martes, 30 de agosto de 2022

El precio de Leandro 3.1: Un casting porno gay


Ese martes, Rico recoge a Leandro al finalizar el entrenamiento en el Estadio Municipal, y en lugar de llevarlo para su casa en el norte de la ciudad, lo lleva hacia el centro sur, muy cerca de la casa de novios y la Torre Echenique, la que se divisa algunas cuadras en dirección al mar. Se estacionan en una quinta, y tras pasar el portón de metal sin tanto enlucido, llegan a una de las viviendas de dos pisos pintada en blanco casi impecable. Adentro, el color es el mismo, solo que apenas si hay un sofá cubierto por un trapo como toda mueblería, una cortina blanca traslúcida que da una hermosa iluminación difusa, sin muchas sombras, una especie de gran dintel que separa lo que debería ser el comedor, y una puerta al fondo que lleva a la cocina y otra a a la derecha que lleva a las escaleras del segundo piso, a las que se puede acceder también por la mampara enorme en lo que debería ser la sala. Rico quita el trapo del sofá e invita a que Leandro tome asiento.

“¿Cómo conseguiste esto?”, pregunta el futbolista, quien no ha cerrado la boca desde que ingresó.

“Contactos”, responde lacónicamente el nuevo amigo, con una enorme sonrisa que agranda más su boca de labios carnosos.

Leandro toma su mochila y saca algo: un sobre manila que alcanza a Rico, quien, al abrirlo, sonríe entrañablemente.

“¡La ampliaste!”, exclama al ver que se trata de su foto en la computadora pero esta vez en un papel brillante de veinte por treinta. “Ni siquiera tengo el original de esta foto”.

“Claro que al diseñador le costó trabajo recuperarle la nitidez, pero quedó bien”, explica Leandro también entre sonrisas.

“Qué va, chico. Quedó estupenda”.

“Entonces, cuéntame de tu proyecto aquí, porque me dijiste que solo me lo contarías cuando llegásemos”.

Rico coloca el sobre en una caja de cartón que está pegada a una de las paredes y se sienta junto a Leandro.

“Quiero montar aquí un pequeño estudio para hacer fotos y videos”, le confiesa al fin eltaxista.

“Suena bien”, vuelve a sonreír Leandro. “¿Y ya tienes clientes?”

“Más o menos… ¿Cuánto ganas al mes por modelar y patear pelota, Leandro?”

“Veamos…. Setecientos un mes malo… Hasta mil doscientos un mes bueno. ¿Tú?”

“en el taxi me saco como cien diarios”.

“¡Oe, no está mal!”

“Pero lo reparto en tercios, Leandro: un tercio pa’ mi familia en mi país, un tercio pa’ ahorro, un tercio pa’ mis gastos”.

“Igual, Rico, eso es mil líquidos solo para ti; yo tengo que repartirlos en todo”.

“Lo sé, Leandro. Pero da la casualidad que hay un trabajo donde puedes sacarte dos mil quinientos en dos días, y eso para empezar”.

“¿A quién hay que matar?”, bromea Leandro.

Rico sonríe:

“A nadie; mas bien, posar desnudo y erecto”.

Leandro se queda en silencio por unos segundos.

“Perdona”, le aclara Rico, creyendo haber estropeado el momento.

“NO… para nada”, reacciona al fin su invitado. “¿Dos mil quinientos por posar calato y al palo?”

“Y pajeándose hasta acabar”, añade Rico. “Cuatro sesiones de hora y media a dos horas, hasta tres, durante dos días”.

Leandro no tiene que hacer mucha matemática para entender que en cuarenta y ocho horas puede sacar el equivalente  a tres meses de trabajo si las cosas van mal, o dos si todo va bien; y aún queda un sobrante.

“¿Pero y esas fotos dónde se van a ver, Rico?”

“El contrato dice en los Estados Unidos; pero ya sabes cómo es Internet: se filtrarán como les ocurrió a esos culturistas de acá”.

Leandro recuerda vagamente que ocho años atrás, un programa de espectáculos por televisión, chismes de farándula mas bien, sacó un informe donde revelaba que varios musculosos habían posado como Rico propone, y las imágenes terminaron filtrándose. Aunque no lo confiesa, él sabe que incluso, a pesar de una guerra por los derechos de autor, los videos de cuarenta minutos en promedio están subidos por usuarios privados. Piensa en cuál sería la reacción de su madre (la vieja se infartaría sí o sí, reflexiona), qué pasaría en su equipo, qué pasaría con sus aspiraciones:

“¿Y qué hay que hacer para chambear en eso?”

“Hacer una pequeña sesión de prueba”, replica Rico.

En cuestión de minutos, se organiza una en esa sala. El taxista saca una cámara fotográfica semiprofesional (ante la sorpresa de Leandro) de la caja de cartón y se dispone del espacio entre la sala vacía y el comedor también vacío. Leandro deja la mochila en el sofá y toma su marca. Lo mismo Rico, quien durante los próximos minutos comenzará a dar órdenes a su modelo, como los grandes fotógrafos profesionales:

“Manos a la cintura… así, sonrisa… pie izquierdo algo más adelante, no tanto, ¡ahí!”

Y conforme la sesión avanza, Leandro va perdiendo cada una de sus prendas hasta quedar como Dios lo trajo al mundo.

“eso, aprieta el culo… bien”, ordena Rico. “Gira… Acaríciate… Mano al huevo… eso… Masajéatelo”.

Leandro comienza a masturbarse, pero parece no conseguir el resultado que Rico espera:

“¿Demora en ponerse duro?”, consulta el fotógrafo ad-hoc.

“Lo que pasa es que no hay mucha estimulación”, sonríe Leandro pendejamente.

“Te pongo una porno”.

“No, eso no hace mucho efecto… Si hubiese alguien que…. La chupe”.

Rico ahora ssonríe pendejamente:

“¿Y cómo debe ser ese ‘alguien’?”

“Alguien que la sepa chupar”, guiña un ojo el modelo desnudo.

Un par de minutos después, Rico está arrodillado ante el cuerpo del adonis al natural practicándole sexo oral.

“¿Por qué no te quitas la ropa?”, suspira Leandro.

Rico accede, y si su trasero es motivo de alabanza pública, el de su nuevo amigo no se queda atrás: ahora sí, su erección es plena. Rico toma más fotos hasta que Leandro siente el cosquilleo que anuncia el orgasmo:

“Las voy a dar”.

“Aguarda”, pide Rico, quien apaga la cámara, la pone en el cajón de cartón, se acerca al otro muchacho, lo abraza frontalmente apretando su excitación contra la otra, y comienza a besarlo en la boca. Aunque no se tienen más imágenes, la sesión finaliza con ambos haciendo el amor tiernamente sobre el sofá.

  

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