miércoles, 24 de agosto de 2022

El precio de Leandro 2.1: Rico, te conozco de alguna parte


Ricardo Durán se despide del portero de la Torre Echenique de manera, digamos, familiar. Se cierra la chaqueta ya que afuera hace el típico frío de una noche de domingo, cuando la calle suele estar muy vacía, con poco tráfico. Camina hasta la verja, y apenas sale ve algo raro, inusual mas bien, justo frente al auto que ha dejado estacionado: un chico en traje de calentamiento deportivo arrimado a los barrotes y aparentemente hablando por teléfono. Ricardo se acerca lentamente… ¡No puede ser!

 


“Sí, sí, lo sé”, dice Leandro al celular inteligente. “Sé que debí avisarte, pero ya estoy en camino”.

 


Cuando terminan los cinco minutos de justificación a tarifa plana, Leandro se percata que alguien lo mira fijamente a escasos dos metros de distancia, y se pone en alerta.

“¿Pasa algo?”, le cuestiona con un temor mal disimulado.

“¿Tú eres Leandro? ¿Leandro Pérez?”, le repregunta el joven con un acento que de nacional no tiene una sola inflexión.

“¿Quién eres tú?”, se asusta el futbolista.

El otro joven se pone la mano en el bolsillo trasero y saca de inmediato su celular inteligente, busca algo y se lo alarga al paralizado mancebo. Algo hay en la pantalla de cristal líquido; alguien mas bien. ¡Es él!

“Tú eres Leandro Pérez, jugador del San Lázaro, peloteas en segunda división”, le recuerda el sonriente admirador.

En la foto, de una de las tantas fanpages de deportes en alguna red social, aparece su estampa congelada celebrando el único gol de aquella tarde.

“¿Me conoces?”, al fin se tranquiliza el deportista.

“Apenas hasta hoy… Soy Ricardo, Ricardo Durán: pero todos me llaman Rico”.

El admirador ahora le alarga la mano, y Leandro puede verlo sin tanto aturdimiento: rostro agradable, tan alto como él, atlético como él, sonrisa eterna, y la sensación de que esa cara la vio antes en alguna parte. Sin soltar el celular, acepta el saludo.

“¿Te gusta el fútbol?”, al fin puede socializar.

“Me vino a gustar acá, pero sigo la segunda. Tú sabes. Los verdaderos guerreros están en segunda”, repite Rico un eslogan que oyó en un canal de cable. “¿esperas a alguien?”

“Espero un taxi”, confiesa Leandro. “Quiero irme a casa”.

“Tranquilo”, ofrece Rico guiñando un ojo. “¡Yo te consigo uno seguro y rápido!”

“Puedo hacerlo yo, gracias”.

“¡Qué va! Ahorita te lo consigo”.

Rico va al final de la vereda, saca las llaves de su bolsillo y quita el seguro al auto que había dejado estacionado. Leandro lo mira con curiosidad. Rico, al fin, abre la puerta.

“Entra”, le invita.

Leandro, aún desconcertado, se acerca, ingresa, se acomoda, busca el cinturón de seguridad. A su izquierda ya está su anfitrión.

“¿Y a dónde vamos, señor Pérez?”

“Eh, no me digas así. Solo llámame Leandro”.

“Bueno”, sonríe Rico. “¿A dónde vamos?”

Leandro deja escapar su sonrisa seductora. ¿Qué otras sorpresas le traería ese domingo? Entonces, una luz se hace en su cabeza. Saca su celular y busca algo.

“Creo que te conozco también”, menciona mientras pasea sus dedos por la pantalla.

“¿De dónde?”, averigua el apuesto taxista.

Leandro encuentra lo que busca y se lo pasa a Rico.

“No me jodas”, sonríe el otro joven. “¿De dónde la sacaste?”

Leandro ahora sonríe ampliamente.

  

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