domingo, 13 de noviembre de 2022

Ser Rafael 13.1: ¿Eres gay?


La semana de capacitación en el banco me reveló dos cosas: mi competencia profesional era mejor de lo que esperaba, lo que me hizo dominar la herramienta que nos estaban enseñando casi al momento; lo otro era que Al no era tan ignorante del español como pretendía, aunque tampoco lo dominaba del todo; pero hablando en infinitivos podía defenderse perfectamente. Mismo Tarzán.

Así que aprovechábamos todos los descansos para conversar algo, que no necesariamente fuera del trabajo.

Me enteré que, aunque nacido en el centro de los estados Unidos, se mudó a la Florida porque llegó a odiar el frío extremo y porque amaba la playa al punto de tener una casa en un lugar algo aislado, donde, de vez en cuando, practicaba el nudismo.

“¿Y nunca te han dicho nada por andar desnudo?”

“Mi propiedad privada. Mía. Nadie poder entrar. Yo poder hacer yo querer”.

“estabas solo?”

“Muchas veces. Yo también invitar amigos”.

“Y todos estaban desnudos”.

“Sí”.

Esa noche lo llevé al mismo gimnasio donde yo entrenaba, y causó la sensación entre todo el mundo por su físico y por la ropa deportiva entalladísima y brevísima que lucía (sin ropa interior, según noté en el vestuario).

Tras tomar una ducha allí mismo, íbamos a cenar; luego lo iba a dejar a su hotel, pues, según me dijo, gustaba dormir temprano para levantarse al día siguiente “con mucha energía”.

como ya teníamos confianza desde la Internet, el martes lo invité a cenar en mi casa.

Mi madre, obviamente encantada y honrada, se desbarató conversándole.

Al, educadamente, le sonreía, aunque luego confirmé que entendía poco o muy poco de lo que ella le hablaba.

Mis compañeros de trabajo y hasta mi jefa se sorprendieron de la amistad que se había desarrollado entre los dos. Aunque tampoco les parecía fuera de lo común, ya que, como me dijo uno de mis colegas, “te haces amigo hasta de las piedras, huevón”.

    


El miércoles por la noche, estábamos comiendo en un restaurante vegetariano del centro.

“¿Rafo, ¿tú ser gay?”

La pregunta a quemarropa me dejó turulato. Casi me atraganto con la carne de soya.

“No… no sé”.

Al sonrió.

“OK”.

“¿Y tú?”

“Sí. Yo ser gay”.

Miré a ambos lados temiendo que alguien nos escuchara. Él pareció no tomarle importancia.

Más tarde, en mi cama, la vendita pregunta me dio vueltas en la cabeza.

Era un hecho que sobre ese mueble de descanso funcionaba perfectamente con mujeres y varones, aunque la mayor parte de mis experiencias sexuales hayan sido con mujeres. Ahora bien, ¿en qué momento eres heterosexual, homosexual o bisexual? ¿Hay algún número? Quiero decir, como los tests, donde del cero al diez, eres más lo uno pero no tanto lo otro; de diez a treinta, eres de ambos; de treinta a más, ya luces la pluma en tu cabeza, aunque tengas apariencia de machito.

Todo iba bien en mi proceso de silogismos y falacias hasta que mi celular sonó. Era la alarma de mensajes de texto.

“Debes extrañar tu reloj. Puedes verme para recogerlo. ¿Lo quieres?”

Ignoré el recado de Eduardo. Ignoré la pregunta de Al. Ignoré todo. Me acurruqué y me quedé dormido.

El jueves llegó Laura.

Luego de dejar a Al en su hotel, fui a verla a su casa.

Como toda su familia, ella seguía triste, pero no tanto como su madre y su padre.

Estuve conversando un rato con ella.

Mientras me contaba las novedades del funeral de su abuela, yo hacía lo mismo con la capacitación en el banco, y la sorpresa que resultó tener a Al como nuestro capacitador o trainer, como les dicen en esa jerga que confunde el idioma… tanto como yo estaba confundido respecto a esa pregunta que ya me habían lanzado: ¿quién soy yo?.

Un mensaje de texto me ingresó.

“¿No recogerás tu reloj?”

Me incomodé.

Laura trató de tomar mi celular y ver mi mensaje.

“¿quién es? ¿Por qué te molestas?”

“Es la operadora con sus promociones. Voy a borrarlo”.

“Pero, dámelo. ¿Por qué no me lo quieres dar?”

Retuve como pude mi teléfono, y borré el mensaje.

“Porque ya te dije que es un mensaje publicitario. No tiene importancia, Laura”.

Ella se puso seria.

“Rafo, espero que no estés volviendo a las andadas. Mira que esta vez no te voy a tolerar cosas”.

“Mi amor, confía en mí, ¿sí?” Sonreí pícaramente. “Mañana salimos para distraernos”.

“estoy de duelo, Rafo”.

“Por eso mismo. Solo saldremos. Le diré a Al. Solo conversar. No disco, no baile”.

Laura hizo un gesto de duda, y como que preaceptó mi idea.

Camino de mi casa, llamé a Eduardo.

“¡Rafo, al fin!”

“Oye, so mierda. ¿Quieres dejar de joder con esa huevada del reloj? Por mí, métetelo al culo y no jodas más

Quiso replicarme, pero le corté. 

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