta la visita del futbolista a la estación policial. Paralelamente, un comunicado interno del San Lázaro advierte a todo su personal no decir una palabra de lo ocurrido esa mañana, bajo pena de amonestación. Los pocos datos que se filtran a cierta prensa son rápidamente bloqueados por Sparking. Cintia lleva a su novio para que tome una ducha y descanse, mientras Adela se reencuentra con el padre de su hijo, bajo esas circunstancias, tras dos décadas de alejamiento forzado.

“éste no es momento para recriminaciones”, tercia aún conmovido Madero. “Lo que nos debe interesar es el bienestar de Leandro ahora”.

“Yo no sé cómo lidiar con los hallazgos de la Policía”, reconoce Baldo.

“¿Por qué? ¿Están culpando a Leandro?”, comienza a intranquilizarse Adela.

“No, mujer, por favor, conserva la calma. Nuestro hijo va a colaborar con las investigaciones pero no lo acusan de nada”.

“Ahora sí es nuestro hijo”.

“Señor y señora, les dije que éste no es momento para recriminaciones. Mire, doctor Pérez, lo que sabemos ahora lo dejo a su criterio ético, pero… si yo fuese usted, pondría mi criterio de padre y abogado por delante de todas las cosas; y usted, Adela, nada de desesperarse, mas bien quiero que saque fuerzas de donde sea porque a partir de ahora vamos a tener un cerco de seguridad en torno a este departamento, al auto de Leo cuando lo devuelva la Policía, en fin, en torno a todo”.

“¿Estamos en riesgo, señor Madero?”, consulta la madre.

“Probablemente. Las huellas que hallaron en el catálogo que Leandro creyó eran un artefacto explosivo son… son de Darío Echenique”.

“¡¡No!”, exclama la mujer.

“Y aunque Leandro y el doctor Pérez crean que no, yo pienso que ese chico mató a Roberth Peña”.

“¿Roberth murió?”. Adela se desvanece.

Baldo la auxilia.

“No sea bruto, Madero. ¿No sabe que la madre de Leandro sufre de baja presión?”

“Perdone, doctor”.

  


A los quince minutos llega una ambulancia,  y una camilla es ingresada al Condominio. Desde un auto con las luces apagadas, alguien divisa todo lo que pasa al exterior del inmueble.

Leandro se olvida de descansar y acompaña a su madre en el vehículo.

“No tiene pruebas para afirmar que Darío Echenique asesinó al tal Roberth Peña, así que le sugiero tener cuidado cuando suelte sus hipótesis o teorías frente a terceros”, aconseja Baldo Pérez a Madero cuando la ambulancia parte a una clínica.

“Tiene razón; pero recuerde que la Torre tiene cámaras de vigilancia; y si yo fuese usted, y quiero defender la inocencia de mi hijo –porque creo hará eso—ya estaría pidiendo copias antes de que las borren”.

“La Policía ya las tiene, señor Madero”.

 


El lunes siguiente, los videos aparecen misteriosamente filtrados a la prensa, y en ellos se identifica claramente a Roberth entrando al penthouse a las nueve y treinta y dos de la noche, y luego una persona vistiendo una polera con capucha ingresando al mismo lugar a las diez y cuarenta y tres de la noche. El detalle es que la persona que ingresa lleva un costal. Veinticinco minutos después, el encapuchado y otro encapuchado sacan ese costal lleno cargándolo al hombro.

“¿es el cuerpo de Roberth?”, pregunta Leandro entre sollozos.

“No sabemos”, dice su padre.

“Sí lo es”, afirma Madero.

“¿Reconoces al sujeto que llega con el costal?”, pregunta Baldo.

“No, pero… Darío tiene muchos amigos modelos. Por la contextura puede ser cualquiera de ellos”.

“Aunque éste es fisicoculturista por la espaldaza”, observa Madero. “¿Qué tal un… un… Mauricio Estrada?”, sondea revisando unas notas.

“Ni la más remota idea, Beto. No lo conozco”.

“¿Vio, señor Madero? Su afirmación no es exacta”, apunta Baldo.

