Cuando Leandro baja del segundo piso tras una ducha rápida, Rico está revisando las fotografías en una laptop aparecida quién sabe de dónde:
“salieron
chéveres”, califica mostrándolas.
“Oe,
¿y… qué posibilidades hay de trabajar paraRoberth Peña?”
“Todas”,
sonríe Rico. “Pero, primero hay que convencerlo de que tienes potencial, y sí
lo tienes: tengo estas fotos más las de tu ‘book’”.
“¿También
le mostrarás las fotos ‘malcriadas’?”
“¡Por
supuesto! Roberth es super mente abierta… Aunqe, ahora que sé que le entras, se
me ocurre una idea más eficaz”.
Y el resultado apenas si tarda una hora en producirse. Mientras Adela, Leandro y Rico almuerzan en la casa de los dos primeros, el celular del ahora visitante suena. Disculpándose, se para y va a un lado: es un mensaje instantáneo. Tras leerlo, gira sobre sus talones y sonríe a Leandro.
Al día siguiente, Cintia y el futbolista suben juntos tres de los diez pisos de la Torre Echenique.
“¿Estás
seguro que es aquí? No veo signos de reunión”, reclama la muchahcha.
“Confía
en mí”, trata de tranquilizarla.
“En
ti sí confío, Leandro; en quien no confío es en ese Rico. Ni siquiera nos ha
acompañado”.
“Trabaja
en su taxi, ¿recuerdas?”
Llegan
a la puerta marcada con el tres cero cinco. Cintia toca el timbre. Luce cara de
pocos amigos. Esperan unos segundos, cuando una hermosa chica sale y abre para
atenderles.
“Somos
Cintia Chávez y Leandro Pérez”, explica la moza, seria.
La
chica que los atiende se mete de nuevo y sale medio minuto después con papeles
sujetos a una base de acrílico blanco. Parece buscar en una lista.
“Chávez…
Pérez… ¡Sí! Pasen, por favor”.
Ingresan
a una sala donde hay al menos una docena de chicos y chicas, cada cual más
apuesto, más bella, una oda a la esbeltez. Leandro y Cintia parecen estar
soñando, especialmente Leandro. En medio de tanta beldad y casi perfección que
solo habían visto en avisos publicitarios y catálogos de perfumes o ropa, al
fondo, está Darío Echenique, cabello castaño oscuro algo largo, rostro de
ángel, labios naturalmente carnosos, cuerpo atlético como extraído de libro de
arte, vestido en una sencilla camiseta y un jean delgado, ambas prendas algo
ceñidas. No solo es el modelo más importante del país, sino uno de los
herederos de una de las familias con mayor poder, cuyas unidades de negocio van
desde los bienes raíces, las minas de cobre y oro, y algunas franquicias
exclusivas. Está dirigiendo algo, pues señala a un grupo de dos chicos que lo
escuchan con atención, aunque en realidad todo el mundo está atento de reojo a
lo que Darío pudiera decir: con todo el poder que representa, lo peor que puede
hacer alguien que tiene uno de los trabajos más eventuales del mundo es
contradecirlo.
Una chica se acerca a Cintia:
“¿Van
a participar en la presentación?”
“Sí”,
responde la recién llegada, algo dubitativa.
“¿estudias,
trabajas?”, arma conversación aquella muchacha.
“Estudio
secretariado”, responde Cintia con mucha actitud. “¿Y tú?”
“Economía,
pero este ciclo sí que ha estado fatal”, le confiesa como si se tratara de una
amiga de años. “A ver si esta activación me permite pagar unas deudas”.
Leandro
sigue absorto en Darío, tratando de buscarle la mirada, cuando siente un
codazo. Reacciona.
“Te
están preguntando si estudias”, indica Cintia.
“No”,
responde Leandro, algo anonadado. “Soy futbolista”.
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