martes, 1 de noviembre de 2022

El precio de Leandro 11.2: Mi primera vez


“Si, hermano, la primera vez uno se siente raro”, confía Rico mientras va a dejar a Leandro a su casa, en el Distrito Norte. “Pero uno no deja de ser más hombre, no pasa a ser menos hombre, no deja de ser hombre por saltar entre cada rol… La hombría es otra cosa: asumir retos, cumplirlos, crecer sin remordimientos. Ésa es la clave, hermano”.

“No sé si me hubiera pasado con otra persona”, se desahoga Leandro con serenidad.

“Bueno, ese Madero es muy respetuoso, te diré; otros no serían tan pacientes ni tan comprensivos en esas situaciones”.

“Creo que tú me diste más confianza mas bien”.

Rico sonríe:

“Confianza parece ser la palabra clave, hermano”.

“Pensé que ambos iban a metérmela”.

“¿Qué es eso, hermano? Yo sé cuán jodido se siente, así que jamás haría algo que le incomodara a la otra persona, mucho más si es mi pana del alma”. El conductor palmea el enorme muslo a Leandro.

“¿Cómo fue tu primera vez por atrás, Rico?”

“A ver… Estaba en el liceo y era un viaje que hicimos a una zona al este que le decimos el Delta. Habíamos tomado ron, mucho ron, y estábamos conversando algunos panas en el dormitorio. Había uno de ellos, que estaba en la selección de béisbol que me gustaba mucho pero casi nunca le hablaba, y esa noche me habló como nunca antes. Cuando se nos acabó el ron, cada quien se fue a su habitación. Como la mía era la última, fui caminando con él. Cuando llegamos me dijo si tenía ganas de dormir y le dije que no; me invitó a pasar, seguimos conversando, hablamos de sexo, nos excitamos con la conversación, nos empezamos a tocar, pasó lo que tenía que pasar, dejó que yo se lo meta primero y me dijo que cuando sintiera que iba a acabar que lo saque. Así lo hice. Me giró, me estimuló la espalda, el culo; cuando menos me di cuenta, estaba entrando despacio en mí. Era incómodo pero no dolía, y te hablo de que su huevo sí era grande. Cuando iba a acabar se lo sacó, me besó, nos la jalamos juntos, me qedé a dormir con él”.

“¿Fue la única vez con él?”

“No. Pasó otro par de veces hasta que nos fuimos del liceo; pero digamos que me estableció un estándar… ¿Y tú tuviste primera vez por detrás?”

“Casi”.

“Fresco, hermano. Si no quieres, no me lo cuentes”.

“A ti sí te lo contaría. De hecho, serás la primera persona en saberlo”.

“Cuando quiera, caballero. Soy todo oídos”.

“Era el último año de secundaria. Yo estaba en la selección de fútbol del colegio y vivía y moría por correr tras un balón. Había un curso, Historia, que no lo estaba pasando bien. Por más que el profesor me ayudaba, me enseñaba, me hablaba, no me entraba ni con embudo. Una tarde que acabábamos un entrenamiento, fui a tomar agua. No sé si sabes, pero los colegios públicos aquí siempre tienen carencias en sus servicios básicos. En el mío, era el agua. Me moría de calor, quería darme un baño. Justo estaba abriendo las llaves cuando el profesor de Historia pasaba por ahí. Me dijo que necesitaba esforzarme en su curso lo mismo que me esforzaba en el fútbol; le respondí que necesitaba un duchazo en ese momento, porque tampoco en mi casa sobraba el agua. Me dijo que lo siguiera”.

“¿Qué edad tenía tu profesor, Leo?”

“Creo que veintiocho o treinta. No era ni muy joven pero tampoco era tan adulto; aparte que era delgado, así que si tenía más edad, la aparentaba”.

“Entonces, te dijo que lo siguieras. ¿Por qué?”

