jueves, 25 de agosto de 2022

Ser Rafael 3.4: ¿Por qué nos besamos?


Era la una y media de la mañana del nuevo día.

Josué y yo seguíamos conversando sentados sobre la alfombra en medio de los modulares, mientras jugábamos una inesperada partida de ludo… que él me ganó.

Fue la hora de descorchar el capulí.

“Uhhhh. Ligas mayores”, celebró Josué.

Serví las dos copas. Las chocamos. Era el vigésimo, o cuál sé yo, salud que dimos. Pensaba pasarla bien, pero no tanto.

“¿Qué estará haciendo Laura ahorita?”

“No sé, Tuco. Fácil que jateando”.

“No la llamarás?”

“¿Para qué? Que me llame ella, si quiere. La que casi caga todo fue ella. Por un pelito, no me botan de la chamba”.

Josué movió la cabeza. Yo lo miré y sonreí.

“Ya deja de pensar en Laura, carajo. Voy a ponerme celoso”.

“¿De que la menciono?”

“No, huevón. De que no quieras estar conmigo”.

Josué volteó a mirarme. Yo también.

“O no te gusta mi compañía, mi Tuco?”

Josué sonrió.

“Desde el colegio, ¿no, Rafo?”

“Desde el cole… Oe, ¿puedo preguntarte algo?”

“Habla”.

“¿Por qué mierda terminamos chapando durante el viaje de promoción?”

Josué bebió un sorbo del capulí.

“Si mal no recuerdo, fuimos a la disco, tomaste, te pusiste a llorar, te llevé al cuarto del hotel, me dijiste que extrañabas a tu viejo, te consolé, nos abrazamos, y tú comenzaste a besarme”.

“¿Yo? Estás huevón. ¿No fuiste tú?”

“Ya, eso no importa. Pasó y listo: pasó”.

“Hace casi ocho años. Ocho años que salimos del cole”.

Dejamos que la música se apropiara del rango sonoro de mi sala. Vilma Palma e Vampiros derramaba sus ritmos predecibles por los altavoces.

“Mi viejo, ¿no?”

“Ya, Rafo. No pienses en eso”.

Recordé a mi padre fallecido, cómo esa vez, en quinto de media, regresando del colegio, me encontré con mi madre acongojada, mi hermana hecha un mar de lágrimas… y la noticia que jamás pensé recibir: un paro cardiaco se había llevado a ese hombre vital, decidido, comprensivo… mi amigo… Jorge Rafael… Don Coco para el vecindario.

Fue imposible contener los recuerdos y las lágrimas otra vez.

Josué me abrazó fuerte.

Me incliné hacia su regazo.

Lloré amargamente.

La botella de capulí estaba medio llena… ¿o medio vacía? 

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