viernes, 4 de noviembre de 2022

Ser Rafael 11.2: El chico de la ducha


Esa noche en el gimnasio, entrené como loco. Mi propósito era simple: agotarme tanto que, al llegar a mi casa, no tuviera más ganas que de dormir hasta que me diera la reverenda gana de levantarme, al día siguiente, sin importar la hora.

Es más. Como había llevado todo para recoger a Laura, no me quedó otra que ducharme en ese lugar.

Ya estaba en el cubículo de la ducha que había elegido, entre las dos existentes, la más cercana a los casilleros, cuando sentí que alguien ingresó detrás de mí.

“Hola”, me dijeron.

“Hola”, contesté, mientras abría la llave.

Me metí en esa primera lluvia, dispuesto a dejarme refrescar tras la extenuante sesión de entrenamiento.

“Pata, disculpa”, me dijeron a mi espalda.

Volteé: era el tipo que, la última vez que me duché aquí, me palmeó el trasero aunque no lo reconoció. Imbécil yo no soy.

“¿Qué pasó?”

“Quería disculparme por el incidente de la vez pasada. No fue mi intención”.

El tipo estaba desnudo, arrimado a la pared que separaba mi ducha de la suya.

Aunque delgado, tenía algo de volumen y marcación en sus músculos. En realidad, más marcación que volumen.

Y también noté cierto largo arriba del promedio en cierta parte íntima suya.

“Olvídalo. Ya pasó”, acepté.

“Gracias. Oye, ¿y hace cuánto tiempo entrenando?”

“Uuuuuhhhhh… desde los quince… nueve años y meses. ¿Y tú?”

“Ah, con razón. Solo tres años, pero dejando por meses”.

“”¿Por qué ‘con razón’?”, sonreí… pícaramente.

“Bueno… no vayas a molestarte, pero… tienes un gran físico”.

“Gracias”.

El agua de la ducha seguía mojándome el cuerpo.

El tipo sonrió y fue a ducharse. Ya me sentía más relajado.

“¿Y te dedicas a algo?”, levanté mi voz.

“Exportaciones. Soy comerciante. ¿Tú?”

“Sistemas”.

No oí réplica. Seguí bañándome.

A lo mejor no le era atractiva mi carrera, o no le era atractivo yo.

Seguí duchándome.

“¿A qué me dijiste que te dedicas?”, me gritó.

“¿No oíste?”

Según percibí, el tipo cerró el grifo. Volví a sentir su voz a mi espalda.

“Ahora sí. ¿A qué te dedicas?”

“¿No me oíste?”

“O es la ducha o es este murito”.

Ahí estaba otra vez, desnudo y húmedo, viéndome a mí, desnudo, húmedo y en proceso de ‘calentamiento’.

Hice matemáticas rápidamente.

En este gimnasio hay dos duchas. Dos personas ocupan las dos duchas. Si la gente de afuera se percató que entramos los dos, harán una resta simple: dos tipos menos dos duchas es igual a… mejor no entro.

“Tengo una idea loca… si no puedes escucharme por esta pared, o tu ducha… ¿por qué no compartimos mi ducha?”

El tipo se quedó mirándome perplejo, en silencio.

“Sí que es una idea loca. ¿Y si alguien entra?”

Le expliqué pitagóricamente cuáles eran nuestras probabilidades.

Esperó dos segundos.

Entró.

El roce de nuestros cuerpos fue inevitable, tanto, que nos olvidamos continuar la charla.

Lo tomé de su cintura, y fui de frente a la conquista de sus labios. Él me respondió. Entonces nos abrazamos. Nuestra excitación no tardó en aparecer, al punto que la presionamos mutuamente.

Comencé a besarle el cuello.

“¡¿Ya están libres las duchas?!”

Alguien llamaba desde la puerta del vestuario.

El tipo se asustó.

Yo le hice señas que no dijera nada y que se tranquilizara.

“¡Cinco minutos!”, grité.

“¡Ya, Rafo!”, me respondió la voz desconocida.

Le expliqué al tipo que saliera de la forma más normal, y que afuera veríamos cómo seguíamos esa caliente sesión. Me hizo caso, no sin antes alabar lo “largo y grueso” de mi dotación.


Ya en la calle, lo alcancé en un puesto de revistas que había cerca del portón del gimnasio.

“¿Eres Rafo? Jaime, mucho gusto”.

“Rafael mas bien. El gusto es mío”.

“¿Vives solo?”

“ehhh. No. Con mi familia. Mas bien, ¿qué tal un telo?”

“No, huevón. Allí es más fácil que te ampayen. Tengo mi depa cerca de acá, a unas cuatro cuadras. Mejor vamos allí. Vivo solo”.

No habíamos avanzado ni media cuadra.

“¡¡Rafael!!”

Me quedé helado. 

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