“Aquí viene lo bueno del asunto. Él no era de acá, no sé de dónde venía, el hecho es que alquilaba un cuarto cerca del colegio. Fuimos hasta ahí, subimos. Era un cuarto pequeño pero bien ordenadito. Me indicó dónde estaba el baño, me sacó una toalla, me dijo que me duchara. Casi nunca utilizaba una ducha, Rico; tú sabes que en mi casa usamos balde y jarrita, así que la sola sensación de la lluvia era lo máximo. Estaba en lo mejor del momento cuando sentí que abrían la cortina: era el profe en pelotas”.

“Hijo de puta. ¿Qué hizo?”

“Se metió a la ducha y me dijo así de frente que si yo lo dejaba, él me podía ayudar con las calificaciones de Historia”.

“¿qué hiciste tú, Leo?”

“Nada. Me comenzó a jabonar todo, en especial mi verga y huevos. Como hizo eso, yo lo dejé hacer”. Luego se puso de espaldas y me pidió que lo jabonara, y le froté bien el culo. Nos fuimos a su cama, me lo clavé”.

“¿Era la primera vez que se lo metías a alguien?”

“No, la verdad no. Por el barrio me clavaba al pata que me cortaba el pelo, a un chico que entrenaba con nosotros, un compañero de la clase, y bueno, a la que era mi enamorada y otra chica que tenía por otro barrio. Nadie más”.

“Entonces, te lo montaste a tu profe. ¿en qué momento él te quiso montar?”

“Después que las di, como no quería que me tocara la pinga, me recosté un rato boca abajo. Él me acarició la espalda y el culo. Yo normal, no me joden esas caricias. Luego me comenzó a besar la espalda y bajó hasta las nalgas, y hasta ahí nada del otro mundo. Donde ya me comencé a sentir incómodo fue cuando quiso hacerme el beso negro. Te soy honesto: fue la primera vez que me lo hicieron y me gustó, pero me jodía el hecho que fuera mi culo, ya sabes… entonces se me echó encima y comenzó a rozarme su pinga entre mis nalgas… ¡Pingota! Comencé a forcejear con él, quiso metérmela a la fuerza, no me dejé.  Hice un movimiento de piernas a lo escorpión y lo quité de encima, me levanté de la cama y le di un puñetazo en la boca. Busqué mi mochila y salí a vestirme al pasillo. Regresé corriendo a mi casa. Mi vieja me preguntaba a cada rato qué me pasaba, le dije que quisieron asaltarme. De ahí me metí a bañarme, y me froté el culo como para sacarle lustre. Me sentía… raro”.

“Hermano, ese hijo de puta quiso violarte, ¡carajo!”

“Al día siguiente pensé que iba a hacer o decir algo en el colegio. No me dio cara. Pensé que iba a joderme con las calificaciones. No hizo nada. Ya no me hablaba, no me pasaba la voz para nada. Nadie se dio cuenta, menos mal. Pero siempre he vivido con la sensación de que si yo no lo hubiese parado antes que entre a la ducha, o peor si yo no hubiese aceptado ir a su cuarto… no sé”.

“Leandro, es probable que hayas sido muy temerario al aceptar todo eso, y de hecho hay responsabilidad en cierto modo; pero no eres culpable de que tu profe haya querido violarte. ¡Para nada, huevón! ¡Para nada! ¿Me oyes?” Nadie puede forzar a nadie a hacer lo que no quiere hacer, y aunque quiera hacerlo, siempre se pregunta antes. Encima que ese imbécil tenía treinta y tu dieciséis. No jodas, hermano”.

“Ni estoy seguro de su edad, Rico”.

“¡ése no es el punto, Hermano! Él era mayor de edad, tú eras menor de edad. ¿entiendes?”

“No, no lo entiendo. Solo sé que, como no hubo problemas luego, yo preferí no darle importancia… hasta ahora que recién lo cuento”.

“Ay, hermano. Hiciste bien en contarlo. Nada más nunca lo repitas”.

“No, Rico, ni loco. Bueno, además, veeámosle el lado positivo: aprobé Historia”.

“¿Cuándo tú no, hermano? ¡Cuándo tú no!”

Ambos ríen. Están a escasas dos cuadras del hogar de Adela.

 

 

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