“Pero sí reconozco esa polera y ese cuerpo, papá, el del otro chico: sí es Darío”.

“Video, huellas. ¿Qué más necesita para convencerse? ¿Una declaración incriminatoria, doctor Pérez?”

“Yo tengo la culpa”, solloza Leandro. “¡Yo tengo la culpa!”

“¿Culpa de qué, Leo?”, Madero intenta razonar.

“Yo le pedí a Roberth que visite a Darío”.

“¿Para qué?”

“Hijo, no digas nada que pueda involucrarte en el caso”, aconseja su papá.

“Porque justo ese jueves salió lo de la productora y… don José Miguel me llamó para preguntarme si yo estaba detrás de esa campaña”.

“¿Y estabas tú detrás de esa campaña?”, inquiere Madero con cinismo.

“Claro que no, Beto. Yo ni enterado. Pero le pedí a Rob que lo visite, que hable. Supuse que Darío iba a sentirse mal. Yo lo mandé a morir”, Darío rompe en llanto.

“No, campeón”, al fin se conduele Madero. “Tú no mandaste a morir a nadie. Solo trataste de ser un buen amigo. Solo hiciste eso”. ¿No es cierto, doctor Pérez?”

“Es cierto, hijo. Nada te incrimina, pero vamos a tener que armar muy bien tu declaración ante las autoridades cuando lo requieran. ¿Dices que José Miguel Echenique te contactó por esos titulares contra Darío?”

“Sí, él lo hizo”.

Baldo se levanta del sofá donde están viendo el televisor.

“¿A dónde va, Pérez?”, averigua Madero.

“A seguir su consejo: a anteponer mis intereses de padre y abogado”.

Madero abraza a Leandro y le da un beso en el cabello. Su cabeza urde nuevos planes:

“Tú no eres culpable de nada, ¿entendiste?”, le susurra. “De nada”.

Madero se queda inmóvil, abrazado de su amigo, viendo sin ver la pantalla del televisor.

 


Esa misma semana, el canal de cable cancela Línea Blanca con Leo Pérez. Madero no puede hacer nada por salvar el programa, y solo declara que se debe a “presiones de un empresario muy poderoso”.

“¿Te parece correcto haber publicado éso? ¿Qué estás tratando de decir? Ahora la gente pensará que lo cancelaron por influencia del papá de Darío”.

“Es solo una declaración, Leandro”.

“¿Sabes que José Miguel Echenique está tan devastado por todo esto? Todos los medios han publicado que Darío es el sospechoso principal”.

“Leandro, ésta es la segunda o tercera vez que te escucho abogar por la familia Echenique y no decir una sola palabra sobre la familia de Roberth. ¿Acaso sigues enamorado de Darío?”

“¡Beto, por Dios! Nunca he estado enamorado de Darío, y claro que pienso en Roberth, y me torturo a mí mismo de que por esa llamada que le hice, pasó lo que pasó”.

“¡Carajo, no eres culpable! ¡Roberth Peña es una víctima de un asesino con una enfermedad mental, que encima es alcohólico! La justicia tiene suficientes pruebas para mandar a ese hijo de… a que se pudra un buen tiempo en la cárcel. Claro, si a José Miguel como se llame no se le ocurre comprar jueces o fiscales, como suelen hacerlo”

“¿Por qué tanta rabia contra Darío, Beto?”

“Mira, Leandro: deja de preocuparte por ese asesino, y concéntrate en qué vamos a lanzar como nuevo proyecto. Aún tenemos a tu patrocinador, así que no debemos perder ese dinero”.

Leandro se levanta de su escritorio:

“Mamá y Cintia viven con temor ahora. Desde que mamá fue dada de alta, pasa prácticamente sedada. No tengo cabeza para esto en este mismo instante. ¿Y sabes qué la angustia más? Que el siguiente… puedo ser yo”.

El futbolista sale de la oficina y Madero comienza a tener un conflicto consigo mismo: quizás en mucho tiempo, es la primera vez que siente un escozor muy incómodo llamado remordimiento.

 


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