sábado, 5 de noviembre de 2022

Ser Rafael 11.3: Su culazo al desnudo


“¿Lo conoces?”, me dijo Jaime, susurrando.

“Más o menos”, dije en voz baja.

Eduardo, quien me había pasado la voz, se nos acercó. Me saludó muy efusivamente.

Iba a presentarle a Jaime.

“Ya nos conocemos, Rafael”, contestó Eduardo. “Mas bien lamento la muerte de la abuela de Laura”, prosiguió. “Laura es su enamorada”, remató mirando a Jaime.

En ese momento, quería reducir al inoportuno a poco menos que cenizas, guardarlas en un frasco ultrahermético, enterrarlo cincuenta metros bajo el suelo, y ordenar que, cual cápsula del tiempo, no lo sacaran unos cuarenta milenios después.

¿Alguien sabe si es posible extraer el ADN de las cenizas de un ser vivo? Según yo, no. Así sería imposible que lo clonen.

“Bueno, Rafael, tengo que irme a atender las cosas que te dije tenía pendientes”, mintió Jaime, dándome la mano. “Nos vemos la otra semana”.

A mí no me quedó más que despedirlo.

Eduardo tenía cara de satisfacción cuando lo vio alejarse.

“Eduardo, ¿y qué hacías por acá?”

“estaba buscando… algo, y pasé, y ¡plup! La casualidad”. Se me acercó: “Ten cuidado con ese tal Jaime. Le gusta llevar chicos a su depa diz’que porque es pasivo, pero luego termina siendo lo otro”.

Me molesté.

“Mira, Eduardo. Lo que haga con mi vida no tiene por qué preocuparte, ¿estamos? Nos vemos”.

“¿Y a dónde te vas?”

No le respondí. Seguí mi camino.


Como niño bueno resignado, decidií pasar la noche solito en mi casa. ¿Mencioné que era viernes?

¡Un momento! Al podía estar en línea… pero, teniendo en cuenta el día que era, a lo mejor él había salido…

Opción desechada.

Una de las tantas alarmas de mi lap-top sonó.

Era Al. ¡estaba en línea!

Opción rehabilitada.

Retomamos la charla del gimnasio, cuánto nos gustaba cuidarnos, y qué tipo de ejercicios hacíamos.

Por supuesto que copiaba del chat, pegaba en el traductor, copiaba del traductor, pegaba en el chat… pero pude conversar.

Creí oportuno comentarle que la parte de su cuerpo “que más admiro” eran sus redondas posaderas.

Envié.

Pasó un minuto, dos, tres sin responder.

“¡Qué imbécil que fuiste, Rafael Jesús!”

¡Trrrrrinnn!

“Thank U”, me respondió él. Obviamente, no necesitaba traducirlo.

Otro ¡Trrrrrinnnn!

Una imagen JPG.

La descargué.

¡Dios mío bendito, que nunca olvidas a tus fieles devotos!

Era una foto suya, desnudo, y mostrando sus bubble butts sin censura y en todo su esplendor. ¡Y vaya que eran burbujas perfectas!

“¿Cuándo te la tomaste?”, escribí.

“Right now!”, respondió.

No pude más. Me acomodé sobre la cama, puse mi portátil a un lado y comencé a masturbarme.

Me dio la medianoche.

Estaba desnudo sobre mi cama, satisfecho, con el vientre y el pecho salpicados de fluido seminal, y con un nuevo amigo increíble por la red, quien se aseguró de enviarme hasta 15 imágenes distintas de aquel carnoso tesoro.

La alarma de mensajes de texto sonó en mi celular.

“Perdóname por importunarte”.

Ya sabía quién y por qué era. Vete a la mierda, pensé.

Otra alarma.

“Tienes razón… no debo meterme en tu vida”.

Apagué el aparato. Fui a darme un duchazo.

Dormí plácidamente… hasta que se me dio la reverenda gana levantarme. 

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