martes, 30 de agosto de 2022

El precio de Leandro 3.3: El monstruo


A continuación todos y todas se sientan en una mesa larga encabezada por una pizarra blanca acrílica donde Darío dibuja unos diagramas:

“Ésta será el área Vip, y ésta otra será el área Platinum”, expone. “Su trabajo será atender a quienes asistan a cada área y evitar que uno se cuele en el área que no le corresponde, y en ese sentido vamos a trabajar coordinados con toda la seguridad que se ha dispuesto para el evento. ¿Preguntas?”

Uno de los chicos alza la mano:

“¿Cuándo saldrá el pago?”

El resto sonríe y ríe muy calladamente. Darío también sonríe:

“Sábado desde las diez de la mañana pueden recoger sus cheques aquí mismo. ¿Otra pregunta?”

“¿Habrá coreografía, Darío?”, alza la mano otra chica.

“La verdad no habíamos pensado en eso”, resopla el modelo. “Pero deberíamos por precaución, y en ese sentido, yo sé qué chicas bailan, pero aquí no conozco a chicos que bailen”.

“¡Yo bailo!”, eleva la mano Leandro, ante la atónita mirada de Cintia.

 


A la mañana siguiente, Adela va a su consulta mensual donde la doctora Barreto, una ginecóloga de treinta y pocos años que abrió hace algún tiempo un espacio lindo en el centro de la ciudad. Aquí es más acogedor, menos frío que el hospital público donde la profesional también atiende. Leandro está al costado de Adela con los ojos puestos en un afiche mostrando una familia feliz, pero su mirada no la contempla, está haciendo números. Si el joven es rápido con las piernas, lo es tanto con el cálculo mental. Hasta donde van los gastos ese mes, existe un sobrante que podría servir para…

“Leíto, ¿estás bien?”

El muchacho corta la meditación.

“Sí, má. ¿Por qué?”

“Estás como ido, hijito”.

“Nada, mamita; solo me aburre… esperar”, sonríe mintiendo él.

“Serán unos minutos más que nos toque esperar… No puedo decir lo mismo de Cintia, hijito”.

Leandro mueve la cabeza como si se acabara de despertar. ¿Qué está tratando de decir su progenitora?

“No me mires así, Leíto. Esa chica te hace muchísimos favores, pero tú pareces no darte cuenta que lo hace porque está embobada por ti”.

“Ay, má. Cintia es solo una amiga. No la veo como mujer… quiero decir, es una mujer, y linda, pero no la veo como enamorada, ni pareja, ni nada de eso”.

“Entonces, te aprovechas de su buena voluntad, hijo”.

“Mamá, Cintia nunca me dice que no, y somos amigos…”

“No creo que ella solo quiera ser tu amiga, hijo; y parece que tú te has dado cuenta”, asevera Adela. “Yo no crié un hijo así”.

Leandro decide refugiarse en su sentido del humor:

“Es que no soy tu hijo, Leandro”, dice el chico con solemnidad.

“¿Entonces?”

“Soy el monstruo Leandro”, juega el joven, exagerando su voz ronca y alzando las manos como un enajenado. Adela ríe, y justo en ese momento se abre la puerta: es la doctora Barreto.

“¡Hola, Adela!”

“Hola, doctora”.

“Hola, Leandro”

“No soy Leandro”, juega el cuasitransfigurado futbolista. “soy el monstruo Leandro”.

“Bueno, señor monstruo Leandro”, dice la ginecóloga conteniendo la risa. ¿Me permite examinar a su señora madre?”

“Síiii”, dice el chico metido en su improvisado personaje.

  

No hay comentarios:

Publicar un comentario