martes, 16 de agosto de 2022

el precio de Leandro 1.2: Un modelo ansioso


A veinte para las cinco de la tarde, el joven futbolista cambia rol y se cambia de ropa… o al revés. En el aristocrático Distrito Centro Sur, en una calle bajo gruesos ficus está la Casa de Novios de la señora Ibárburu, donde Leandro se transforma en maniquí. Se coloca el esmókin negro entallado, intenta hacerse el nudo del corbatín alrededor del cuello perfectamente blanco y almidonado, se arregla un poco el cabello y sale del vestidor.

 

En la sala de maquillaje está Cintia, vestida de blanca novia. No, no es que ambos vayan a casarse aún, aunque Cintia lo guarde como su más profundo sueño; de hecho, son amigos de toda la vida.

“¿qué tal me veo?, consulta el muchacho.

“Guapísimo”, le responde ella con una amplia y dulce sonrisa. “No entiendo por qué no te responde aún ese señor… ¿Peña?”

“Yo tampoco”, asiente Leandro. “Le he mandado hasta señales de humo a ver si me da una oportunidad, pero nada”.

“Por algo será”, responde ella, mientras toma una brocha y un pomito con base.

“¿Me vas a echar eso?”, duda él.

“Siempre lo hago”, asevera ella. “Y esta vez sí es la de tu tipo de piel”.

“Ah, entonces sí”.

“¿Y si no te responde ese señor?”, Cintia hace movimientos circulares sobre la base.

“Insistiré”, afirma Leandro sin dudar.

Mientras Cintia pasa la brocha por el rostro de su compañero, afuera en el ‘showroom’ ambientado con fotos enormes de bosques inexistentes en el país y una música clásica de fondo como caricatura animada de estilo versallesco, la digna y elegante señora Ibarburu se acomoda sobre elsofá de terciopelo al lado de una novia emocionada y un novio con cara de y-qué-hago-acá (intercalando el ¿diantres’ por alguna parte).

 

El sillón de terciopelo azul algo’ está justo al frente de una pequeña pasarela que termina en otras dos más pequeñas haciendo una T.

“¿Listos?”, pregunta la experimentada diseñadora de modas.

“Lista”, dice la novia, sonriendo.

“Bueno”, asiente el novio no muy animado que digamos.

La señora Ibarburu prefiere obviar la evidente poca colaboración del futuro consorte y llama a Cintia, quien aparece tras la cortina avanzando lentamente y luciendo el vestido con un entallado sin mangas, un velo no muy nutrido y una falda larga y vaporosa digna de ballerina.

“Ay, Dios”, se emociona aún más la novia. “Está hermosísimo”.

“He privilegiado lo clásico en este diseño sin hacerlo tan barroco”, se luce la dueña de la casa, sin perder la dignidad.

“¿Tan qué?”, se extraña la novia.

“Sin estar tan recargado de detalles, amor”, traduce el novio, no sin exudar litros de sorna.

Ibarburu prefiere seguir obviando al poco colaborador futuro marido y llama a Leandro, quien, al aparecer por la pasarela, no solo llama la atención de la novia por su esbelta figura, sin llegar a semejar un muñeqquito de acción. El chico sabe que sus ojos y su sonrisa son su primer anzuelo, a´sí que lo dicho: incluso el novio se queda con la boca abierta por un instante.

“Otro corte clásico aunque con tendencia a lo actual”, insiste la anfitriona.

“No pensarán meterme en eso”, opina el novio disimulando su asombro.

“¿Cómo que no?”, inquiere la novia. “se ve lindo”.

“Claro, él es modelo”, espeta el novio. “¿Yo? No”.

La novia tira un codazo disimulado a su compañero.

“Te equivocas”, reasume Ibarburu. “Tu contextura y la de Leandro son harto parecidas

“Yo opino igual”, dice la novia.

El novio siente, en ese instante, que el nombre del muchacho le suena de alguna parte.

Leandro y Cintia, entonces, ocupan los extremos de las pasarelas más pequeñas y lucen los trajes.

“¿Tienen preguntas?”, consulta la diseñadora.

“Dos”, interviene el novio otra vez. “¿Cuál es el riesgo de que me asfixie? Y si sobrevivo, ¿en cuánto tiempo me lo quito todo?”

La novia vuelve a codear a su novio, esta vez, sin tanto disimulo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario