miércoles, 30 de noviembre de 2011

Mi instructor está bueno por delante y por detrás

Entreno en un gimnasio cerca de mi casa, en mi barrio.
El instructor es un tipo chévere, algo ignnorante, pero buena gente.
Se maneja un cuerpazo sin ser muy alto (metro 70 a lo mucho): grandes pectorales, abdomen plano, espalda amplia, cintura pequeña, unas piernazas y un culo hermoso y redondo.
Aparte que es agraciado, por lo que, según dice, tiene tres hembras. A mi me consta que una siempre lo llama justo cuando toca mi clase.
Debo reconocer que, gracias a sus consejos, tengo un físico que también atrae miradas, aunque no con las proporciones de este sujeto, pero tampoco voy mal.
Lo he visto semi-desnudo varias veces en vivo y en su Face, y si se repasa cien veces frente al espejo es poquito.
Una vez, sabiendo que el pata madrugaba para abrir el gym, decidí ir tempranito, a diez para las seis, porque ese día tenía un culo de cosas por hacer.
Era invierno, así que estaba con su casaca y una pantaloneta deportiva. Estaba barriendo en la sala de abdominales.
Yo llegué, me cambié, y fui allí para comenzar mi rutina.
“Hace dos semanas que no hago piernas”, me dijo.
“¿Y eso?”
“Se me han aflojado”.
“Pero yo te veo igual”.
“No. Están blanditas”.
“No parece”.
Se acercó a mi, y me invitó a que lo tocara. Palpé y, honestamente, no estaban duras como roca, pero tampoco aguadas, aguadas.
“Es que la pantaloneta te da la impresión de que están normales”, insistió.
“¿Entonces?”
Dejó la escoba a un lado, se aflojó la pantaloneta y se la bajó.
“Toca”.
Me arrodillé y paseé mis manos por sus muslos, cuádriceps y femorales. Sí, estaba algo blando; pero lo que no parecía blando era su miembro, que se podía ver erecto dentro de su diminuto slip. No parecía un pene grande (no en proporción al físico que tenía él), pero tampoco pasaba desapercibido.
Le sobé la otra pierna, y mi cabeza rozó su palo duro. No dijo nada. Aproveché para acariciarlo una vez mas, y luego tocarle las nalgas.
“Mas bien tus glúteos parecen flojos”.
“¿En serio?”
“salvo que la tela del calzoncillo me engañe”.
“A ver, bájalo”.
No me hice de rogar, pero no sólo dejé sus nalgas redondas al descubierto, sino toda su pelvis. Entonces, su pinga saltó y me dio en la nariz. Le palpé sus dos enormes corvas, y, como no decía nada sobre su erección, que ya la tenía casi sobre mi boca, rápidamente se la agarré y comencé a masturbarla.
Él se quitó de inmediato, y en su cara había una expresión de susto y desconcierto.
“¿Qué mierda haces?”
“Nada… pensé que…”
“Yo sólo quería que tocaras mis glúteos…”
Afortunadamente, estábamos solos.
No dijo nada más, se fue, pero no me habló el resto de la clase más que para darme indicaciones, ya que todos los días, su otro deporte era tenerme los chismes del barrio aunque no se los pidiera.
Lo mismo fue los dos días siguientes. Me sentí mal, y le pedí disculpas, y no hablamos más del incidente.

