lunes, 28 de noviembre de 2022

el precio de Leandro 15.1: Te vaciaste en mi culo


Madero y Baldo ayudan a bajar las maletas de Adela y Cintia y ponerlas en el auto, que está flanqueado por los del abogado y de Madero. Las mujeres van con el futbolista, quien luce muy consternado; delante va su padre y detrás va su jefe.

“¿Crees que puedes conducir, Leandro?”, consulta Madero.

“Sí, sí puedo”.

Mientras parten al aeropuerto en formación tipo caravana, alguien les vigila desde otro auto ubicado a cierta distancia pero no les sigue.

“Repasemos”, anuncia Leandro mientras conduce y sacando entereza quién sabe de dónde. “estarán en un lugar seguro que será seguro en la medida en que no le digan a nadie donde estarán, y nos comuniquemos solo lo suficiente. Nada de fotos en redes sociales, nada de videos”.

“¿Estarás seguro, hijito?”

“Tranquila, má. Si no se queda papá, se queda Beto o se queda Genaro; pero no me quedaré solo”.

“¿Cuándo acabará todo esto, hijo?”, se angustia Adela.

“Pronto, mami. Cuando Darío esté bajo control, todos nos reuniremos otra vez. Te lo prometo”.

el futbolista se concentra en el auto de su padre que va delante suyo y aprieta sus dientes para no llorar.

 


Esa noche, Alberto instala un sistema de vigilancia en el dos cero uno del Condominio.

“Si alguien que no digite el código en la puerta logra ingresar, la alarma le dejará tal tinnitus que, cuando se recupere, un par de policías ya lo tendrán esposado”, explica.

Leandro no replica.

“Tendría que fallar el grupo electrógeno para que nada se active; además, podremos verlo desde tu celular y el mío”.

Leandro sigue con la boca cerrada.

“Ey, ey, ey. ¿Hay alguien ahí?”

“¿Por qué Rico?” Leandro rompe a llorar.

Alberto baja de la escalera y abraza al muchacho.

“No lo sé, Leo Leandro; pero te prometo… te…”

Alberto comienza a llorar junto a él. Lo besa en la mejilla y el cuello.

“Necesitamos relajarnos”, aconseja Madero entre sollozos. “O este dolor va a derrumbarnos”.

 


Lo mejor que se le puede ocurrir al director creativo es tomar una ducha tibia, a media luz, junto al futbolista. Trata de excitarlo; mejor dicho, trata de satisfacer su excitación frotando su pene erecto entre las nalgas del muchacho.

“No tengo ganas, Beto”.

Madero no hace caso. Besa la espalda y la nuca y sigue moviendo su pelvis en medio del trasero del futbolista quien parece laxo.

“No, Beto, no; no, por favor”.

“Tranquilo, mi amor”, suspira Madero.

Leandro se queja. Una opresión fuerte en su ano va convirtiéndose poco a poco en dolor.

“Respira hondo y despacio, Leo… hhondo… y despacio”.

El futbolista agarra la pequeña nalga de su jefe y la estruja mientras jadea y gime. Ambos lo hacen. Minutos después, Madero deja de cimbrarse y Leandro siente que la opresión en su recto cede.

“quiero cagar”, avisa el futbolista saliendo velozmente de la ducha.

 

Luego, en el dormitorio, Leandro descansa sobre el pecho de Madero.

“Bonita manera de recordar a Rico”.

“Necesitabas relajarte y, bueno, se me ocurrió eso”.

“Te vaciaste en mi culo”.

“¿Te jode?”

“No, pero… mis respetos por los pasivos”.

“La primera vez siempre es la más traumática, Leo Leandro”.

“Nunca supe cómo fue tu primera vez, Beto”.

“Super traumática. Tenía veinte años y estaba en la universidad haciendo un trabajo. Habíamos contratado a un modelo alto, musculoso, para unas fotos, y estábamos esperando a mis compañeros. El chico se estaba duchando y, cuando salió, no tenía toalla. Tenía una cosota, grande y gruesa. Me lo quedé mirando. Hizo que se la tocara, se la mamara. Cuando me di cuenta, estaba sin ropa, reclinado sobre una mesa recibiendo su pinga en mi culo. Me dolía como mierda, encima que demoró como mierda. Cuando llegué a mi casa y me saqué el interior, ¡puaj!, una mancha amarilla y roja”.

“Te lo había reventado”.

“De hecho. Se lo comenté a un amigo gay de confianza y me dijo que en esos casos siempre se debe usar lubricante a montones. Había obviado ese paso”.

“Te contaré, Beto, que hemos obviado ese paso”.

“¿Te arde o te duele?”

“No, se siente raro nada más”.

Leandro hace que Madero se gire, dejándole su nuca lista para ser besada.

“Ahora es mi turno”, le avisa.

Trata de excitarse pero no lo consigue. Desiste pero se queda en esa nueva posición:

“¿qué dijiste en tu casa, a tu esposa?”

“Que estás en peligro de que un publicitario te meta pinga por segunda vez”.

Leandro ríe:

“Primero yo se la tengo que meter”.

Madero consigue girar, besa a Leandro y se revuelca con él sobre la cama.

“Si quieres que se te pare, relájate, Leo Leandro”.

“Quiero, trato, Beto Alberto, pero no puedo”.

“Bueno, es un proceso. No te exijas”.

“¿Sabes que me provoca encarar a Darío por lo que hizo a Robertth y Rico?”

“Ya escuchaste a tu viejo: es altamente riesgoso porque te puede matar, y yo te aconsejo lo mismo”.

“No me siento cómodo huyendo porque no es mi estilo; es como si tuviera el arco libre y no pateo el gol”.

“Es que esto no es fútbol, es estrategia legal. ¿Alguna vez jugaste ajedrez, Leandro?”.

“Nunca. A duras penas, ludo”.

“Si encaras a Darío, todo el argumento de que la víctima eres tú se nos viene al suelo”.

“a veces no me siento la víctima, Beto”.

“Pues, tendrás que creértela, o hacer que el resto se la crea en última instancia”.

“Entiendo: decir que es lo que no es y que no es lo que sí es. Reglas de la publicidad”.

 

Al día siguiente, domingo, Leandro no despierta con el desayuno sino con el periódico en la cama

“Cuerpo B, página dos”, indica Madero.

Leandro abre el diario, y casi se queda de una pieza. “entrégate, Darío” es el titular a toda página, “José Miguel Echenique” como antetítulo, “Padre de modelo promete ‘un buen abogado’” como bajada. El futbolista mira sorprendido a Madero.

“¿No fuiste tú, no?”

“Leandro, ¿cómo se te ocurre que voy a inventar una noticia así, y todavía con ese hijo de puta?”

“Entonces… ¿fue mi papá?” 

No hay comentarios:

Publicar un comentario