martes, 16 de agosto de 2022

el precio de Leandro 1.4: El modelo al desnudo


Cinco minutos después, los tres ingresan al seis cero dos. Al encender la luz, Leandro se encuentra con una sala enorme, de paredes blancas, piso de parquet, gruesas cortinas blancas de techo a suelo donde se supone que está la ventana. Por muebles, un sofá sin tanto estilo, un par de modulares, una enorme tele plana, un par de cuadros con floreros de estilo algo impresionista tirando para un expresionismo que bien hubiese representado Van Gogh de no ser por su esquizofrenia, una luminaria triple de apariencia abstracta.

“Qué lindo”, califica Leandro, boquiabierto, no tanto por cortesía sino por contraste a su propia casa.

“Toma asiento”, invita el novio, jalando al chico hasta el sofá.

“¿Quieren tomar algo?”, consulta la novia.

“Vino tinto frío”, ordena el novio. “¿Tú, Leandro?”

“ehhh, no, yo… estoy bien, gracias”.

La novia pide permiso y se va sonriendo hacia la cocina. El novio y Leandro se sientan sobre el sofá.

Una vez que la mujer desaparece, el novio recuerda que debe cerrar un trato. Lleva su mano derecha a su bolsillo trasero derecho y extrae su billetera; saca tres billetes de cien y se los entrega a un sorprendido Leandro.

“No fue lo que acordamos”, le observa el muchacho, luciendo un enorme signo de exclamación solo visible para un historietista.

“Lo sé”, asiente el novio. “Solo tómalo”.

“Pero no tengo vuelto”, aclara Leandro.

“No te estoy pidiendo vuelto… Yo sé cómo puede acabar esto así que… te pago por el servicio y por tu silencio”.

El chico trata de pensar rápido.

“Yo solo hago de activo”, dispara.

“Yo también”, sonríe el novio.

Leandro regresa los billetes.

“No puedo”.

“No seas cojudo: ni te la voy a meter ni me la vas a meter. Ya sabes cuál fue nuestro trato y así quedará”.

“Aún así es mucho”, dice el joven separando un billete de cien.

El novio le contiene la mano.

“Tómalo como mi donativo al fútbol de segunda división”.

La puerta de la cocina se abre y Leandro esconde como puede los tres billetes en su bolsillo, asegurándolo con la cremallera de plástico. La novia sale con una artística copa servida hasta poco por encima de la mitad con un tinto que estaba enfriándose en la refrigeradora desde la última Navidad, y se lo ofrece al novio, quien le agradece. De inmediato, ella se sienta al costado de él teniendo al modelo justo enfrente, quien termina de programar sesenta… no, mejor noventa minutos en el temporizador de su celular inteligente.

“Quién lo diría”, interviene ella. “El galán de época Semanal en persona y en mi sala”.

“en nuestra sala”, añade el novio.

“Así que te gustaron las fotos”, trata de tomar el control Leandro.

“Bueno, no te negaré que las de la ducha estaban fabulosas”, sonríe ella comenzando a salivar.

“¿Y puedo saber por qué?, sorbe un poco de vino el novio.

“Por ese cuerpo marcado, esas piernas gruesas, esas nalgas… sexys”, deja de disimular la mujer.

“¿Quieres verlas en vivo?”, maniobra Leandro de nuevo.

“No solo tus nalgas… Las que subieron a Internet no dejaron nada a la imaginación… ¡Y sí que Dios fue bueno contigo!”, la novia se pasa la lengua por el labio superior, mientras se le humedecen otros labios.

Leandro sonríe muy seductor, se pone de pie y, sin pedir permiso alguno, se quita la chaqueta deportiva, luego las zapatillas; con un poco más de lentitud, la camiseta. Ahí está otra vez su cuerpo marcado aunque no hinchado. Entonces se desamarra la pantaloneta y se la baja hasta el suelo lentamente también. Luego, la camiseta de algodón caerá al piso.

“¿Lista?”, consulta el modelo.

“¡Más que lista!”, afirma la novia.

Leandro gira hasta darle la espalda y mucho más lentamente se saca el bóxer hasta que éste cae poco a poco al suelo. Al fin están allí las dos redondas y lampiñas nalgas que la novia solo pudo acariciar con su dedo sobre el tóxico papel couché.

“¿qué opinas ahora?”, seduce Leandro.

“¿Puedo… acariciarlas?”, consulta ella.

“Claro”.

Mientras la novia acerca sus manos temblorosas a los glúteos del joven, el novio mira la escena sin dejar de sorber su vino, que ahora apenas ocupa la cuarta parte de la copa. Mira cómo las yemas suaves de su futura esposa dibujan circunferencias imperfectas y espirales sobre esas medias esferas firmes, también suaves al tacto. Leandro jadea levemente al sentir las manos femeninas sobre su culo, el que aprieta más y más. La novia al fin se pone de pie y se acerca a la espalda superior del chico, que es lo más alto que puede, y empieza a besarlo por la hendidura de la espina cuesta abajo hasta llegar al trasero, al que sigue agasajando con besos cada vez más sonoros. El novio al fin acaba su vino, deja la copa sobre la mesa de centro, se pone de pie, y tira el respaldo del sofá hacia atrás; se quita la chompa, la camisa, la camiseta… en fin, todo lo necesario hasta quedarse a sola piel desnuda. Mientras tanto, Leandro juzga que es hora de dar media vuelta, y al hacerlo, pone su pene semierecto a la altura de la boca de la novia. Ella acaricia todo el cuerpo, el escroto, el pubis rasurado. El novio se acerca tras ella, y comienza a quitarle toda la ropa (a como puede). Cuando la erección de Leandro es patente, la novia no tiene problemas en abrir su boca y succionar, recorrer, lamer, besar esos gruesos diecinueve centímetros, mientras el novio pega su torso y su pelvis a la espalda y nalgas de su prometida, comenzando a besarle por detrás. En compensación, ella retrocede un poco, gira, besa al novio en la boca y hace que se ponga de pie para repetir la mamada, mientras Leandro se arrodilla a cubrirle la espalda, rozándole su masculinidad allí, en la no tan pronunciada cola.

  

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