miércoles, 23 de noviembre de 2011

Un buen albañil sabe cuándo meter fierro

Soy un albañil de 28 años. Normalmente mi vida es jodida porque dependo de que haya chamba, y, a pesar de que hay construcciones por todo sitio, no siempre consigo colocarme.
Pero, hay ciertas compensaciones como la que te voy a contar ahora.
Primero, déjame decirte que cuando no estoy cargando ladrillos, tarrajeando o poniendo varillas, me la busco como sea, pero en trabajos honrados: ayudante de carpintería metálica, pintor de brocha gorda, y hasta gasfitero, por si alguna vez se te tapona la cañería.
Segundo, como tengo mucho rato libre, me encanta hacer mi deporte. Soy malo pa’l fútbol, así que hago pesas. Entreno en un gimnasio por Castilla, y en vez de mensualidad, al instructor le pago con obritas: reparaciones, instalar cosas, pintar las máquinas… y estoy agarrado, de tal forma que si me sale una obra, puedo soportar la jornada.
Hace poco me pasaron la voz de una casa que estaban haciendo en una de las nuevas zonas residenciales de Piura, y me dije, ya, me apunto. El sitio era medio pituco, pero la gente de mierda, cuando te ve, te mide, como si fueras choro. Bueno, bonito, bonito tampoco soy, pero de ffeo tampoco tengo nada.
Soy trigueño. Tostado por estar al sol cuando chambeo, metro 72, lampiño. A pesar de que la gente los mira mal, aprendí a hacer de todo en el Ejército.
El hecho es que me llamaron a esa obra, y era una jatazo, tanto que a cada albañil prácticamente le dieron la responsabilidad de una pieza.
Yo estaba encargado de lo que sería un cuarto con su baño, al fondo del terreno.
Era viernes después de almuerzo, cuando estaba tarrajeando una pared.
“Hola”. Me volteé, y vi a un chibolo, blanquito, formadito. Tendría sus 20 años. Vestía un polo manga cero, una bermuda y unas sandalias, todas de marca por lo visto.
“Buenas tardes, joven”.
“¿Tú estás trabajando aquí solo?”
“Sí, joven”.
“¿Puedo ver lo que estás avanzando?”
Por la facha, entendí que podría ser uno de los dueños, así que le dije que pase y vea.
Se puso a examinar las paredes, y como tenía baño propio, se metió a ver.
“¿Cuándo estará listo todo?”
“Quizás la próxima semana, joven”.
“¿El baño también?”
“Sí, también”.
“Es que hay unas rayas en la pared, y no sé si quedará así”.
Dejé de tarrajear, lo miré. Me di cuenta que él también me miraba fijamente.
Me acerqué al baño y le pedí que me señalara las rayas que había visto. Lo hizo.
“Ah, eso es para que pegue la loseta”.
Fue cuando caí en la cuenta. Como trabajaba al fondo de la casa, toda mi ropa de chamba era un polo viejo, un short algo pegado, que me marcaba el paquete, y unas zapatillas viejas. El huevón me estaba viendo el culo. ¡Mierda!, dije yo. Éste se ha confundido.
Me volteé para mirarlo de frente.
“No se preocupe, joven, quedará bien armadito”.
“Claro”.
El pata se fue, y no le di importancia a la charla.

