jueves, 10 de noviembre de 2022

El precio de Leandro 12.4: ¿Papá?


                    Cintia queda dormida en el pecho de su amado, mientras él mira a la oscuridad, intentando analizar el recorrido de sus últimos catorce meses de vida. La cancha de fútbol, la casa de novios, la casa de esos dos novios, el taxista amistoso, la convocatoria… Darío. Alguien le habló sobre darma y karma, las dos fuerzas del universo que atraen lo positivo y lo negativo respectivamente. Leandro no tiene claro cuál de las dos lo comanda. ¿O acaso está al medio? ¿O no está en ninguna parte? Cuando comienza a quedarse letárgico, su celular vibra. Lo toma y mira la pantalla, reconoce el número, corta la llamada y no la contesta.

 


En ese preciso instante, a unos cinco o seis kilómetros de distancia, en el último piso de la Torre Echenique, un ebrio Darío llora en medio de una solitaria cama. Su cabello está un poco largo y desordenado, la barba medio crecida, desnudo y acompañado por otra botella de vodka; insiste con su celular mientras escucha a Bach. Se lo lleva a la oreja.

“Hola, soy Leo Pérez. Ahora no puedo atenderte, así que deja tu mensaje luego de la señal”.

¡Bip!

“Leo, soy Darío. Por favor, llámame cuando puedas. Te amo”.

Bebe otro sorbo y trata de concentrarse en la melodía. No lo consigue. Vuelve a manipular la pantalla de su celular y se lo lleva a la oreja.

“¿Darío?”, le contesta una voz somnolienta.

“Hola”, habla algo imperativo. “Necesito que vengas a la Torre”.

“Darío, son… son doce y media de la noche”.

“¿Y qué tiene? Para eso te compré esa moto. Vístete. Te espero”.

Bebe otro sorbo de vodka, y por alguna razón busca desde su celular la canción de Luna Estrella en la que aparecieron Rico y Leandro como modelos. La intenta cantar sin éxito, o en todo caso, como todo hombre alcoholizado.

 


Ese lunes por la  mañana, en la oficina, Leandro está con cara de pocos amigos viendo unas cuentas. Madero entra.

“¿Hay algo malo en el departamento o ya tuviste tu primera pelea de conviviente?”

“Nada de eso. Digamos que alguien me hizo una llamada casi a medianoche y… me jode”.

“¿Alguien con una carrera en decadencia, que fue rechazado como imagen de una poderosa firma comercial que, en su lugar, puso a cierto deportista que tengo enfrente?”

“¿Cómo lo sabes?”

“Últimamente Darío Echenique está hecha la melodramática”.

“No es broma, Beto. Parece, pero mortifica”.

“¿Y cómo tiene tu número si lo cambiaste cuando comenzó el programa?”

“Buena pregunta, pero si crees que yo se lo di, pues no fui yo; dicho sea de paso, desde que no tengo nada con él, vivo más tranquilo, con cosas más importantes sobre las que debo ocuparme como estas facturas”.

“Ese Echenique sí que es terco, entonces”, concluye Madero.

“Ya veré cómo me lo saco de encima”, se alivia Leandro.

El futbolista ordena sus papeles y sale un momento de su propia oficina, porque parte de sus negociaciones incluyeron su propia oficina. No da ni dos pasos cuando su celular vibra, lo mira, se niega a contestar pensando que Darío está usando otro número. Insisten en timbrarlo, saca el aparato, respira hondo y responde:

“Oye tú, deja de joderme, ¿quieres?”, habla en voz baja.

“ehhh… ¿Leandro?”, duda una voz muy grave en el auricular. Y ésa no es la  de Darío.

“Perdone, sí, soy yo; pensé que eran… eran esta gente que vende cosas por teléfono”.

“Comprendo. Mira, Leandro. Te habla Baldo Pérez”.

“¿Papá?”, se extraña el muchacho.

“Sí, hijo… Me encantaría conversar contigo… en persona”.


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