Una semana después, llegué a entrenar, y lo encontré leyendo una revista de culturismo. Me cambié y me puse a hacer mi rutina.
Nuevamente estábamos solos.
A los diez minutos, fue a verme.
“¿Puedo hacerte una pregunta?”
“Dime”, le dije seriamente.
“¿sabes lo que es el tacto testicular?”
“Claro, un método para palparte los huevos y ver si no tienes bultitos extraños”.
“Pero, ¿cómo te das cuenta de los bultitos? Porque yo me toco y todo parece bultitos”.
Lo miré con extrañeza. Me explicó lo que había leído en la revista, y entendí que desconocía cómo se llamaba cada parte de su sistema reproductor. Le expliqué lo mejor que pude, pero no entendió. ¿será cierto que cuanto más musculosos son más brutos?
“Oye, ¿y si me enseñas?”
“¿Cómo?”
Se acostó sobre una banca, se bajó el short, el pequeñísimo slip y me dejó ver otra vez su verguita parada. OK, diminuta tampoco era, como unos 14 a 15 centímetros comparándola con la mia que va por ahí, grandes huevos, poblados de un delgado vello.
Se acostó, y me invitó a que se lo explicara despacio.
Lo hice paso a paso, enseñándole dónde y cómo se produce el semen, cómo y por dónde viaja, hasta llegar a su pene. El que por fin pude tocar mientras trataba de hacer una insólita docencia.
Repetí todo el proceso, masajeándole el escroto, yendo hasta la altura de su próstata y terminando en su cabecita. Hice todo el recorrido con mi dedo índice pegado a sus genitales.
Cuando terminé de instruírlo en fisiología, una reacción inesperada: chorros de semen inundaron su vientre de tabla de lavar.
Esta vez, volvió a ser el bromista y chismoso de siempre.

Ese sábado salí a la disco, fui a saludar a unos patas, y de pronto me palmeó la espalda.
Comenzamos a tomar chela., lo que me extrañó porque se supone que es un deportista.
Serían como las once, y le presenté a mis patas, mis amigas, y la pasamos bailando.
A eso de las dos, estábamos picados, y por la bulla, conversaba casi besándome el oído. Yo coloqué mi mano en su recia espalda baja, y como también conversábamos con los otros patas, acercándonos mucho por la bulla, mi mano fue bajando hasta su culo.
Entonces volteó y me dijo: “¿Ahora si está duro, cierto?”
Le dije que sí, que ahora sí. Se puso a contarme de su entrenamiento.
Como ya sentía sueño, me quité a mi casa. Él salió conmigo.
“Oye, ¿y crees que ahora sí está más firme que esa vez?”
Me extrañó que insistiera, y le repetí que sí.
“Pero es que estoy con jean. Deberías verlo sin nada, ¿no crees?”
Cerca hay un telo, así que nos quitamos y alquilé un cuarto.
Ni bien entramos, se comenzó a calatear.
“Pero sólo te voy a ver los glúteos”.
“Pero es mejor si lo ves todo completo”.
Se sacó su diminuto slip, y allí estaba su glorioso culo… y su pinga al palo.
Me senté en la cama y comencé a tocarle, y luego acariciarle las nalgas.
Él me veía con cierto interés, desconocido hasta entonces. Me tomó suavemente del cabello, y acercó mi cara a su falo. Comencé a besarlo mientras no me detenía allá atrás en su culo.
“La besas bien rico. ¿por qué no me la chupas?”
Le obedecí. De pronto me quittó la pinga y giró.
“Bésame el culo”.
Lo hice, lamiendo, besando, paseando mi lengua por cada corva, su raja. Él se la estaba corriendo.
“Sácate la ropa”.
Le obedecí.
Me acosté boca arriba, y él se acostó encima mío, pero dándome los pies en mi cara. Comprendí que eso sería un 69. él me abrió de piernas y me hizo el beso negro. Yo igual, además de mamarle los huevos y su verga.
Tras media hora de competir por quien hacía el mejor sexo oral, nuestras leches se regaron en los pechos de cada uno. Mis manos seguían en esas gloriosas nalgas.

Al lunes siguiente, fui temprano como de costumbre, y él seguía limpiando.
“Oye, un vacilón tus patas”.
“Ajá. Lo son”.
“Esteeee… ¿y después de la disco qué hicimos?”
“¿No lo recuerdas?”
“No. La verdad no”.
“Ah. Nada importante, entonces”.
“OK”.
Regresé a hacer mis abdominales, y él siguió barriendo. Cuando terminé mi serie, me puse de pie, y él me tomó de la mano y me la llevó a su culo y luego a su verga: estaba parada.
“Estuviste de la puta madre. Pero eso sí, ni una palabra a nadie”.
Le obedecí, pero a medias, si no, ustedes no se enterarían. Pero, esto es todo lo que les diré, porque sólo conocerán el milagro, pero no al santo.

©2011 Hunks of Piura Entertainment. ¿Quieres compartir tu relato?: hunks.piura@gmail.com

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