Debido a las vacaciones de fin de año, se nos acumuló mucho trabajo en la oficina. Por eso, decidií avanzar algo este domingo.
El calor era insoportable, así que constantemente estaba tomando agua, hasta que el dispensador se quedó vacío.
Llamé a nuestro proveedor y me dijo que trataría de enviarme un bidón, pues, como era fin de semana, no tenían personal disponible. Pedí de favor que la llevaran pues la necesitava.
Era casi mediodía, el calor se incrementaba, y nada de agua. Insistí. Me dijeron que en veinte minutos, un amigo del dueño del negocio llevaría mi pedido.
la verdad es que estaba perdiendo la paciencia.
Tres cuartos de hora después, tocaron el intercom de la oficina. Era una voz grave:
- Su agua, señor.
Cuando abrí la puerta de la oficina, un pata inesperado, luciendo un bibidí blanco y un short de tela sintética color negro. Era un tipo moreno, musculoso, con grandes brazos, enormes pectorales, culo redondo y relleno, y piernas de futbolista.
No pude quitarle los ojos de encima.
El pata, muy cordialmente, retiró el bidón vacío, e instaló el nuevo.
- Ya está. ¿Algo más que pueda hacer por usted?
- No sé. ¿qué más puedes hacer?
- Lo que quiera.
- ¿Lo que quiera?
- Claro.
- Bueno, estoy algo tenso por estos papeles…
- ¿Desea un masaje?
- ¿Sabes darlos?
- Algo.
- Claro, ¿por qué no?
Volteé mi silla, y él se colocó detrás de mí. Sus gruesas manos comenzaron a sobarme el trapecio, y la nuca. La distensión llegó en poco tiempo.
- Tienes buena mano.
- Gracias. No pensé que le gustaría.
- No me trates de usted.
- De acuerdo. ¿así está bien?
- Perfecto.
- Si deseas, puedo avanzar con toda la espalda, pero necesito que te saques el polo.
- ¿En serio?
- Seguro. Confía en mi. Además, tú tienes el teléfono de mi amigo. Si hago algo malo, llamas y me acusas.
- ¿Y dónde aprendiste a dar masajes?
- En el gimnasio donde entreno.
- Se nota. Tienes buen cuerpo.
- Gracias. ¿Entonces?
- La verdad es que me gustaría un masaje completo.
- ¿Completo?
- Todo el cuerpo.
- Allí hay un sofá, puedes echarte allí, y lo hago, pero… tendrías que quitarte toda la ropa.
- OK. Nadie vendrá aquí.
Desnudo, me eché boca abajo sobre el sofá. Sus dedos comenzaron a pasearse por toda mi espalda, mis brazos, mis nalgas y mis piernas. La verdad es que me sentía relajado por completo, pero debo admitir que más que la técnica, era el sentirme tocado por ese musculoso. Entonces, comencé a excitarme.
- Date la vuelta.
¡Mierda! Como dije, estaba excitado… y con la pinga parada. No supe qué hacer, y tras unos segundos de duda, giré.
- ¡Vaya! ¿Y eso?
- Disculpa, no lo pude evitar.
- Normal. ¿Hace cuánto que no te dan un masaje?
- Es la primera vez.
- Entiendo. ¿Puedo ponerme más cómodo para masajearte?
- ¡Claro! ¿qué harás?
- Quitarme la ropa.
No lo podía creer. Se quedó en un bikini que apenas podía asegurarle el paquete, el que se veía algo grande.
- ¿Y eso?
- Ah, ¿te gusta? Lo compré en Lima.
- ¿Eso?
- Sí, esto… o ¿de qué estás hablando?
- De lo que hay debajo del bikini.
- Ah, te refieres a esto.
Entonces, se bajó la prenda, y su pinga saltó. El huevón era lampiño, y se había rasurado el vello púbico y las bolas. Apenas tenía el vello de las pantorrillas para abajo, pero escaso.
Así calato, reinició el masaje. Se sentó sobre mi verga y comenzó a sobarme el pecho, el cuello y el abdomen, y mientras se proyectaba hacia mis piernas, dejándome su miembro y bolas a la vista, comenzó a mover su culo. Mi pinga estaba entre sus nalgas, y como la mía bota bastante líquido pre-seminal, él pudo darme un masaje allí con mucha facilidad, pues su raja estaba más que lubricada.
Sin dejar de mover su culo, se inclinó a besarme en la boca, y yo aproveché para acariciarle su firme cuerpo, su espalda, sus nalgas.
Todo me parecía un sueño, pero, ¡mierda!, eso no era un sueño. Pasaba allí sobre el sofá de la oficina.
No resistí más, y le di mi semen allí entre sus nalgas.
Él no dejaba de moverse por lo que me producía unas cosquillas que estaban a punto de volverme loco.
Él comenzó a pajearse, cada vez más fuerte, hasta que su semen se disparó sobre mi abdomen y pecho algo velludos, aunque no tan formados como los suyos.
- ¿qué te pareció el masaje?
- Perfecto. Todo está perfecto.
De pronto sonó su celular. Se levantó a verlo y contestarlo. No me percaté del diálogo, sino que me distraje viendo mi leche entre sus nalgas, y cómo comenzaba a chorrearse por sus abductores.
- Tengo que irme. ¿Tienes papel?
- Sí, allí en el baño.
- Ambos nos pusimos la ropa de nuevo. Sorbí un vaso con el agua que él había traído. Estaba fresca.
- ¿Cuánto te debo?
- Siete soles del bidón más tres de movilidad. Diez en total.
- ¿Nada más?
- No. Nada más.
- ¿Y el masaje?
- Cortesía de la casa, es decir, de mi casa… Cuando quieras, serás bienvenido.
Me dejó su número.
Esa tarde, terminé de hacer los papeles, y me quité de la oficina como a las cuattro.
Tomé otros dos vasos con agua.
Lo llamé y quedamos para esa noche.
Desafortunadamente, tuve inconvenientes en mi casa y no pude ir: mi esposa se había puesto algo malita. Ni modo, la familia está primero.
La huevada es que el pantalón donde guardé su teléfono lo mandé a lavar, y me da roche preguntar por él al señor donde pedimos el agua.
Así que si alguien lo ve por su casa u oficina, pásenme la voz. Quiero sentir su culo, y su verga –por qué no-, de nuevo.
© 2012 Hunks of Piura Entertainment. Siempre practica sexo seguro.
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