A las cinco era la hora de salida, y, como es costumbre, los albañiles tomamos una lavada dentro de la obra.
Yo acostumbraba bañarme en la misma pieza donde me gané con la mirada del chiquillo.
Recogí mi agua, jalé mi toalla, los otros albañiles me pasaron la voz despidiéndose, me calateé, y empecé a mojarme con un balde.
Apenas había comenzado a enjabonarme, cuando el chibolo entró al baño.
“Hola. Disculpa. Pensé que estaba vacío”.
“No se preocupe, joven. Ahorita acabo”.
“¡No! ¡Normal! No te preocupes”.
No sabía cómo reaccionar.
“Lo que pasa es que éste será mi cuarto, y lo quería ver”.
“Ah, entiendo”. El jabón se me secaba sobre el cuerpo, mientras tenía un balde lleno de agua en la otra mano.
“¿Hace tiempo que eres albañil?”
“Sí. Ocho años. ¿Por qué?”
“Se te nota. Tienes cuerpo de… albañil”.
Sonrió. Sonreí también.
“¿Interrumpo tu baño?”
“Bueno… no sé… la verdad no”. En realidad, no quería contradecirlo, pero estaba recontra incómodo.
“Y todo lo tienes crecido”. Por fin me eché algo de agua y me seguí jabonando.
“¿Cómo así?”
“O sea, tu cuerpo, tus músculos… todo…”
“Ah, ¿y tú no?”
“¡Vaya, por fin me tuteas! Bueno, cuando voy a la playa corro algo de tabla, pero… no sé”.
“Yo creo que sí”.
“¿Te parece?”
“Bueno, tienes brazos formados”
“Aunque mis amigos dicen que lo que tengo más desarrollado es… el trasero”.
“¿En serio? No parece”. Y fue cuando mi pinga comenzó a armarse. No lo pude evitar.
“Es que, cuando compartimos habitación me ven calato, y seguro lo dicen por eso”.
“Ah, con razón”.
“¿Con razón qué?”
“Es que tu bermuda es ancha”.
“Entonces, ¿no crees que tenga trasero grande”.
“Habría que verlo, pero no sé si los otros albañiles siguen trabajando…”
“No. Yo mismo los despedí a todos, porque ya habían acabado”.
“¿Y el vigilante?”
“Ah, pero él está en el portón… ¿Por qué? ¿quieres ver si es… grande?”
No dije nada. Mi verga estaba completamente armada: 18 centímetros (medida con mi wincha), venuda y gruesita.
El chiquillo, entonces, le prendió la mirada. Yo me enjuagué, y al quitarme el jabón, terminé agarrándome mi fierro, duro, babeante,sin acción hacía mucho tiempo.
“A ver, quiero verte el culo”.
El chibolo se quitó el polo, y la bermuda. No traía ropa interior. Se volteó. La verdad es que su cculo no era grande, pero sí redondito, lampiño, blanquito.
“¿Qué te parece?”
“Sí, es grandecito. Pero como que de lejos no se ve bien”.
“A ver”. Se acercó.
“¿Puedo tocarlo?”
“Claro”.
Le pasé mis manos callosas, pero pude sentir la suavidad de sus nalgas, la firmeza. Mi huevo iba a explotar. Él se dio la vuelta.
“´qué te parece”?”
“Rico”.
“¿Rico?”
“Sí. Lástima que sólo sea para ver”.
Sonrió.
“Tu cuerpo es bonito también”.
“¿Sí? ¿Y te gusta alguna parte en especial?”
“La verdad, todo… tu pecho, tus brazos, tus piernas… y esa pinga que te manejas también”.
Me olvidé de las formas. Lo acerqué a mi, lo abracé, y le di un beso en la boca. Con lengua y todo. Me correspondió, y sabía que él estaba arrecho, porque sentí su verga (calculo unos 16 a 17 centímetros, comparada con la mía) rozando la mía.
Le besé el cuello, y él comenzó a recorrerme con su boca, bajando, hasta llegar a mi verga. Sacó la punta de su lengua, y lamió una gotita que tenía en la punta.
Allí comenzó lo bueno. Me la chupó como los dioses. También le dio cariño a mis testículos.
“¿Te la meto?”
“Ya”.
Se levantó y fue a ver su bermuda. Al agacharse, le vi el ojete. Era chiquito y rosadito.
Sacó un condón, lo abrió y me lo puso.
“Métemela despacito, ¿ya?”
Giró, se apoyó sobre el tanque, quedándose agachado, y le puse la cabecita en el ojo del culo.
Poco a poco la fui metiendo, hasta que se la enterré toda.
Me agarré de sus caderas y me moví más rápido cada vez. El chiquillo se agarró bien del tanque y también movía su trasero, mientras gemía de la pura arrechura. Me di cuenta que se la comenzó a correr.
Creo que el huevón me trajo un forro con retardante porque duré buen rato. Cuando sentí que se me venía la leche, le saqué la verga, el condón, e hice realidad una fantasía inspirada en las pornos que iba a ver al Cine Castilla: dársela en la espalda.
Unos chorrazos de mi leche se dibujaban arriba de ese culo que me acababa de comer.
Él gimió fuerte, y dejó de corrérsela.
Nos bañamos mutuamente, se cambió y se quitó.
Cuando salí, el guardián me vio, y como que se sonrió. Yo medio que me ahuevé. Ese día llegué a mi jato como a las ocho, cuando siempre estaba antes de las seis y media.
Al día siguiente, llegué temprano.
Otra vez el guardián me abrió la puerta.
“¿qué hay, pata? ¡Buen lonche el de ayer!”
Me ahuevé completo.
“Normal, pata. Es el sobrino del dueño. Le encantan los agarrados”.
“Hablas”.
“¡Normal! La otra noche vino para accá, y nos pusimos a cachar en la sala. Se quitó como a las cinco de la mañana. Trátalo bonito y chitón, tú sabes cómo son los pitucos. Nada más te aconsejo”.
La huevada se repitió esa tarde y la semana siguiente. La anécdota fue que siempre que se la corría me dejaba la lechada impresa en el tanque.

De ahí, no lo volví a ver hasta esta tarde que el guardián fue a verme a mi casa, enseñándome bobo nuevo: el chibolo.
le insistió que no dejara de encontrarme con él en la placita del Teatro Municipal.
Y aquí estoy.
Entonces, un carro se estaciona. Es el guardián… y el chibolo. Me llaman. Me subo, saludo.
“¿Cómo estás?”
“Bien”.
“Qué bueno. Chicos, creo que tienen nueva chamba”.
El guardián lo celebró, yo no dije nada.
“Sólo una cosa… ¿alguna vez han hecho un trío?”…
Quizás los albañiles no tengamos toda la chamba que la gente piensa, pero si sabemos comer el culo correcto, es posible que nuestra suerte cambie. ¿Y cómo será hacer ese trío? Ya les contaré después.

Cuéntanos tu relato. Escríbenos: hunks.piura@gmail.com

8 comentarios:

  1. webon
    que rica historia
    de hecho me hubiese gustado que pusieras el dialogo
    pero me la corri pensando en como me clavabas contra el tanque y me metias el fierrazo en el ano.

    ResponderEliminar
  2. No hay un peruano así pero mayorcito en Alemania? Me encantaría conocerlo sea cual fuere su edad... para arriba!

    ResponderEliminar
  3. esta excelnte y solo deseo cnocer a un asi agarrado moroch para que me rmpa el culo

    ResponderEliminar
  4. hola solo deseo conocer un hmbre asi mañana esty en chiclayo, mi rpm les dejo llamenme si
    *676243

    ResponderEliminar
  5. Mi Wassap 992464541 discreto

    ResponderEliminar
  6. A todos los que han dejado comentarios, queremos decirles que nos encantará abrirles las nalgas, sopearles bien ese ojo de culo y meterles pinga hasta que sientan nuestra leche dentro. Gracias por seguirnos.

    ResponderEliminar
  7. Cuando gusten llenarme agréguenme 9401780sietenueve

    ResponderEliminar