miércoles, 10 de agosto de 2022

Ser Rafael 1.2: Su mano dentro de mi calzoncillo


“¿Vienes seguido?”.

“No. Una vez a las quinientas”. ¿Y tú?”

“Una vez al mes, o a los dos meses”, me dijo sin vacilar.

“O sea, medio caserito”, me sonreí en la oscuridad.

“Ni tanto”.

En la pantalla, T.T.Boyd probaba todas las poses que podía entre indistintos gemidos suyos y de la rubia, hasta que la acostó boca arriba, ubicó su falo sobre los enormes senos de la modelo, se masturbó y eyaculó fuerte y profusamente dando un rugido.

“¿Te estabas pajeando, no?”

La pregunta de Juan me sacó de cuadro, otra vez.

“¿Cómo?”

“Cuando vine del baño, me di cuenta que te estabas pajeando”.

Yo dudé qué decir. O sea, ni en mi casa había pasado por eso, y ahora tenía que rendir cuentas a un extraño, quien encima parecía tener ojos de gato.

“Como las huevas, Paúl… Todo el mundo aquí busca sexo”.

Traté de mirarlo en la oscuridad. Apenas distinguí un perfil, cabello corto, camiseta, jeans. Por el pasillo del fondo, sombras que pasaban y repasaban.

Me lo tomé con calma.

En el fondo, Juan tenía razón: todo el mundo que viene al cine triple X busca sexo. Quien no se está masturbando en las butacas, deja que lo masturben y hasta que le den sexo oral; en los baños, la gente practica el coito a vista y paciencia de quien sea. Con

suerte puedes unirte a la acción; o si no algo más conservador como mostrar tu pene erecto en el urinario a quien venga.

“Oye… Juan…. Tú… ¿también buscas sexo?”

“Sí”.

“¿Y qué… qué tipo de sexo?”

“sexo tranqui”.

“¿Tranqui?”

“Sí, tranqui. Lo normal”.

Regresé a ver la acción en la pantalla. Un pata con pinta de universitario musculoso besaba y desnudaba a una morena. Nuevamente, sentí cómo la sangre fluía a los cuerpos cavernosos de mi miembro.

La erección fue patente en menos de un minuto.

Suspiré un poco.

“¿Qué pasó”, me preguntó Juan.

“Nada. Creo que… se me paró”.

“Alucina”.

No transcurrieron ni diez segundos, cuando sentí que una mano subducía mi antebrazo. Recogí toda mi extremidad por detrás del asiento. Muy poco después, sentí unos dedos sobre mi muslo, hasta llegar a mi pubis. Los dedos se hicieron palma. La palma comenzó a masajearme la erección por encima del short. Respiré rítmicamente, como cuando alzas pesas en el gimnasio. La mano se deslizó hasta el elástico de mi short. Y lentamente se metió dentro de él. Fue cuando Juan me acarició el bulto duro sobre el calzoncillo. Otro minuto más, y por fin sentí la suave palma haciendo contacto directo con ‘mi amigo de toda la vida’, congestionado al máximo por la irrigación vascular.

“Parece grueso”, me dijo.

“Es grueso”, le respondí.

Lo miré. Pude percibir que me miró en la oscuridad.

No era ni las nueve de la noche.

    

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